El 17 de diciembre de 2010 en la ciudad de Sidi Bouzid, en Túnez, un policía despojó de sus mercancías y ahorros a Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante. ¿Les suena familiar el suceso a pesar de la distancia geográfica y el tiempo transcurrido? Ante la injusticia cometida contra su persona, Mohamed se inmoló en forma de protesta. Durante su agonía miles de tunecinos se rebelaron contra las malas condiciones socioeconómicas a las que estaban sometidos.
Este hecho causó un efecto dominó en las vecinas naciones de Egipto, Libia, Yemen y Siria, y desató la llamada Primavera Árabe en la región.
Aunque las consecuencias de estas revoluciones no han sido satisfactorias en todos los casos, y en cada país se desarrollaron de formas muy distintas y con diferentes resultados, sí demostraron que existía una insatisfacción extrema por la pobreza, corrupción, falta de derechos y abusos a que eran sometidas sus poblaciones. Cualquier otro evento pudo ser el detonante de la explosión social que se desencadenó en el mundo árabe entre 2010 y 2012.
Hoy en Cuba se vive una situación tan extrema como la existente en Túnez en 2010: corrupción, pobreza, escasez, abusos policiales, represión y falta de libertades.
La sociedad cubana vive un ataque continuado y visceral contra los cuentapropistas y contra muchos ciudadanos de a pie que tratan de poner comida en su mesa. A todos ellos les decomisan sus mercancías, les arrebatan sus ahorros, y bajo cualquier justificación los expulsan de las viviendas donde se han asentado y creado condiciones mínimas para sobrevivir. Son acusados de acaparadores, de realizar actividades económicas ilícitas, de ser coleros, revendedores, y de cuanto delito se implementa para silenciar el caos nacional. Los delitos incluyen el llamado desacato, el ''enriquecimiento ilícito” y la propagación de epidemias.
Tratan de crear un culpable de la situación de crisis que vive la isla, crisis causada por la corrupción endémica, la incapacidad de la jerarquía gobernante para dirigir el país, su obstinación de continuar un sistema que ha fracasado en todo el mundo, y más aún en nuestra propia Cuba, que lleva sufriendo sus desmanes por más de 60 años.
Mientras los cubanos pasan hambre, ellos abren tiendas en divisas y mientras las ciudades se derrumban ellos siguen construyendo hoteles y casas de alquiler.
Además del hecho insultante de que las nuevas tiendas de alimentos y productos básicos funcionan en una moneda con la que el gobierno no retribuye a sus ciudadanos, se suma la falta de transparencia en el manejo y destino de las divisas recaudadas, sin que los ciudadanos que se gastan el dinero puedan conocer cómo se invierte, y quién realmente lo fiscaliza y contabiliza.
En vez de cambiar, de abrir Cuba al mundo permitiendo que los cubanos tomen las riendas de sus vidas, el gobierno solo lanza medidas parciales y cortinas de humo, enfocadas únicamente en su sobrevivencia y en continuar explotando y robando de manera desmedida a los cubanos donde quiera que se encuentren.
En Cuba se han generado actualmente condiciones explosivas y sería lamentable que la crisis desembocara en un estallido social de consecuencias imprevisibles. Hace 26 años, debido a las carencias y las ansias de buscar una escapatoria, la población habanera protagonizó El Maleconazo.
En aquel entonces Fidel Castro se encontraba en plenas capacidades y supo gestionar la crisis permitiendo la tradicional válvula de escape del éxodo de miles de personas. Hoy tenemos un presidente designado que ha demostrado absoluta incapacidad de dirección, que solo sabe repetir consignas vacías, y que tiene un poder extremadamente limitado, compartido con una cúpula militar ambiciosa de enriquecerse.
Pero hay otra diferencia fundamental en esta hora crucial para Cuba: las balsas y las fronteras abiertas están eliminadas de la ecuación, las salidas de la isla están restringidas por la crisis del coronavirus y los cubanos ya no son tan bienvenidos en la América de Trump. Hoy por primera vez los cubanos tendrán que resolver sus insatisfacciones en su propio país.
El próximo decomiso, el próximo atropello, el próximo abuso, el próximo fallecido por el derrumbe de una vivienda, el próximo muerto por un disparo policial pueden ser detonantes de desbordamiento social en cualquier lugar. Las protestas que pueden iniciarse en un barrio pueden extenderse rápidamente por el país y el factor de las redes sociales añade un elemento de posible multiplicación de reacciones totalmente inédito en la realidad de la isla, la gente podrá organizarse rápidamente con grupos de Whatsapp, Telegram o Facebook.
Ante un escenario así, el control social no solo puede derivarse en brigadas anticoleros., ¿Cuál sería el papel de la policía y el ejército cubanos? No todos los militares y policías gozan de privilegios y esta crisis ha reducido grandemente las pocas prebendas que muchos tenían. No todos los militares y policías son coroneles o generales y viven en mansiones, pues muchos son simplemente parte del pueblo y comparten sus dificultades cotidianas.
El tiempo se agota, el gobierno cubano tiene que propiciar un camino que no conduzca a un escenario de protestas como las que ya hemos visto asomarse en colas y barrios en los últimos días. ¿Continuará acaso la cúpula gobernante dirigiéndonos a este callejón sin salida? ¿Decidirán los militares respaldar una salida a favor del pueblo o terminarán inclinándose por la represión y la violencia en caso de que la situación se vaya de las manos?
La transición española hacia la democracia es un ejemplo en el que pueden fijarse los dirigentes cubanos. España transicionó de una dictadura a una democracia moderna en pocos años y pudo lograrse entre otras cosas porque hubo una voluntad política de cambio además de un importante consenso social. Hoy España es un ejemplo en el que deberíamos mirar al pensar en una futura Cuba.
Apostar por una salida violenta para Cuba en estos momentos es una acción suicida, que nada beneficiará el bienestar de nuestros compatriotas. En las manos del gobierno está allanar el camino para una transformación radical de la economía y la sociedad, sin traumas lacerantes para varias generaciones de cubanos. De esa decisión inaplazable dependerá el futuro de Cuba.
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