Un reciente reporte del Noticiero de la Televisión Cubana (NTV) destacó la labor del Centro de Gestión Documental del ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX) como una institución clave en la conservación de documentos históricos relacionados con la diplomacia del país en los últimos 125 años.
No obstante, la presentación de estos archivos, y la interpretación que hacen de su valiosa colección los funcionarios que la custodian, revelan una marcada carga ideológica encaminada a reforzar la narrativa oficial del régimen.
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Entre los documentos resguardados en este centro se encuentran el original de la Enmienda Platt, el Tratado de Reciprocidad Comercial y el acuerdo de bases navales y carboneras con Estados Unidos.
El reportaje televisivo enfatizó el valor patrimonial de estos documentos, pero los enmarcó en el relato histórico construido por el régimen cubano, que describe la etapa republicana previa a la Revolución de 1959 como "neocolonial", un término clave en la historiografía oficial.
Según la prensa oficialista, que se hace eco de la versión del MINREX, estos archivos demuestran "cómo el gobierno de los Estados Unidos dominó a Cuba luego de concluida la guerra de independencia contra España".
Sin embargo, esta interpretación omite los avances económicos, cívicos y democráticos logrados por la nación cubana durante la etapa republicana. Al subrayar exclusivamente la dependencia de Cuba con respecto a Estados Unidos, se refuerza un relato que justifica la permanencia del actual régimen en el poder.
Un ejemplo claro de esta narración es la presentación del Tratado Hay-Quesada, firmado en 1904 y ratificado en 1925, en el que se reconoce la soberanía cubana sobre la Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud).
Este acuerdo se describe por la historiografía oficial como resultado de una "batalla política y diplomática librada durante más de dos décadas por los cubanos", poniendo en valor la reivindicación cubana en el diferendo, más que el proceso diplomático de diálogo y negociación para alcanzarlo.
Y es que, a lo largo de más de 66 años de dominación violenta del régimen totalitario, a La Habana le interesa más proyectar la imagen de una “pequeña isla asediada por el imperio”, insistiendo en el “criminal bloqueo” de un enemigo externo, que la de una fecunda tradición de diálogo, encuentro y discrepancias tratadas de manera diplomática, institucional y civilizada entre países vecinos.
Asentada en una tradición de conflicto y enfrentamiento, la "diplomacia revolucionaria" del régimen cubano pretende pervertir la memoria histórica de la nación que, con luces y sombras, avanzó en la construcción de una República y un Estado democrático de la mano del vecino estadounidense.
Si bien en la sociedad cubana de entonces existía diversidad de posiciones respecto a esta realidad, las relaciones con Estados Unidos se forjaron en un clima de mutuo respeto y entendimiento, y reportaron beneficios a ambos países.
Sin embargo, la “historiografía revolucionaria” puso todo su empeño para borrar todos los datos y matices que explican la relación histórica de ambas naciones, para resaltar aquellas corrientes “antimperialistas” que condujeron a la imagen estereotipada del “David frente a Goliat” y a esa diplomacia plañidera y victimista que practica La Habana desde 1959.
En los tiempos que corren, con la nueva administración Trump en la Casa Blanca y el liderazgo del cubanoamericano Marco Rubio en el Departamento de Estado, a La Habana le preocupa sobremanera el giro que pueda dar la política exterior de Washington, ya sea en un sentido de mayor presión, o de apertura y negociación.
Y es que, luego de haber arruinado al país, vulnerado los derechos de los ciudadanos y provocado el mayor éxodo migratorio de la historia, el régimen cubano está corrupto hasta la médula, es consciente de su ilegitimidad y está incapacitado moral y materialmente para sentarse a la mesa con Estados Unidos, un escenario que temen más que las sanciones por su falta de práctica y conocimiento para llevar adelante una negociación. Y porque teme que ello haga realidad su peor pesadilla: perder el poder.
La manipulación de la historia para servir a sus intereses ha sido una estrategia recurrente del régimen cubano a lo largo de las décadas. La exaltación del "programa nacional de memoria histórica" del MINREX forma parte de un esfuerzo continuo por afianzar una versión oficial de los hechos, ocultando aspectos que podrían desafiar el discurso político vigente. Mientras tanto, documentos clave que podrían ofrecer una visión más equilibrada del pasado continúan fuera del alcance del público y de investigadores independientes.
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