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Amaury Pérez –víctima de su cobardía política y mediocridad profesional solapada en su oportunismo político– acaba de negar la esencia de su programa “Con dos que se quieran” en una entrevista a la eterna vicedirectora del ICAIC, Lola Calviño, que subió la parada, pero solo consiguió de su anfitrión maniqueísmo y una edición a machetazos.
Estos actos de cobardías –habitual en los genuflexos al servicio de las dictaduras– deben ser guardados para que en el día de mañana el afectado no caiga en la tentación de vender una versión edulcorada de su atropello contra Lola Calviño, aunque tenga al menos el escape de alegar que los mandantes de la televisión que le paga eran los malos y él un sobreviviente.
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Lola Calviño mantuvo todo el tiempo un tono amable, pero sin renunciar a decir lo que piensa sobre el cine actual y, especialmente, la falta de un proyecto nacional que unifique a los cubanos en una idea y recordó cómo, en los tiempos de su fallecido esposo Julio García Espinosa y de Alfredo Guevara en el cine cubano hubo debates intensos.
Pérez, acostumbrado a la mansedumbre de sus invitados con raras excepciones, intentó escabullirse, asumiendo una pose de ofendido por el maltrato a Martí, al que considera intocable; pero Lola no se dio por aludida y ripostó que aún cuando no compartamos el punto de vista del otro, tenemos que ver las películas y luego debatir y hasta criticarlas, pero no censurarlas previamente.
Con su indigencia moral, Amaury Pérez contribuye a consolidar las zonas de ominoso silencio que el tardocastrismo ha identificado como conflictivas y que no deben ser abordadas públicamente.
Además de felón, Pérez carece de la cultura necesaria para conducir un programa como el que perpetra junto a un grupo de colaboradores, como quedó evidenciado en sus charlas con Antón Arrufat, Eusebio Leal o el recién fallecido Cardenal Ortega Alamino.
Preso ya del pánico crónico que padecen los simuladores, Amaury Pérez desperdició el relato de Lola Calviño sobre los orígenes de la Escuela de Cine Latinoamericano y la conspiración que organizaron para ello, Gabo, Julio y Fidel, que luego sirvió para involucrar a Birri y a la propia entrevistada.
En el colmo de su cinismo, Amaury Pérez llegó a acusar a los jóvenes cineastas cubanos de mostrar sola una realidad terrible de Cuba y no cruzar del río Almendares hacia el confort de papier maché, del que disfrutan él y otros tracatanes instalados en la zona de Miramar. Ahí se retrató, como aquella vez que arremetió contra la aduana porque lo hizo cumplir con sus obligaciones ciudadanas.
En fin, una pena de un programa que pagan todos los cubanos para el lucimiento de un mediocre que vive fingiendo a toda hora y que, creyéndose miembro de la subguara, se comporta groseramente como hizo con Lola Calviño, muy por encima de su entrevistador durante todo el programa.
El pecado original de estos cobardes guatacas es que ignoran que el poder real los desprecia porque sabe que siempre llegan tarde a la penúltima orientación y que no dudarían en traicionar cuando crean que llegó la hora de los mameyes.
Aprovechar una respuesta de Lola Calviño para lapidar a los jóvenes cineastas es una felonía solo concebible en la cabeza de alguien que lleva años huyendo de sí mismo; una cosa es que tenga que respetar determinadas reglas de juego en una televisión estatal y otra muy diferente es que la use para agredir a una invitada y silenciar un debate que trasciende incluso al propio cine cubano.
El problema de llevar tantos años fingiendo es que el simulador asume tanto su pueril personaje que acaba siendo un mentecato.
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