Después de estar parada media hora en una cola para entrar a una tienda en busca de comida, oigo que una mujer le pregunta al señor que encuentra a mi lado: “¿Sabe si hay picadillo?”. “Sí”, responde él. “¿De qué?”, le dice la muchacha. Y el hombre, ya pasado de los 60 años, le aclaró que no tenía idea de qué estaba hecho el picadillo, pero que le daba lo mismo como si era de gato.
Yo, que visito casi diariamente ese sitio, luego supe que el picadillo que había era de pavo, que costaba 1,40CUC y que era la única proteína que había entrado allí en dos semanas. Además, pude hablar con uno de los jóvenes custodios del lugar sobre la escasez de productos de primera necesidad y él se limitó a comentar: “Al paso que vamos mis nietos todavía tendrán que comer huevo y pollo una vez al año y olvidarse del pan, el aceite, la carne de cerdo y el pescado. Aquí el que coma picadillo puede darse con un canto en el pecho”.
De acuerdo con Juan, de 47 años, que se dedica a repartir los mandados de la bodega en un barrio de la periferia habanera, “cada día hay más insatisfacciones en la población por la mala calidad de algunos productos que se dan por la libreta de abastecimiento, pero ves que nos persiguen para como comprar una librita de aceite por ‘la izquierda’ o algún pedacito de pollo de lo que resolvemos en las bodegas.
“En las tiendas lo que sacan son ‘buchitos’ (poquitos) de cosas y ‘vuelan’ enseguida. Además, las sacan en horario laboral para que compren menos los trabajadores y más la gente que se las lleva por cantidades industriales, lo mismo para negocio (revenderlas en la calle o usarlas en restaurantes y cafeterías), que para acapararlos para el consumo familiar.
“El que tiene más posibilidades económicas rastrea la comida, sobre todo los cárnicos, y hace un pequeño almacén en su casa porque sabe que después desaparecen durante semanas. Aunque ya ni con dinero se halla lo más elemental que uno debe comer, no todos los cubanos tienen 2CUC para comprar una botella de aceite a la semana, o 7CUC para un paquete de muslo y once para uno de pechuga”, explica.
En el portal de un centro comercial, cerca de 100 y Boyeros, me aclara una mulata de unos 40 años que “la jugada está apretadísima”. Con una jaba de tela llena de paquetes de picadillo en las manos me afirma que conoce una tendera que le avisa cuando sacan cualquier cosa en el área de “los congelados”.
“Compro, por ejemplo, estos picadillitos de pollo en 1CUC (24 pesos cubanos) y los vendo en treinta (pesos) en ‘un dos por tres’. Éstos no son buenos, pero son los que hay. Los mejores los traen de Canadá, pero hace tiempo no se ven. De todas formas, al cubano le da lo mismo si la comida viene de Estados Unidos, Brasil o China”, confiesa.
Por otro lado, la ama de casa Julia indica que está teniendo que estirar el aceite “más que un chicle”. “He tenido que tomar medidas extremas y eso me recuerda el Período Especial. Me he acostumbrado en las últimas semanas a hacer todas las viandas hervidas y hacer sofritos con una o dos cucharadas de grasa. Incluso compré un pedacito de ‘gordo’ de puerco para sacarle la manteca para cocinar”.
Si bien las autoridades de los sectores agrícola y económico de la isla han asegurado que la demanda alimentaria total del país no se cumple nunca porque depende de la capacidad financiera, las importaciones, el proceso inversionista y la gestión, el desabastecimiento empeora a pasos alarmantes.
Sin dudas, la economía cubana está a años de poder lograr el suministro de “los principales productos priorizados” y la “mayor presencia en la circulación mercantil minorista de productos de líneas económicas” que ha proyectado para el 2019.
A estas alturas, la “realista” estrategia nacional trazada para el calendario en curso, que pretende respaldar una tasa mínima de crecimiento del 1,5 por ciento y propone ajustar los gastos a los fondos disponibles, sin incrementar el endeudamiento externo del país, solo muestra una ineficaz utilización de las reservas internas.
“Cuando apenas empieza el 2019 se nota que será un año negro con pespuntes grises. Definitivamente hay tanta falta de voluntad política como de recursos para mantener contenta a la gente. La sociedad está saturada de lemas y sedienta de resultados. Con toda la razón, el pueblo ya no se confía en quienes mandan”, plantea “El Chino”, propietario de un puesto que vende viandas, frutas y hortalizas en Marianao.
En palabras del cuentapropista de 43 años, “las justificaciones y las mentiras han desacreditado al Gobierno porque no soluciona los problemas de la vida real. Lo principal, que es la comida, está perdida y, tristemente, el panorama se agrava a diario. Hay una evidente y progresiva pérdida de la credibilidad estatal. Nadie cree sus promesas, sus supuestas soluciones, sus planes, sus programas y sus acciones.
“Pasando hambre nadie va a incrementar la producción o a hacer que este país funcione decentemente. Hay que darle dinero al campesino para que invierta en maquinarias y viva mejor. ¿De verdad alguien con un mínimo de cerebro piensa que con bueyes podemos desarrollar la agricultura o es una burla? Hay que atacar el problema principal que es la falta de divisas para invertir”, añade.
Desde la óptica del taxista Roberto, “la alimentación no es prioridad para el Estado porque dice una cosa, pero hace otra. Tenemos tierras fértiles hasta para exportar alimentos, pero a los dirigentes no les importa que comamos de ahí. Les conviene una crisis alimentaria para mantener altos los precios de los alimentos agrícolas.
“Es inadmisible que hasta el pollo que nos comemos tengamos que importarlo. Más que tantas visitas y reuniones, los que están arriba tienen que cambiar la forma de pensar. Hay deficiencias, indisciplinas, errores inaceptables en la planificación de los recursos y una enorme corrupción, pero también una visible ineptitud”, acota.
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