Cuba sin Pánfilo y sin jama, diez años después

Hoy, en Cuba se vende pescado a veinte pesos la libra. Uno para tres. Un pescado por cada núcleo de tres personas. Lástima que Jesús, el que multiplicaba este tipo de manjares, fue desterrado de la Cuba revolucionaria hace tantos años. Quizás hubiera podido hacer algo.

Pánfilo en una imagen de archivo / Foto de cartel anunciado venta en Cuba © CiberCuba
Pánfilo en una imagen de archivo / Foto de cartel anunciado venta en Cuba Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 5 años

Hace diez años el mundo se enteró de que en Cuba lo que hacía falta era jama. Diez años casi exactamente, con diferencia de días más, días menos. En mayo de 2009 un borrachín noble y desafiante se convirtió durante algún tiempo en el cubano más famoso del mundo, con solo hacerle saber a ese mismo mundo que una cosa llamada hambre existía en Cuba.

Olvídate de los relatos documentalizados, los simposios de pompa y academia, la sanciones que se acuestan y se levantan: el bullicioso Juan Carlos González, hoy universalmente “Pánfilo”, fue el encargado de romper el silencio y la modorra. Cuando el mundo se olvidaba, Pánfilo interrumpió una videograbación sobre reggaetón y dijo lo suyo de una manera tan explosiva que no osaré yo repetirlo aquí, ni como homenaje.


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Solo repetiré que cuando Pánfilo irrumpió, lo hizo para acallar por un momento al reggaetón. Y eso no pudo ser casual.

Fueron 80 segundos perfectos. Condensaron toda la carga de hartazgo, impotencia y desesperación de que era capaz un infeliz de barrio que por culpa de ese puntito de arrojo que le otorgó el alcohol, fue a parar con sus huesos en un calabozo de la Revolución de los humildes y para los humildes.

10 años han pasado.

Hoy, en Cuba se vende pescado a veinte pesos la libra. Uno para tres. Un pescado por cada núcleo de tres personas. Lástima que Jesús, el que multiplicaba este tipo de manjares, fue desterrado de la Cuba revolucionaria hace tantos años. Quizás hubiera podido hacer algo.

Desde que Pánfilo pusiera en la conciencia universal la idea de que, mira tú qué cosa, en Cuba se pasaba un hambre de manual, un hambre por la que algún concierto benéfico se debería dar en alguna tarima del mundo, han pasado diez años que se llevaron a Fidel Castro pero no a su obra. Cuando los cubanos despertaron, el hambre todavía estaba allí.

Y el problema se ha agravado: ni siquiera tenemos hoy a un Pánfilo de misericordia que nos haga famosa la tragedia. El hambre de los cubanos ya no cosecha titulares fuera de CiberCuba y de un puñado de televisoras de Miami y programas de internet. ¿A quién se le ocurre montar un escándalo global con un titular que hable de que en Cuba se cultiva el mejor tabaco conocido? Al mismo que se le ocurre hacerlo informando de que en este siglo veintiuno todavía en Cuba se pasa hambre. Es decir: a nadie.

El hambre de las mesas cubanas se ha vuelto una cosa hasta folclórica fuera de Cuba. No se me coman un cable: hablo en serio. Cuando los que deambulamos por medio mundo llamándonos exiliados o emigrados o nostálgicos escuchamos a un potencial turista patiblanco de los que ponen sus cheas sandalias de cuero en la Plaza de Armas, flash aquí, flash allá, decir que le gustaría conocer Cuba “antes de que cambie”, se refiere también a esto. Conocer a Cuba antes de que deje de pasar hambre.

Coño, que al parque temático se va por lo que le diferencia. El día que en Cuba haya supermercados surtidos y libertad de asociación, ya para qué. ¿Verdad?

¿Pero es esto culpa de acá el individuo en cuestión, ese punto europeo o canadiense, digamos, que se echa repelente para mosquitos y menea sus rijosas caderas al ritmo de una Guantanamera odiosa de tan mercadeada? Ni a jodidas. 10 años después de que jama se volviera un lema y un símbolo, los cubanos se fajaron a dentelladas en debates de barrio para que los homosexuales no pudieran contraer matrimonio bajo la Constitución que se venía.

Y del hambre nadie habló.

Mientras un compañero de bigote provincial y combatividad probada se enfrentaba a la idea de legalizar, mal rayo nos parta, la mariconería en la tierra de Martí y Fidel, le sonaban las tripas, su propia hambre le cantaba el manisero, pero él decía incluso frente a las cámaras que se preocupaba por la subsistencia de la especie humana. Que las bodas gays, uniendo en sacro juramento a dos aparatos reproductores que en esa conjunción no reproducen, amenazaban con extinguir al hombre. Nada del hambre.

10 años de consignas y marchas y canciones de Raúl Torres y documentales de Roberto Chile y entrevistas de Amaury Pérez después, los cubanos necesitan tanto la jama como cuando Pánfilo habló en nombre de sus tripas y las de todos a su alrededor. Los cubanos, hoy, todavía necesitan jama pero aprueban constituciones. Cuestiones de prioridad, que le dicen.

Y allá arriba, en las colinas místicas de un poder sin poderoso, ya estar a la cara es síntoma de postmodernidad. Mariela Castro lo mismo rompe muelas de langosta con sus muelas y posa para la foto de Instagram, que mira a otro lado mientras otros rompen las muelas, a trompadas y en pleno día, de ciertos activistas por la diversidad sexual. Su sobrina renta una noche de su mansión en Miramar por el equivalente a dos años de trabajo proletario. El bueno para nada designado para presidir la hambrienta nación se pasea entre escombros de tornado, y entre las secuelas del hambre, con su delicia tecnológica de 1750 capitalistas dólares amarrada a la muñeca. Y en Cuba, esa misma Cuba, sigue haciendo falta la misma jama. Es la misma, créeme, no ha tenido cuidado siquiera de mutar.

En 1989 nació el fin del bloque comunista universal y nació el hambre cubana tal y como la conocemos hoy: mi madre parada al borde de la meseta del fogón, la mirada más vacía que los calderos, preguntándose qué coño nos cocinaría hoy. Antes de 1989 el hambre en Cuba no era igual. Tenía menos pedigrí.

Treinta años después, el hambre en Cuba es Patrimonio Nacional.

Polivit, Multivit, proteína vegetal, picadillo de soya, canteros de moringa, filete de claria, chocolatín, sembrados de jutía, odas al avestruz, pollo por pescado, pescado para tres. Mi hermano, ¡mier-ma-no! ¡Hasta cuándo va a seguir el derroche de creatividad con tal de fumigarnos del plato a los rumiantes con cuernos! ¡Hasta cuándo la inventiva para preservarnos el hambre! ¿Qué coño tiene de malo un bistec?.

10 años después del duro estrellato de Pánfilo, su video tiene 1.4 millones de reproducciones en Youtube y en Cuba hay mucha menos jama y mucho más reggaetón. Jaque mate, que alguien se lleve el tablero.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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