Díaz-Canel y el fantasma de Caronte

Un mandatario no está para dar botella a los ciudadanos en su carro oficial, sino para trabajar porque su país tenga un sistema de transporte público eficaz y seguro

Miguel Díaz-Canel © ACN / Alejandro RODRÍGUEZ LEIVA
Miguel Díaz-Canel Foto © ACN / Alejandro RODRÍGUEZ LEIVA

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Este artículo es de hace 5 años

La coyuntura cubana ha llegado con su consabida carga de emocionalidad a cuesta y si un día, una periodista avisa a los choferes de carros estatales que los vigilará, a la mañana siguiente, según varios periodistas y medios oficialistas, el presidente Miguel Díaz-Canel -yendo de casa a palacio- se pone a botear para intentar vestir la inclemencia con la letanía de la solidaridad.

Un mandatario no está para dar botella a los ciudadanos en su carro oficial, sino para trabajar porque su país tenga un sistema de transporte público eficaz y seguro. La propia naturaleza de su responsabilidad obliga a la discreción y no se concibe a un presidente hablando por teléfono o con colaboradores delante de pasajeros temporales.


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La escasez del transporte público, que obedece a tres factores: cambio de la matriz energética, cerco norteamericano y la errónea política represiva contra los boteros; no debe solucionarse con poses igualitarias para la Mesa Redonda y otros espacios de cacareo y propaganda.

Si las medidas tomadas, palabra de presidente, se vienen estudiando desde hace al menos un año, y desde 2016 se ha reducido la exportación de crudo venezolano a Cuba, ¿por qué hace poco el gobierno agredió a los boteros, obligando a muchos a parar sus vehículos?

El socialismo no es igualitarismo, por mucho que ahora Diaz-Canel y sus acólitos se afanen en intentar vender burras aspiadas al por mayor. Un Estado, que se autoproclama campeón de los humildes, debía ser capaz de garantizar guaguas para la mayoría y dejar que el resto de servicios funcione con arreglo a la oferta y la demanda.

Cada vez que el Buró Político, desde la confortabilidad de sus vehículos y casas, decide ahogar una iniciativa privada, la población paga directamente las consecuencias y la nación sigue en su senda fallida, aunque Díaz-Canel se ponga a piropear al pueblo, llamándolo sabio. El cubano es un pueblo instruido, paciente y noble, pero no sabio porque si lo fuera, la dictadura no habría aguantado lo que aguanta.

Así pasó con el Mercado Libre Campesino y con el Mercado Paralelo, contra el que el comandante en jefe agitó a las masas empobrecidas contra intermediarios, merolicos y lumpens; tras descubrir que –en sus narices- estaban construyendo el socialismo con métodos capitalistas, según contó, tras su regreso del planeta Marte, de donde volvió abrumado por la guerra en Angola.

Ya pueden ponerse todos los cuadros del gobierno, del partido comunista, del estado y del ejército cubano a botear, que salvo algunas novias y novios de ocasión, el esfuerzo solo será alegría de caballo capado e incrementará el gasto de combustible porque a mayor peso en los vehículos, mayor consumo.

Tampoco debemos de extrañarnos que mañana aparezca el propio Díaz-Canel o cualquier otro portavoz gubernamental en espacio importante, alabando a los afortunados viajeros que cogieron botella con el presidente, no solo por la comprensión mostrada, sino porque reiteraron su confianza ilimitada en la revolución y en las palomas mensajeras cubanas, que ya puestos, podrían hacer de empresa logística, llevando Pen-Drive y disquetes desde Alamar hasta el ministerio correspondiente y vuelta al palomar. Eso sí, sin descuidar la defensa.

La demagogia es habitual en los sistemas políticos, pero no tiene nada que ver con esas aventuras de socialismo próspero y sostenible que anunció Díaz-Canel en el inicio de su mandato, del que saldrá más quemado que el pan 26 –siempre es 26- del horno.

Tantas tensiones soportadas, tanto desgaste sufrido en tan poco tiempo, han arrojado sobre Miguel Díaz-Canel Bermúdez el fantasma de Caronte, aquel barquero antiguo que transportaba cadáveres, comprobando si antes llevaban una moneda bajo su lengua.

Para completar la escenografía, solo necesitaremos un Buquenque apasionado y con buena voz que –como aquel personaje literario de María Elena Llana- anuncie a los cadáveres vivientes: dos para la Plaza de la Revolución; completo que ahí viene el presidente; tres para el MINFAR, que por ahí viene Polito; dos para 23 y Paseo que viene Gladys, la controlaora.

En caso de que no aparezca un Buquenque con buena voz; en Justicia hay una mulata recepcionista y jacarandosa que –sin haberse enterado que habían nombrado a un nuevo ministro del ramo– cuando el hombre apareció en sus dependencias, le dijo: Mulatón, yo a ti te lo resuelvo por 5 CUC…

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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