Estados Unidos ha puesto el dedo en la llaga, manteniendo al tardocastrismo en la lista negra de traficantes de personas; cuando están muriendo cubanos por falta de atención médica y medicamentos y La Habana sigue empeñada en vender esclavos de batas blancas a medio mundo, con la anuencia de las organizaciones mundial y panamericana de la Salud; perforadas por la Inteligencia cubana desde los años 70 del siglo pasado.
La sanción de Washington es también un reconocimiento al trabajo de Archivo Cuba y su sensata directora ejecutiva, María Werlau, la primera en denunciar el negocio ultrajante, con su acostumbrado rigor y la sencillez de llamar a las cosas por su nombre; como síntoma de resistencia ante la decadencia generalizada que nombra mal las cosas, incluidos los atropellos de la dictadura más antigua de Occidente; que también vende sangre humana, derivados y órganos; y ahora mismo los hospitales de Holguín no pueden realizar transfusiones sanguíneas.
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Las cifras de muertos cubanos en 2021 son escalofriantes, que muera un joven enfermo crónico por retraso de una ambulancia; especie de extinción en Cuba, es un atentado contra los pobres de la isla; que fallezcan niños y adultos por dengue, revela el desastre epidemiológico comunista.
Todas estas muertes ocurren, cuando el tardocastrismo sigue alquilando personal sanitario al mejor postor; cuando invirtió millones de dólares en vacunas de propaganda anti Covid-19, que mermó recursos a la producción farmacéutica, y en hoteles de lujo; sin tener turistas que ocuparan los construidos antes y heredados del capitalismo.
El afán castrista por competir con grandes empresas capitalistas, incluidos holding farmacéuticos, revela su demencia crónica, la falta de perspectiva realista y comprensión de que toda potencia médica exige cuantiosas inversiones financieras; pero aquellos delirios del hospital, la textilera, la zafra azucarera y la producción de alimentos más grandes de América Latina acabaron estrellándose contra la aguda escasez de medicinas y la nueva pose de muchos médicos, que miran a las manos de sus pacientes; a ver qué traen, antes que a los ojos para descubrir qué les enferma.
La baba sin quimbombó de que los médicos y personal sanitario cubano van a zonas de escasa o nula cobertura sanitaria en países extranjeros se estrella contra la presencia de especialistas en países del Medio Oriente, ricos en petróleo; y las condiciones laborales y salariales que impone a sus rehenes de bata blanca.
Nadie sensato se opone a que Cuba venda servicios médicos a terceros países, pero rechaza que galenos y enfermeras sean explotados, usurpándoles hasta el 75% de sus salarios y usados como sargentos políticos de gobiernos aliados del tardocastrismo; un médico jura sanar, no intoxicar y -si un gobierno se apropia de la mayor parte de sus ingresos por trabajar en condiciones remotas o difíciles; siempre según la liturgia oficial- ese régimen humilla y roba sin recato.
Cuando uno de los esclavos de bata blanca se convierte en cimarrón; sufre las siete plagas comunistas, que incluye la incautación de la parte del salario depositada en un banco estatal por imposición del gobierno y un destierro forzoso de ocho años; límite legal en que el despojado no puede reclamar el dinero ganado, legítimamente, con su trabajo y a costa de distanciamiento familiar.
La mayoría del personal sanitario cubano que acepta tan humillantes condiciones de trabajo y salariales y la vigilancia permanente de la Seguridad del Estado, lo hace para mejorar su vida material y la de sus familiares y no por ningún compromiso político ni ético con la más inmoral de las revoluciones. Si alguien puede dar fe del desastre de Cuba, son sus médicos y enfermeras.
Acierta Washington manteniendo al tardocastrismo en la lista negra de traficantes de personas y en la de patrocinadores del terrorismo; como demuestra con su avalancha migratoria contra Estados Unidos, el terror que aplica contra el personal sanitario que exporta; desatendiendo al pueblo que dice representar y defender.
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