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En su más reciente discurso, el mandatario cubano Miguel Díaz-Canel demostró una vez más la naturaleza excluyente y contradictoria de su régimen. Al clausurar la IV Conferencia "La Nación y la Emigración", afirmó que en su visión de Cuba "no caben los que conspiran", una frase que resuena con un eco ominoso en los oídos de aquellos que han sentido el peso de la represión del régimen.
El gobernante aseguró tener un compromiso con "fortalecer los vínculos con los cubanos en cualquier parte del mundo", pero simultáneamente excluye a aquellos que critican su gobierno. Esta dicotomía revela una falta de compromiso real con la inclusión y la democracia. Díaz-Canel busca una Cuba "con todos y por el bien de todos", excepto con aquellos que se atreven a desafiarlo.
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Más preocupante aún es su afirmación de que no se negará a "crecer en derechos para todos", excepto para aquellos que, según él, trabajan para gobiernos extranjeros en un intento de destruir su proyecto. Esta retórica no solo es divisiva, sino que también pone en peligro a cualquier cubano que busca la reforma y la libertad de expresión.
El presidente se jacta de la "numerosa y variada" presencia de cubanos en el extranjero, ignorando las duras realidades que han impulsado a muchos a abandonar su tierra natal: la pobreza extrema, la falta de libertades y la represión. Alardea de una "resistencia creativa" frente a la pandemia, pasando por alto el colapso del sistema de salud pública. Y, finalmente, extiende una invitación condicional a los cubanos en el exterior para que se unan a su visión de la revolución, una que excluye a cualquiera que no esté de acuerdo con sus políticas. Tratando de borrar el desprecio y las vejaciones que han tenido que soportar generaciones de cubanos que han decidido abandonar el país.
Casi el 11 por ciento de la población cubana vive en el exterior, una cifra que refleja no solo la crisis económica y social en la isla, sino también la desesperanza de una juventud que no ve futuro en su propio país. En los últimos años, durante el mandato de Díaz-Canel, hemos visto cómo la crisis migratoria se ha intensificado, con 200,287 cubanos llegando a suelo estadounidense en el recién terminado año fiscal 2023, marcando así la mayor crisis migratoria de Cuba en las últimas seis décadas.
Este discurso no es más que un intento de consolidar una falsa narrativa de unidad y fuerza, mientras se margina y silencia a aquellos que buscan genuinamente una Cuba mejor. La verdadera unidad y fuerza provienen de la inclusión y el respeto por todas las voces, no solo aquellas que cantan alabanzas al régimen.
Es hora de que Díaz-Canel y sus secuaces dejen el poder, abriendo paso a una Cuba diversa y libre, donde se valoren y respeten los derechos humanos y la libertad de expresión, pilares fundamentales de cualquier sociedad democrática y próspera.
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