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Por estos días Alicia Hechavarría lleva el pelo rubio y muy corto, radicalmente opuesto a como lo había tenido hasta ahora. Con ese osado look ha interpretado a una profesora de lengua de señas en la telenovela Tú, cuya grabación tuvo que detenerse por el coronavirus y está “loca por retomar”.
Difícilmente alguien pueda referirse a esta joven de 31 años sin decir que es la hija de Fernando Hechavarría, uno de los actores más populares en Cuba en las últimas décadas, y eso la enorgullece. De ojos inquietos y espíritu curioso, Alicia creció rodeada de artistas. Para ella, actuar es un acto de generosidad, y la gratitud constituye una virtud esencial.
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Aunque le hubiera encantado heredar los ojos azules de su padre, de él adquirió el sentido de la ética y la responsabilidad. “Me gusta creer que saqué también su luz y la de mi madre, y esas dos juntas son bastante luz. Mi hermana y yo aprendimos de ellos a hacer el bien siempre. Si alguna vez alguien dice que heredé un poquitico, una cosita, una parte del talento inmenso de ese actorazo espectacular que es él, me puedo ir de este mundo tranquila”, afirma en exclusiva a CiberCuba, sintiéndose “bendecida” por lo que le ha dado la vida.
Alicia canta sin parar: en la ducha, tendiendo la cama, mientras cocina… Además, alimenta una “pasión extrema” por los gatos. De momento tiene tres y otros tantos que cuida en los bajos de su edificio, pero si tuviera una casa más grande de seguro adoptaría más. Adora apoyar todas las causas que le parecen justas. “En este tiempo de pandemia que ha cambiado nuestro mundo –dice-, nuestra comunidad se ha estrechado mucho y he descubierto emprendedores que están haciendo cosas asombrosas y me gusta poner mi granito de arena en ellas cada vez que tengo la oportunidad”.
La también profesora de la Escuela Nacional de Arte (ENA) explica que dar clases la ha fascinado. “Yo digo que más que maestra soy una guía para poder dejarle a otros todo lo que grandísimos actores y directores han dejado en mí. Es un deber que tengo”.
Asimismo recuerda una de las premisas que le enseñó Verónica Lynn, a quien quiere mucho, y es la de pensar en el otro actor. “Eso es vital, lo llevo tatuado en mi mente porque de eso sale una verdad. Si estamos demasiado pendientes de lo que pasa con nosotros mismos, nos perdemos lo que está sucediendo con el otro. Es muy complicado ser generoso sin tener humildad y sin escuchar. Cuando escuchas a la otra persona, conectas con ella y lo más importante no es lo que pasa contigo, sino lo que ocurre entre los dos. Así estás siendo desprendido, ético; estás escuchando y viviendo en escena. Eso para mí es actuar”, resume.
¿Llegaste a la actuación por elección propia o por incitación familiar?
-La actuación ha sido una parte muy importante de mi vida porque desde muy pequeña estoy en un teatro, ya fuera acompañando a mi papá o dando clases de ballet. Siempre ha estado en mí, pero yo era una persona extremadamente tímida y no me veía siendo actriz, no tenía claro qué era lo que quería hacer. El punto de giro ocurrió a los trece años, cuando en un intermedio del estreno de El Rey Lear, de Shakespeare, dirigido por Carlos Díaz y adaptado para Teatro El Público, mi madre nos llevó a mi hermana y a mí al camerino para darle un beso a mi padre que se preparaba para el segundo acto. El caos glorioso que había detrás de bambalinas me impactó de una manera que hizo que se prendiera una lucecita en mí diciendo: “Esto es lo que yo quiero hacer”. Tuve que esperar dos años para tener la edad suficiente para ingresar en la ENA y conté con el apoyo completo, constante, fiel, al 100%, de mi familia. Hasta ese momento siempre habían estado para mí, pero nunca me impusieron nada. Me pidieron que me preparara para la vida, eso sí, pero siendo lo que yo quisiera ser. Pasé cuatro años en la ENA, que guardo con muchísimo cariño porque tuve profesores espectaculares, y luego decidí estudiar Sicología en la Universidad de La Habana.
¿Por qué ves la actuación como una fuerza poderosa?
-Porque es un proceso de descubrimiento de uno mismo. Tenemos que conocernos muy bien, incluso nuestros límites, porque eso da una libertad inmensa para trabajar con nuestras emociones y canalizar muchísimas cosas. Es como salir a exorcizar tus demonios en un escenario, que es sagrado, y en donde no te queda más opción que desnudar tu alma, ser vulnerable delante de tantas personas, que es muy complicado. Ese autoconocimiento es un proceso que lleva años, que creo que no acaba nunca. Quizás por eso me ayudó tanto estudiar Sicología para entender cómo funcionamos por dentro y ofrecerme una cantidad de herramientas invaluables. Siempre digo que para mí la actuación es mi mejor terapia, logra poner todo en equilibrio, y eso es vida. Si volviera a nacer, volvería a ser actriz.
¿Qué facilidades te ha dado el asumir la actuación como sicóloga?
-La sicología me ha aportado mucho como actriz porque me ha armado de recursos que puedo usar con una naturalidad que enriquece el trabajo del actor. Es mucho más sencillo hoy estudiar un guión, siento que lo voy desmenuzando, voy entendiendo cómo funciona no solo mi personaje, sino el resto. Cuando leo un guión me gusta buscar y estar enterada de qué es lo que dicen los demás personajes sobre mí porque eso me permite conocer otras características de mi personaje. La sicología ha sido vital en esa capacidad de ir buscando los detalles, de entender el porqué de las cosas, de tener curiosidad, algo que ya estaba en mí como actriz, pero que se ha hecho más grande. Me ha dotado de mucha paz a la hora de enfrentarme, de aceptar y de entender mis personajes. No puedes actuar si eso no pasa. Si empiezas a juzgar los personajes se hace muy difícil actuarlos después.
¿Por qué crees que un actor es tan bueno como el último personaje que interpretó?
-Eso lo aprendí de mi padre. Creo que es importante cambiar, enfrentarnos a nuevos retos todos los días. Acomodarnos a un determinado tipo de hacer es muy peligroso porque de esa aparente inmovilidad no pueden salir muchas cosas creativas. No juzgo al que lo haga, simplemente es algo con lo que no estoy de acuerdo. Existe un compromiso del actor consigo mismo y con su público y si tu último personaje fue exitoso, tuvo una buena acogida de público, es genial. Pero eso te pone a ti la parada un poco más alta porque el próximo tiene que ser mejor. Se trata de ir poniéndose nuevas metas, enfrentándose a los miedos, que no dejamos de tener. Esos cinco últimos minutos antes de salir a escena en el teatro, te sientes morir y eso no va a cambiar nunca. Y me pasa lo mismo antes de que digan acción en televisión o en el cine. Esa adrenalina que ocurre allí es bellísima porque te dice que estás vivo y que todavía tienes mucho respeto por ese espacio. Si eso se perdiera, al menos para mí, actuar dejaría de tener sentido.
¿Cuánta responsabilidad encierra ser la hija actriz de un ícono de la actuación en Cuba como Fernando Hechavarría?
-Implica una responsabilidad y un orgullo inmensos. Mi padre ha hecho una carrera enorme, muy seria, en medios muy distintos y siempre se está imponiendo nuevas cosas, superando el personaje anterior. Entonces eso me deja el listón muy alto y simplemente no me puedo dar el lujo de no estar a la altura. Por eso te digo que el autoconocimiento es importante, que debemos definir los límites y ser generosos, buscar nuevos personajes y fines. Mi padre es el escudo que necesito para enfrentar las cosas duras de la vida, mi fuerza.
¿Cuáles han sido las mayores enseñanzas de tu padre como ser humano y como actor?
-Como actor me ha enseñado el respeto por los demás, el sentido de la ética, que es vital en cualquier medio, la importancia de escuchar, la puntualidad, que es parte de la ética también, el amor y la pasión por esta profesión absoluta que es nuestra vida. Como humano, es un ser absolutamente de luz, no puedo decir otra cosa. Es tan puntual, tan educado, tan respetuoso por el otro, cariñoso con su familia y con su público. Le decimos lord inglés. Es mi ídolo en ambos sentidos. No imagino mi niñez, mi juventud, mi formación como actriz y como persona, sin su guía.
¿Es tu principal crítico?
-No solo mi papá, sino mi familia en general. Son mi santuario, mi apoyo, mis mejores críticos. Mi mamá es vital en todo lo que hago y con mi padre hay una comunicación inmensa, bellísima, no solo como padre e hija, sino como actores. Ellos leen incluso mis guiones, los comentan, los discuten, en el mejor sentido de la palabra.
Pero, según has dicho, tienes un segundo padre: Carlos Díaz…
-Es indudablemente mi segundo padre, mi papá oso. Es una persona que ha estado en mi vida desde muy pequeña y adoro su manera de ver el teatro, su amor por el teatro. En gran parte me enamoré del teatro gracias a esa mezcla hermosa y explosiva que son Carlos Díaz y Fernando Hechavarría. ¡Qué bonito tenerlos como familia! Son dos personas que están extremadamente realizadas, son felices, hacen lo que aman hacer y eso te da una paz interior y una libertad de creer muy especial. Con ellos no hay medias tintas, las cosas son como son. Si alguien me ha impulsado a ser yo misma, a hacer mi propio camino, han sido ellos dos. Sin dejar de mencionar a mi madre y a mi hermana, que son mis puntales, mis amansalocas, mi mejor medicina, mi todo. Sin esa red de apoyo, ya sea de amigos o familia, es muy difícil abrirse camino en este medio que es de mucho sacrificio y de un amor profundo.
A pesar de que Niurka no estuvo mucho tiempo en El rostro de los días, fue un personaje que caló en el público. ¿A qué se debió eso?
-Que el personaje de Niurka muriera de manera tan trágica en la novela marcó profundamente la vida de los personajes que estaban vinculados directamente con ella, y los que lo harían después. Si caló, y es algo que ha demostrado cada mensaje de cariño que me ha dado el público, fue en gran medida por el trabajo en equipo. No puedo dejar de mencionar a los directores, Nohemí y Felo, y a Denys Ramos (Fabián), porque juntos logramos que ese amor, esa pasión, esa luz de un personaje que es casi angelical, se viera en cinco capítulos, y que fuera una imagen que él debía mantener viva hasta el final de la novela. Es algo que disfruté mucho.
¿Qué ha demandado de ti el encarnar a una profesora de niños sordos en la telenovela Tú?
-No puedo adelantar mucho porque aún estamos en proceso de grabación, pero me aportó la inmensa felicidad de volver a trabajar con Lester Hamlet, un director que amo, que entiende muy claramente el trabajo con los actores. Con él a veces ni me hace falta hablar porque solo con mirarnos uno sabe lo que el otro necesita, y eso en un rodaje es invaluable. Trabajar con niños con necesidades especiales es algo que desde mis estudios de casos en la carrera de Sicología me marcó profundamente. Me fascina ese trabajo, me parece de una belleza inmensa, de una sensibilidad que es necesaria. Te dan tanto y te piden tan poco: prácticamente nada. Es un personaje que me ha dado tremendas alegrías y para el que tuve que aprender lenguaje de señas. Si me equivocaba, los niños mismos me decían: “Profe, tiene que repetir tal cosa porque no es así”. Ha sido otro punto de giro en mi carrera.
¿Prefieres un medio sobre otro?
-Con el que más identificada me siento es con el cine. Luego el teatro, y la televisión en tercer lugar. Así ha sido hasta el momento. El cine me dio la posibilidad de hacer papeles que necesitaba en un momento. El teatro es un reto enorme cada día, es interacción directa con el público, una inyección extra de adrenalina, el origen de todo. Necesito regresar a él después de un tiempo, por mucho que me gusten el cine y la televisión. Es una adicción y una terapia al mismo tiempo. La televisión es el descubrimiento de nuevos resortes y un contacto mayor con el público. No había hecho mucho en ella, pero ya estoy haciendo mi tercera novela. A cada medio le debo algo.
Has contado que te rodeas de buena música cada vez que puedes, ¿qué te aporta eso?
-La música es vital, imprescindible para mí todos los días. Es un momento en el que puedo ser totalmente libre. La música es una de las herramientas que necesito cuando voy a actuar. La necesito para calmarme, para llorar, para reírme, para vivir. La música tiene eso, que te transporta a universos paralelos y eso no tiene precio.
Has expresado que eres una persona impulsiva, ¿es eso bueno o malo?
-Creo que ya no soy tan impulsiva. Los años no pasan por gusto, y te ayudan a encontrar un balance. Quizás en mí esa impulsividad se ha quedado en esos demonios que tengo adentro y que los dejo salir solo cuando hace falta.
¿Qué has recibido del público en tu corta carrera?
-He recibido mucho cariño. Eso me compromete porque la gente empieza a ver lo que haces y le gusta y eso hace que espere que todo lo que hagas sea bueno. Para el público trabajamos y cuando se toman un momento de su día para escribirte por las redes para decirte lo que les pareció tu trabajo o cómo un personaje marcó sus vidas, es lo más lindo que me ha dado esta carrera.
¿Con quién quisieras trabajar, sean actores o directores?
-He tenido muchísima suerte porque he trabajado con muchísimos de los directores que me interesaba trabajar. Hay uno con el que estoy loca por hacerlo y es Fernando Pérez. Lo adoro. Haber trabajado con Lester Hamlet ha sido un regalo con el que no solo he ganado un director espectacular sino uno de mis mejores amigos, mi Lele bello, mi confidente, mi alma gemela. Trabajar con Carlos Díaz, imagínate, ese es mi otro padre; ahí gané familia. Trabajar con Daysi Granados fue un regalo de la vida, como lo está siendo trabajar con Isabel Santos en Tú, y con Luis Alberto García. Son actrices y actores que quiero infinitamente porque me han marcado. Gracias a ellos también me convertí en actriz. Igual hay actores jóvenes espectaculares con los que me gustaría trabajar y otros consagrados. Me emociona pensar en lo que está por venir todavía.
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