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El ministro de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia, Serguei Lavrov, visitará Cuba el próximo 19 de abril, justo el día que se constituye la X Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) y se eligen los cargos de presidente, vicepresidente, secretario y miembros del Consejo de Estado.
“Durante su estancia, el distinguido visitante sostendrá conversaciones con autoridades cubanas y realizará otras actividades de interés”, señaló un escueto comunicado de la cancillería cubana, sin dar detalles de la agenda de Lavrov en La Habana ni mencionar siquiera la “feliz casualidad” de la fecha de su visita con la del inicio de una nueva legislatura en Cuba.
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La visita del canciller ruso vuelve a poner el foco en las relaciones cada vez más estrechas entre los regímenes de Rusia y Cuba, en un momento en que las maniobras de política exterior del Kremlin hacia la Isla arrastran al antiguo satélite de la extinta Unión Soviética –ahora orbitando en torno a Vladimir Putin y sus oligarcas- a un terreno de creciente conflictividad internacional.
La soberanía de Cuba, siempre en boca del Palacio de la Revolución como si fuese propiedad suya, está sufriendo un creciente menoscabo con la influencia de Rusia en las decisiones del régimen totalitario cubano, alineado sin cortapisas con la política belicista e imperialista llevada adelante por Putin, y de la que la invasión a Ucrania constituye su quintaesencia.
La estela de declaraciones, abrazos y reverencias de La Habana hacia Moscú se extiende desde que en 2014 la antigua “metrópolis” condonara el 90 por ciento de una deuda por 32,000 millones de dólares que la “colonia” arrastraba de la era soviética, y se abriera el camino a una mayor inversión y comercio.
Con la visita del gobernante cubano Miguel Díaz-Canel a Moscú en noviembre de 2018, seis meses después de haber sido designado por Raúl Castro como figura visible del poder totalitario -en una sucesión dictatorial encubierta por el formalismo de constituir la anterior legislatura de la ANPP-, se inició un período de creciente servilismo de La Habana hacia Moscú.
"Seremos fieles al legado de Fidel Castro, líder histórico de la Revolución y también al ejemplo, valor y enseñanzas de Raúl Castro, líder actual del proceso revolucionario… No hay espacio para una transición que destruya tantos años de lucha", afirmó Díaz-Canel ante los diputados reunidos aquel 19 de abril de 2018.
Cinco años después, Cuba le debe a Rusia mil favores comprometedores de su soberanía: votaciones en contra de Ucrania, abstenciones ante una guerra genocida, declaraciones a favor de Putin, millones de dólares en créditos para comprar armas, más millones en donaciones e inversiones, entre otros.
Sin olvidar la prórroga hasta 2027 de una deuda de 2,300 millones de dólares para financiar proyectos en sectores de la energía, la industria metalúrgica, el transporte y el suministro de mercancías. Unos créditos que solo la cúpula del régimen cubano sabe dónde han ido a parar, toda vez que la crisis en todos esos sectores es todavía mayor y se extiende a todos los tejidos de la nación.
El próximo miércoles llegará Lavrov, el jueves Díaz-Canel cumplirá 63 años y el viernes los cubanos comprobarán que la vida sigue igual y que los destinos de Cuba se mantienen en manos de esa cúpula militar y comunista que llegó al poder por las armas cuando el actual gobernante era un feto, que luego crecería mamando el adoctrinamiento del Estado de terror que heredó, y que gestiona al revés de la imagen del muñequito ruso de Mashenka: con el control del oso siberiano sobre sus espaldas.
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