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En la Navidad de 1958, se inauguró el Cristo de La Habana. Mientras el presidente Fulgencio Batista oficiaba el acto, su esposa, Marta Fernández Miranda, seguramente se sentía satisfecha al ver cumplida la promesa que hizo en un momento de desesperación.
En 1957, durante el asalto al Palacio Presidencial, la Primera Dama cubana hizo una promesa rogando por la vida de su marido. Habiendo salido invicto Batista de aquellos hechos históricos, su esposa comenzó a prepararse para pagar la ofrenda.
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Marta Fernández de Batista, tenía pretensiones de convertirse en mecenas del arte cubano y como Primera Dama sabía las puertas que debía tocar para conseguir una escultura mítica, gigantesca, que pudiera ser admirada por toda una ciudad.
Logró recaudar 200 mil pesos para este empeño y eligió a la artista Jilma Madera para acometer el encargo. El Cristo de La Habana pesa 320 toneladas. Las 67 piezas que conforman la obra fueron construidas en Italia, con mármol de Carrara, y bendecidas por el Papa Pío XII.
La escultura se encuentra a 51 metros sobre el nivel del mar, en una colina de la barriada de Casablanca, a la entrada de la bahía de La Habana, la puerta más importante y antigua de la ciudad.
El 31 de diciembre de 1958, una semana después de cumplir su promesa la Primera Dama, la familia Batista salió de Cuba definitivamente. El Cristo nos acompaña hasta hoy como una vieja promesa que clama por el perdón, la bendición y la vida.
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