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Si Cuba fuera un país normal Yaíma Millares y Lázaro Gutiérrez Bacallao no serían noticia. El repentino estrellato noticioso que han adquirido ambos, varados en dos aeropuertos de América Latina como parias sin país de regreso, retrata una realidad repulsiva: la Cuba del siglo XXI conserva su condición de verdugo lo mismo dentro que fuera de sus fronteras de agua.
Yaíma Millares decidió plantarse en Panamá luego de -esta sí- haberlo hecho también dentro de Cuba. Con sus tres hijos a cuestas y el cuarto en su interior protagonizó una escena de desesperación en el aeropuerto Tocumen para implorar que no la deportaran a Cuba. Su barriga fue su mural para pedir ayuda, literalmente. Y de nada sirvió. Panamá le acaba de informar que revisaron su caso, y que su solicitud de asilo ha sido denegada. Tiene siete días para abandonar el país.
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Lázaro Gutiérrez ni siquiera pide no ser deportado: pide ser alguien, algo, de algún sitio. Cuando dijo en un video “Ya ni sé de dónde soy” lanzaba al aire una declaración desesperada como pocas: su país no le recibe y ningún otro lo adopta. Lázaro vive hoy su día número 17 en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, sin saber qué pasará con él. Cuba no le deja volver, lo ha declarado “No Admisible” por pasarse más de dos años fuera sin regularizar su status, y Colombia le impide salir del aeropuerto a las calles bogotanas. Es nadie.
Son emblemáticos, pero no excepcionales. Antes que ellos hubo cubanos congelados en el tren de aterrizaje de un avión, cubanos auto enviados en cajas de correo, cubanos por aire, mar, tierra, escapando a como diera lugar de un paraíso tropical al que la opinión pública internacional intenta no tocar ni con la punta de un alfiler.
Sucede que, de repente, los mandamases de Cuba se han acordado de cuánto poder almacenan en sus documentos y regulaciones y herramientas burocráticas: la “Reforma Migratoria” que en 2012 firmara Raúl Castro está sacando las uñas por estos días. Se está ensañando con un ex almacenero de Batabanó al que ni siquiera han concedido el raro derecho a ser deportado de vuelta a casa.
La “Reforma Migratoria” no tiene el descaro de admitir abiertamente que le retira la ciudadanía cubana a quien no cumpla con sus disposiciones draconianas. En la praxis, lo hace. Dice explícitamente que quien no cumpla con las regulaciones de la Ley de Migración, aunque sea cubano, puede verse impedido de retornar a su país. Una aberración.
Es lo que están haciendo con Lázaro Gutiérrez. Es de lo que ha querido escapar Yaíma Millares. Un Estado abusador, arribista, vengativo. Un Estado que nos obliga a ser cubanos para pagar un humillante pasaporte pero nos condiciona la cubanía a acatar sus normas, so pena de dejar precisamente de ser cubanos.
Así llevamos demasiadas décadas. Sin país ni embajadas de respaldo: las embajadas cubanas desperdigadas por el mundo son cualquier cosa menos el refugio seguro para sus nacionales. Como el gobierno cubano sigue mirando con desprecio y hostilidad a quienes emigran -aunque el discurso oficial cante otro verso- sus emplazamientos diplomáticos son cualquier cosa menos amistosos con los cubanos que deambulan por Europa o América Latina. De los de Estados Unidos para qué hablar.
Pienso en esto ahora que Yaíma Millares debe pasar su último puñado de días junto a tres niños y un bebé nonato ideando qué hacer, cómo escapar de la deportación. Ahora que Lázaro Gutiérrez nos pide ayuda cada día desde su aeropuerto-hogar, donde hace un frío endiablado, como recordatorio de que frialdad es lo único que ha encontrado a su paso por Ecuador, Brasil, México o Colombia. Y por Cuba. Sobre todo a su paso por Cuba, de donde fue expulsado a tierras de destierro que tampoco le quieren.
Los cubanos somos, todos, los palestinos de los que nadie habla. Sin tierra, sin país cierto. Somos los emigrantes cuyas caravanas nadie toma como símbolo y bandera de supervivencia. Algo mal habremos hecho. El karma no puede haberse ensañado tanto con nosotros.
El vientre enorme y sufrido de Yaíma, la voz temblorosa y desesperada de Lázaro, los aeropuertos inmisericordes y ajenos: todo es símbolo de una nación deconstruida por un gremio familiar que ni se termina de morir del todo ni termina de dejar en paz al pueblo que hace sesenta años regenta.
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