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Es una de las figuras más odiadas -y temidas- de la nomenklatura cubana. Por ello, es también una de las pocas funcionarias de la administración estatal que tiene asignado un servicio de guardaespaldas: le han llovido amenazas, algunas de personas con la capacidad para materializarlas. Sin embargo, a sus 74 años, Gladys María Bejerano Portela, actual vicepresidenta del Consejo de Estado y Contralora General de Cuba, sigue siendo una de las figuras menos conocidas de la jerarquía gubernamental en la isla.
Haber concitado tantos odios en su contra, incluso dentro del propio gobierno que representa, no es algo gratuito. Bejerano Portela es la persona encargada de lidiar con la ominipresente corrupción administrativa en un país donde "corrupción" es casi sinónimo de normalidad funcional. Su indudable celo profesional la ha llevado a concebir un sistema de información paralela para recibir denuncias anónimas y quejas de la población a través de las oficinas de Atención a la Ciudadanía en todo el país. Un andamiaje legal derivado de la Resolución 101 obliga también a las instancias del Estado cubano a reportarle directamente todos y cada uno de los hechos delictivos que puedan ser tipificados como corrupción; es ella, incluso, quien redactó la definición oficial de ese concepto en la legislación aplicable, y es ella quien decide cuándo y cómo se debe proceder contra los presuntos "corruptos".
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Una simple denuncia anónima se puede convertir así en un "traslado bajo control" (el término de la jerga burocrática que designa la solicitud de información a cualquier organismo central del Estado donde se sospecha que existe alguna "manzana podrida"); éste tendrá 60 días para reportarle directamente a Bejerano el resultado de sus investigaciones. En caso de que la investigación no sea exhaustiva, el expediente regresará con recomendaciones específicas. Suele encontrarse algo.
Periódicamente, la Contraloría General, junto con la Fiscalía y el Ministerio del Interior, preparan un informe con los principales hechos de corrupción verificados en cada ministerio u organismo del Estado. Es ahí donde Gladys brilla, incluso por encima de sus interlocutores habituales del MININT (el coronel Nelson Cordobés Reyes, hoy a cargo de la Aduana General de la República; el teniente coronel Tudela o los encargados de la temida Sección 2, a cargo de la corrupción administrativa).
Estos informes periódicos han convertido a Bejerano en la depositaria de una información valiosísima y extrictamente confidencial (se conserva, incluso, fuera de los servidores fuera de la red informática habitual del Estado). Sabe vida y milagros de los "cuadros" del gobierno, y reporta directamente a la cúpula. Sus principales armas son las auditorías y los llamados "procesos de fiscalización", donde se precisan los dilemas éticos de los posibles imputados: muy pocos de los objetivos medianos que Bejerano coloca en su mira escapan sin "daños colaterales".
Entre sus víctimas más famosas está el Historiador de La Habana Eusebio Leal, EPD, a quien sólo Raúl Castro consiguió salvar ("oye, Gladys, dale suave con Eusebio") de la quema de Habaguanex, que se saldó con las detenciones de Mercy Weiss y otros empleados. Leal, siempre leal y blando, trató de interceder por ellos pero la Contralora no cree en lágrimas. Alguien del círculo íntimo del Historiador de la Ciudad había elaborado un pormenorizado informe de fallas y privilegios. El consorcio acabó, como se sabe, absorbido por GAESA.
Aquí vale la pena hacer un paréntesis para aclarar que la Contralora juega con la cadena pero no con el mono. Aunque técnicamente GAESA entraría bajo su área de control, en la práctica está más allá de sus límites. GAESA tiene su propia empresa de auditoría (Servicios de Auditoría S.A., a cargo del ex fiscal de la Marina Heriberto Betancourt), a la que encarga los balances y la certificación de sus cuentas. Si Bejerano tiene algún reporte o duda, debe pasar primero por ahí. Y los patrones de GAESA, emporio pragmático, suelen ser más laxos.
Para la implacable Contralora siempre han estado claros los límites. Cuando un dirigente importante, o un director de empresa (que suele ser un cuadro del Partido) entra en del círculo de investigados, es ella quien se ocupa de separar los delgados filamentos entre la corrupción administrativa y la corrupción política. La decisión final es de la Comisión Gubernamental de Control, controlada por el MININT y fiscales de confianza: una verdadera Inquisición. En resumen, es como si en Cuba no existieran casos de corrupción política, sólo administrativa: a los más que se arriesga la Contralora en estos casos es a pasarle una notica a su benefactor de larga data: José Ramón Machado Ventura.
Sin embargo, aún así la llamada "Contralora de Hierro" se ha ganado numerosos enemigos, entre ellos Marino Murillo (a quien acusaba abiertamente de "reformista"), Manuel Marrero (cuando éste estaba a cargo del MINTUR) y su predecesora, Lina Pedraza.
Una simpática anécdota retrata bien su incómoda posición en el gobierno. Alrededor de 2010, la Contralora puso en su mira al director de la fábrica de televisores de Boyeros ATEC Panda y aprovechó un encuentro de pasillo con el comandante Ramiro Valdés, a cargo del llamado Grupo de la Electrónica, para presentarle viva voce quejas sobre su subordinado. Valdés, amigo de sus amigos, le dirigió una severa mirada, y la paró en seco con una frase: "Gladys, estate tranquila que aquí el policía soy yo". El expediente murió allí mismo.
Veamos la génesis del poder de Bejerano. Su organismo empezó como una simple Oficina Nacional de Auditoría, subordinada al Ministerio de Finanzas. Después se convirtió en todo un Ministerio, el de Auditoría y Control, a cargo de Lina Peraza Rodríguez, y a finales de 2009 pasó a ser la actual Contraloría. Bejerano fue entonces promovida al Consejo de Estado. Es el sueño cumplido de cualquier burócrata.
Por supuesto, para tener este cargo, la "talibana" Bejerano no puede hacer ningún tipo de ostentación pública. Es una pinareña austera y de gustos frugales. Desde sus días en el Buró Provincial del Partido, vive para el Estado como una hormiguita laboriosa. Fue esposa de un viceministro de la Pesca, que murió de cáncer. En su trabajo es la primera en llegar y la última en irse. Evita usar carros ostentosos, incluso para los viajes interprovinciales. Representa la esencia del fundamentalismo partidista, que desconfía de cualquier cosa que funcione bien y teme alejarse de la ortodoxia socialista. Pero como nadie es perfecto, Bejerano tiene dos hijos, uno de los cuales es dueño de una clínica y parte de los convenios médicos de Cuba en Sudáfrica, a los que les vendrían muy bien una estricta auditoría.
Su gran aspiración ha sido siempre que la hagan miembro del Buró Político del PCC, lo cual no ha sucedido (ni parece que vaya a suceder). Se ha rodeado de ex oficiales de las FAR, pero en realidad nadie quiere a Gladys: simplemente le tienen miedo. Le gusta presumir de que su oficina está al nivel de otros importantes organismos fiscalizadores internacionales, con los que ha firmado varios convenios. También le gustaría estar por encima de algunos de sus investigados.
Aunque los casos de corrupción se multiplican como hongos, su creciente poder parece haberse debilitado junto con la crisis económica que asola la isla. En la práctica, la Contraloría lleva 12 años funcionando sin un claro perfil jurídico, y sus poderes han ido mermando. Este mes, medios oficiales anunciaron que se creará una ley que regulará sus funciones y establecerá claramente su subordinación en la estructura del gobierno. A ver cómo le va.
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