Acabo de leer un artículo en el diario Granma escrito por una "emigrada" cubana y casi no puedo teclear del insulto que me ha dado tal sarta de ofensas y disparates.
Esta señora nos ha llamado resentidos, infantiles y cobardes a los emigrados y exiliados. Y se supone que es un artículo para "calmar los ánimos" de los emigrantes que simplemente llevamos más de 60 años, otros antes que yo, exigiendo nuestros derechos como cubanos.
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Esta señora dice confiar en su gobierno, que no es el nuestro, para resolver las situaciones que nos incomodan a los emigrantes. A esta confiada señora le digo que es precisamente su gobierno el que nos despojó de todos los derechos por abandonar nuestro país; no han sido los gobiernos de España o de EE.UU. o de México, donde ella radica. No, el Gobierno cubano desde el primer día eligió y decidió pisotear los derechos de todos los que osamos irnos a vivir lejos de su miseria y tiranía, ¿o quizás ella se fue a México porque le gustan los tacos y los mariachis?
Que algunas cosas han mejorado es indiscutible, pero son nimiedades con respecto a lo que aún nos adeuda el gobierno de la Isla. Haciendo un recuento: se ha eliminado el permiso de salida, el pago de las prórrogas de estancia en el exterior, y se extendió a dos años el periodo tras el cual nos despojan de todos nuestros derechos como cubanos. ¡Qué poco, qué triste!
El permiso de salida convertía al gobierno cubano en un carcelero de nuestro pueblo. Era inaudito que un ciudadano tuviera que pedir permiso para salir de su país. Esto, señora, es un derecho humano, respetado por la inmensa mayoría de los países del mundo. Su eliminación fue más pragmática que genuina; existía un rechazo mundial por esta práctica oprobiosa, y en la realidad, aún el Gobierno puede ejercer control sobre aquellos que le interesa mantener en la isla prisión. Puede preguntarle a Lidier Hernández, quien ha sufrido en la isla durante meses por la negativa del régimen a dejarlo regresar a Uruguay. Por esta situación perdió su empleo y se afectó profundamente su vida. Puede preguntarle a Iliana Hernández, ella se encuentra "regulada", palabra utilizada para aquellas personas que tienen prohibido salir del país. En ambos casos, por mostrarse opuestos al gobierno en que usted dice confiar.
También habla de que quienes vivimos fuera de Cuba reclamamos los 40 dólares de las prórrogas y la obligatoriedad de ir a Cuba cada año, o dos, porque nos es difícil la vida en el capitalismo y no tenemos economía para ese gasto. ¿Y a usted qué le importa en qué yo gasto mi dinero? Y aun si mi economía me permitiera pagar perfectamente ese dinero, quizás este año quiera comprar un pasaje a las Maldivas y gastarme los 500 euros de las prórrogas en esas vacaciones. Es mi dinero, y no tendría que pagar nada por mantener mis derechos en Cuba. Ni siquiera debería existir la obligación de regresar cada dos años.
Pero ahora vamos a los derechos que aún no me devuelven, que no es que me los otorgue magnánimamente su confiable gobierno; no, su gobierno nos arrebató estos derechos. Solo le pongo un ejemplo: mi abuela española emigró a Cuba de niña, en los años 20 del siglo pasado. No perdió nunca sus derechos como española, viajó dos veces a España ya muy mayor y, en ambos ocasiones, la embajada de España le dio el pasaporte de manera gratuita. Tuvo que pagar obviamente su permiso de salida cubano, para salir de su patria adoptiva y visitar su patria de nacimiento. ¿Qué curioso no? Hasta el día que murió, mi abuela votó regularmente en todas las elecciones de España. Sin falta y con tiempo le llegaban las boletas electorales tanto del PP como del PSOE y ella, religiosamente, siempre votó por el PSOE. En Cuba, en cambio, se realizó un referendo constitucional, en el que el gobierno no nos permitió a los emigrados participar en la decisión de aprobar o no la nueva constitución. ¿Tengo acaso que confiar en ese gobierno?
Vamos un poco más al inicio de la historia revolucionaria. ¿Sabía usted que quienes se marchaban en los años 60 solo podían llevarse tres mudas de ropa, un par de zapatos y ningún valor, ni joyas ni dinero? Eso lo vivió mi familia. En mi casa se guardaron los anillos de compromiso de mi tía hasta que un día su gobierno permitió, por vez primera, que los emigrados volvieran de visita a Cuba y mi tío pudo recogerlos. No se podía llevar ni siquiera un reloj, ni un anillo, ni siquiera un dólar, nada de nada. ¿Acaso alguien puede confiar en un gobierno que hace eso?
¿Sabía usted que las casas y carros de quienes se marchaban del país las decomisaban? Pero en adición a esto, quizás por mero ensañamiento, antes de emigrar, les hacían un inventario, todo lo que había en la casa debía estar igual el día de la salida o no les daban la autorización. Mi tía, que vivía en la casa de al lado, tuvo que pedir a mi mamá dos vasos de cristal que se le habían roto para poder entregar la casa y recibir el salvoconducto. Y finalmente, los que se marchaban debían abandonar su casa, que era sellada, dos o tres días antes del viaje, e irse a vivir en casa de algún familiar o amigo esos días finales en su país, viendo su propia casa cerrada y sabiendo que pronto estaría en manos de un dirigente del régimen.
Esta situación se mantuvo hasta hace muy poco, ahora los cubanos pueden vender su casa antes de irse del país. Pero a los que nos vamos y dejamos a padres o abuelos detrás nos recome el alma saber que cuando nuestros familiares fallezcan, el gobierno se quedará con nuestras casas, porque decidimos no regresar antes de los dos años. ¿Confianza?
¿Y qué decir de los médicos, deportistas y otros que decidieron quedarse a vivir en los países a donde fueron por trabajo? El Gobierno cubano los llama desertores, qué palabra más dura, y les impide regresar a Cuba hasta 8 años. ¿Puede haber castigo más cruel que separar a un padre o madre de sus hijos durante tanto tiempo? Y la medida solo tiene un motivo, el escarmiento, el aviso a otros del enorme costo que tendría ese paso.
¿Se supone que debo dejar de lado mi resentimiento porque el gobierno, ahora, dice estar dispuesto a escucharnos? ¿En serio?
El gobierno lo primero que tiene que hacer es pedir perdón por los derechos pisoteados, durante ya 60 años, a más de dos millones de cubanos emigrantes. Tiene que pedir perdón por habernos llamado escoria, lumpens, gusanos, mal nacidos y excubanos. Tiene que pedir perdón por los actos de repudio, por los huevos y piedras tirados a las familias que emigraban. Tiene que pedir perdón por las propiedades confiscadas y por el desprecio y maltrato continuo en los consulados. Tiene que pedir perdón por lo que nos ha pisoteado todos estos años.
Cuando termine de pedir perdón, el gobierno debería darnos las gracias por los miles de millones de dólares que enviamos a la Isla cada año. Esos que nuestras familias gastan en las tiendas más caras del mundo o en el Internet más costoso del mundo. Esos dólares que ellos mismos reconocen que quieren usar, dicen, en reaprovisionar las paupérrimas industrias nacionales. Díaz-Canel debería pararse en público y agradecer a los emigrados cubanos su aporte vital a la economía del país.
Y finalmente, el gobierno tiene que restaurar TODOS nuestros derechos como cubanos: derecho a la propiedad, derecho a participar en elecciones y referendos, derecho a entrar y salir libremente, sin límites ni trabas, de nuestro país, entre otros.
Cuando todo esto ocurra puede ser que comencemos a confiar en el gobierno de la misma manera que usted dice que hace. Mientras tanto, yo y miles de emigrados cubanos seguiremos exigiendo nuestros derechos, no por resentimiento ni cobardía ni infantilismo, sino porque es lo justo, lo que nos toca porque, sin importar dónde vivamos y por encima de todo, somos cubanos.
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