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¿Cuánto puede hacer usted hoy, ahora mismo, con 650 dólares listos en su bolsillo para gastar de un golpe? Veamos: puede hospedarse 3 noches en el majestuoso hotel Bellagio de Las Vegas. Puede pagarse una semana entera en la paradisíaca isla de Antigua, incluido vuelo ida y vuelta desde Miami. Puede montarse ahora mismo en primera clase de un avión rumbo a Madrid, en el sur de Florida, y regresar el lunes entrante. O puede pasar una proletaria noche en la casa de la nieta de Raúl Castro en Miramar, La Habana. Así de apetitoso el catálogo de ofertas.
Esto me da mareo. 650 dólares la habanera noche en Casa Vida Luxury Holidays. El salario de dos años enteros, con sus doce meses, de un cubano cualquiera cuyos ingresos promedios no rascan los $30 por mes.
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Confieso que el titular que exhibimos hoy en CiberCuba me hizo saltar las alarmas. Suelo rehuir de los excesos como de la peste. Me dan ronchas. En consecuencia, leer que nuestro equipo de redacción definía como “mansión” a una casa de renta La Habana me hizo arquear una ceja. Cuando revisé, la ceja regresó a su sitio. La boca fue la que se me abrió de par en par. Estupor puro. Luego se fue a una mueca de asco. De repulsión.
Porque la "Casa Vida Luxury Holidays" que se alquila íntegra en Airbnb a un costo diario inaccesible para cualquier trabajador corriente del mundo (recalco: del mundo normal, fuera de Cuba ) es propiedad de Vilma Rodríguez, hija menor del General de Brigada Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, hombre tan siniestro como escurridizo y director del millonario monopolio empresarial GAESA, y Deborah Castro Espín. A que les suena esa combinación de apellidos.
La arrendadora es la sobrina nieta de Fidel Castro y reside en Panamá, aunque suele rentar viviendas en algunas de las ciudades más caras del mundo: Manhattan, Ginebra, París. Cosa nada extraña, por otra parte: es poco probable que alguno de esos inmueble cobre lo que ella por su marxista hogar de barrio habanero.
La mansión está ubicada en la calle 20 y la 7ma avenida de Miramar, a pocos minutos a pie de El Cocinero, un sugerente restaurant adosado a una chimenea del siglo XIX, donde usted puede encontrar información sobre casi cualquier cosa excepto una: el propietario del negocio. Tampoco se encuentra en la web www.elcocinerocuba.com ni en TripAdvisor. Si usted pregunta a sus empleados, todos tienen instrucciones de hacer la cobra y escurrirse hábilmente. La instrucción ha llegado directamente de la dueña en la sombra. Todos saben que, aunque jamás se ha personado por allí, ese fantasma se llama Mariela Castro Espín. "Casualmente" tía de Vilma, la traviesa jovencita que renta por una simbólica suma el hogar que con tanto sacrificio expropiaron sus ancestros.
Ambas empresarias portan consigo la patente de corso, la seña que les hace intocables en la isla del Socialismo irrevocable. El apellido. La descripción de la residencia en Airbnb no oculta un tufo despótico. “Este es uno de los pocos lugares de la zona que cuenta con servicio de jacuzzi”, desliza la joven Vilma. Pocos lugares, dice. Jacuzzi, dice. La Habana.
Si en lugar de leerlo tú estuvieras tecleando este texto ahora mismo, querido lector, te aseguro que sentirías la misma parálisis en los dedos que por momentos siento yo. La misma sensación hosca, abrumada. El síntoma de una indignación coagulada que los cubanos hemos bautizado como tronco de empingue, condensado en tantos recuerdos, tantas carencias, tantos discursos, tanta mentira, tanta mierda, tanta mierda, tanta mierda ideológica vertida sobre diez o doce millones de almas en sesenta años, para convencerlos, para convencernos de que ser revolucionario es ser pobre, y que ser revolucionario es el no hay más allá. El jodido paraíso hecho islote.
En la misma Habana donde el artículo 44 de la resolución No. 54/14 del instituto de Planificación Física prohíbe la fabricación de piscinas, basándose explícitamente en el gravísimo problema del abastecimiento de agua a nivel nacional, la nieta del dictador vivo tiene su jacuzzi generando burbujas y dólares. Dólares que, por cierto, son cobrados en la Panamá que ella habita: uno de los paraísos fiscales de este mundo nuestro.
En la misma Habana donde el artículo 44 de la resolución No. 54/14 del instituto de Planificación Física prohíbe la fabricación de piscinas, basándose explícitamente en el gravísimo problema del abastecimiento de agua a nivel nacional, la nieta del dictador vivo tiene su jacuzzi generando burbujas y dólares
Las fotos que ha colgado la Infanta Castrita como publicidad de su negocio nos hablan de una orgía de recursos, materiales constructivos, nos exhiben un lujo que serviría para una descripción didáctica de lo que penaliza el Código Penal cubano en su artículo 230, inciso b) bajo la categoría de Acaparamiento y Receptación. Las dos figuras delictivas que usan los familiares de la arrendadora Vilma Rodríguez para criminalizar la riqueza en todo el país. Desde luego, todo el país de ahí en fuera, no en esta sala.
El mismo Código Penal prevé, incluso, la posibilidad de que un cubano pueda “enriquecerse” -¡palabra maldita, símbolo burgués capitalista!- de manera ilícita, lo cual en términos castristas implica enriquecerse, así sin más. Ganar mucho dinero, a secas. Uno de los delitos, por ejemplo, por los que ahora mismo está tras las rejas el reguetonero “Gilbert Man” en La Habana, su opulenta vivienda reconvertida en una casa de acogida para niños sin amparo filial.
He empleado cuidadosamente los términos. La de Gilbert Man era una casa enorme, una opulenta vivienda que le separaba del restante 99% de los cubanos. La de Vilma Rodríguez, hermana de “El Cangrejo”, jefe de la guardia pretoriana de Raúl Castro y entusiasta bailador de reguetones de moda, es una mansión. Fuera del alcance de buena parte de la clase media mundial.
“Eso ha sido así toda la vida, solo que antes, en los tiempos en que yo lo viví, no había internet ni Airbnb, y se podía mantener todo más en secreto”. La voz que me habla al otro lado del teléfono conoce la danza de los millones revolucionarios muy de cerca: Alcibíades Hidalgo vive hace diecisiete años en Miami, pero antes de esos diecisiete fue Jefe de Despacho y mano derecha de Raúl Castro, y embajador de Cuba ante Naciones Unidas. Sigue siendo el oficial cubano de más alto rango que se le ha escapado a la dictadura familiar.
“El listado de ejemplos de opulencia que te puedo poner entre los familiares de Fidel y Raúl es interminable. Sobre todo entre los de Raúl. Así que te pongo un ejemplo que recuerdo: cuando Raúl Guillermo, "El Cangrejo", hermano de esta chica y hoy jefe de guardaespaldas de Raúl Castro, cumplió cuatro o cinco años, el Comandante de la Revolución Guillermo García Frías le hizo un “humilde” obsequio: un pony americano de raza. Saca cuentas.”
Y yo saco cuentas. La web “EquineNow.com” cifra entre los $2,000 y los $12,000 el precio de los ponies americanos pura raza. Guillermo García Frías es el balbuceante uniformado que ha adquirido fama planetaria por estos días al revelar al mundo que la solución alimentaria cubana pasa por "cultivar" jutías y avestruces. Un Nobel de algo para este señor, por el amor de Dios. Y una reprimenda a quien olvidó colocarle la camisa de fuerza y el bozal.
Según Alcibíades Hidalgo, sobre todo la familia de Raúl era particularmente descarada en la exhibición de las mieles del poder. “Muchísimo más que la de Fidel, de hecho. Quizás no en todos los períodos, pero sí durante las últimas décadas”, apunta.
Par de perlas los nietecitos del General de Ejército, ¿no?, pero poco originales. Son apenas imitadores avanzados del tío Tony Castro, timonel lo mismo del béisbol cubano en negociaciones profesionales que de un estrafalario yate de 160 pies de eslora con el cual sorteaba en 2015 la isla griega de Mykonos. Hace apenas tres meses su hijo de 20 años de edad, también llamado Tony Castro, exhibía en su cuenta de Instagram sus vacaciones en la Riviera Maya, o en Barcelona, o a bordo de otros yates imperialistas, o al volante de su BMW fabricado en la Alemania capitalista feroz. Un aquelarre impúdico al más puro estilo de los hijos de los narcos.
Se nos han adueñado del país. Se están repartiendo el pastel en el portal. Ya no se esfuerzan por disimularlo siquiera. Están a la cara y lo llevan bordado en las gorras. Hoy saben que todo es cuestión de inercia, de un pueblo obediente que se extirpó la glándula de la indignación para dentro de casa, y solo se dejó viva la de la indignación para otras geografías y otros males: para protestar por retrasos de aviones en Miami, por ejemplo, o para exigir salvoconductos en Centroamérica, o para reclamar paroles o asilos en la frontera estadounidense.
Se nos han adueñado del país. Se están repartiendo el pastel en el portal. Ya no se esfuerzan por disimularlo siquiera. Están a la cara y lo llevan bordado en las gorras
Y yo venzo mi parálisis de la náusea, la que he sentido todo el día cuando CiberCuba nos explotó la carcajada burlesca que sale de la “Casa Vida Luxury Holidays”, y cedo al impulso tópico de repetir lo mismo que he pensado siempre y que esta evidencia apenas me lo confirma en un llover sobre mojado, muy mojado: que llevan sesenta años riéndose de un pueblo entero. Que han logrado una dictadura hogareña casi perfecta, sin apenas reductos de flaqueza, donde no importa cuánta pobreza hayan repartido a mansalva entre generaciones de cubanos malnutridos y peor vividos, siempre sabrán lograr que un cuadro con fotos suyas, con frasecitas de Revolución, con poses nobles y austeras, decore los vestíbulos y los stadiums y las salas de casa de todos aquellos cuyos futuros arruinaron sin vuelta atrás.
Llevan sesenta años riéndose de un pueblo entero; han logrado una dictadura hogareña casi perfecta, sin apenas reductos de flaqueza
Pero en la casa de $650 la noche, en las paredes de la mansión heredada por la Infanta Castrita, no figura uno solo de esos cuadros. No están tío abuelo Fidel, ni abuelito Raúl, con sus caras adustas y sus aureolas de faraones de Holguín. La capitalista salvaje que cobra por noche tres veces lo que el Bellagio, más vivaracha que los 13 rufianes de George Clooney que le asaltaron ese mismo casino a Andy García, no tiene a la Revolución en sus paredes. Tiene pinturas de clase y subasta, quizás adquiridas en la misma casa millonaria Sotheby´s donde su novio Arles del Río ha colocado los cuadros que pinta.
Y yo me admito que esta descarga de mi mala leche es cosa de catarsis terapéutica. Por mí. Y por los míos. Y por aquellos que sufrieron castigos inhumanos por llevar unos jeans ajustados, o que sufren hoy multas imposibles por vender cilantros y guayabas en una carretilla enmohecida sin permiso de los dueños del país, que les desprecian. Pero sé que de poco o nada sirve mi inflamación.
Si el reportaje que hemos publicado hoy en CiberCuba lo reprodujera mañana la televisión nacional, los cubanos se infartarían de sorpresa. Pero de que esto se publicara en televisión nacional. No de enterarse del modus vivendi de la genealogía familiar castrista. Todos lo saben. Todo ya se sabe. Pretender justificar la desidia y la marcha del Primero de Mayo, y el 86,8% para el Sí a la Constitución, con un presunto desconocimiento de la verdad me temo que ya no cuela. No. En este siglo veintiuno de Facebook y recargas, y parques Wifi y datos móviles de ETECSA, y de paquetes y mochilas, ya la cortina de humo del pueblo a espaldas de la realidad es más falsa que el patriotismo de Rafael Serrano.
Ahora mismo está pasando un sudoroso carretillero por los frentes de la “Casa Vida Luxury Holidays”. Él no sabe cuántas cosas no pagan los de ahí dentro, que sí paga él. “Las orientaciones llegan siempre desde las altas esferas del poder”, me dice Alcibíades Hidalgo, “y son muy claras, lo mismo para inspectores que policías que cualquier preguntador de cosas incómodas: ahí, ni acercar la nariz”. A veces el carretillero que pasa ahora mismo de veras no sabe. A veces elige no saber.
A las 6 de la tarde de este miércoles dejé a la Vilma, la Infanta Castrita, un comentario en su muro de Facebook. La chica, de facciones bien cercanas a su abuelo, había colgado un post en su muro publicitando su mansión. (¿Ya dije que estaban a la cara?) Le comenté: “Una maravilla de hogar, en el corazón de La Habana, para que todo el pueblo socialista cubano pueda disfrutar de él con sus salarios. Ahorrados íntegramente durante dos años, eso sí, para dispendio de una noche, pero qué más da. Estoy convencido de que esta modesta y obrera villa fue erigida con materiales del MICONS, y que solo los espúreos enemigos de Fidel y Raúl instigarían sospechas de que existe acaparamiento en este inmueble. Una monada de vivienda, Vilma, muy representativa del país que tu gremio familiar nos legó”.
Dos horas más tarde mi comentario era retirado, el post publicitario era borrado, y yo era bloqueado de la cuenta de Vilma Rodríguez, heredera de las pluralistas y tolerantes prácticas exportadas por su linaje. Me pateó lejos de su muro como mismo sus abuelos patearon al destierro, o a los calabozos, o al fondo del mar, o a los pelotones de fusilamiento, o a un exilio sin final, a quienes escribieron otros comentarios en otros muros de las calles cubanas.
No espero correr mejor suerte con Airbnb: también a ellos les he dejado mi reporte sobre esta propiedad. Lo he hecho en nombre de la nieta cuyo abuelo perdió quizás esta mansión, o una farmacia, o una tintorería, o la vida, para que esta nieta de hoy gozara de una fortuna muy sucia. Y de total impunidad.
La “Casa Vida” está erigida sobre la muerte. Vale la pena recordarlo. Al menos debería repensarse el nombre por cuestión de identidad familiar.
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