Síndrome de La Habana: Desvaríos a falta de higiene mental

El gobierno dictatorial en Cuba tuvo la oportunidad de cometer estos actos, porque las víctimas estaban en su territorio, pero no se sabía ni se sabe aún de dónde habría sacado un medio tan sofisticado para causar sordera y otras anomalías de salud entre diplomáticos del montón.

Embajada de Estados Unidos en La Habana. © CiberCuba
Embajada de Estados Unidos en La Habana. Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 1 año

Tras investigar por más de seis años los llamados “incidentes de salud anómalos” reportados como síndrome de La Habana, siete agencias de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos descartaron que hubieran sido provocados por acciones de adversarios extranjeros usando armas de energía dirigida.

El reporte, dado a conocer esta semana, involucró a las más importantes agencias de investigación, incluida la CIA, y concluyó que no se podían atribuir los síntomas a una causa externa distinta de una afección preexistente o de factores ambientales.


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Viene al caso ahora recordar, con necesaria pertinencia, el nacimiento de la cortina de especulaciones que rodearon los enigmáticos incidentes. Sin haber investigado nada, por simple lectura de notas de prensa, una cohorte de anal-istas (sic) y políticos propagó que como el gobierno cubano era responsable de proteger a los diplomáticos extranjeros, entonces era “el único culpable” de que empleados de las embajadas de Estados Unidos y Canadá en La Habana fueran atacados con “algún mecanismo artificial” a fines de 2016, porque este artefacto no pudo ser empleado por otras personas que “no formasen parte del gobierno cubano o actuasen en completa colaboración y complicidad con él”.

Reglas de higiene

Sólo que los actos terroristas, ya sea atacar diplomáticos en tierra, tumbar aviones en vuelo o volar un gasoducto en el mar, no son cosa de propaganda política, sino de investigación criminal con estricta sujeción a reglas ajenas a toda bandería, como el análisis de medios, oportunidad y motivo.

Se cae de la mata que el gobierno dictatorial en Cuba tuvo la oportunidad, porque las víctimas estaban en su territorio, pero no se sabía ni se sabe aún de dónde habría sacado un medio tan sofisticado para causar sordera y otras anomalías de salud entre diplomáticos del montón.

Mucho menos se podía ni se puede explicar qué motivo habría tenido Cuba para entorpecer o dejar que entorpecieran el normal desarrollo de sus relaciones diplomáticas con Estados Unidos, de las cuales la dictadura saca verde provecho, y con Canadá, fuente primera del turismo a la isla y cuarta de sus importaciones. Mucho más plausible sería la motivación de perjudicar esas relaciones.

Además de por el gobierno receptor, los diplomáticos y sus familiares están protegicos por el cuerpo de seguridad de sus propias embajadas. Así cobra especial interés el testimonio del teniente coronel Francisco Estrada Portales, jefe de la Sección de Investigación Criminal del Ministerio del Interior (MININT).

“Al momento de denunciarse estos hechos por la embajada de Estados Unidos [17 de febrero de 2017], el jefe del Departamento de Seguridad Diplomática del MININT llamó a una entrevista al jefe del Área de Seguridad de esa sede, y al indagar con él sobre la ocurrencia de los hechos, en función de precisar datos para desarrollar nuestra investigación, resultó que este funcionario desconocía la ocurrencia de esos hechos [y luego] fue reportado como uno de los atacados”, declaró el coronel Estrada Portales.

El Jefe del Área de Seguridad, Anthony Spotti, no salió ni ha salido todavía a desmentir a Estrada Portales. Tendría que hacerlo para justificar la culpa exclusiva que venía arrojándose sobre el gobierno cubano, pero todo parece indicar que Spotti sabe perfectamente que el MININT grabó esa conversación.

Tembleque y delirio

No sólo tenemos desde exfuncionarios del castrismo que pasaron a desempeñar otras tareas y vocearon por Radio TV Martí la necesidad de “decodificar la desinformación” de Cuba sobre el síndrome de La Habana, hasta otrora apologistas del socialismo en Granma que desfogaron su espíritu crítico con que Joe Biden había “echado tierra al tema de la agresión a diplomáticos”.

Hemos tenido también políticos alardosos que despacharon la culpabilidad de aquel acto terrorista con que el gobierno de Cuba era autor o cómplice y... chirrín chirrán.

Así, la única medida consecuente sería la represalia militar, porque en la guerra declarada por Estados Unidos contra el terrorismo tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata. Estados Unidos habría tenido entonces que por lo menos mandar drones a bombardear el cuartel del Departamento de Seguridad Diplomática del MININT, pero los alardosos no instaron a esta posible represalia.

Por el contrario dieron continuidad a esa tradición de Washington ante el problema cubano que un león tusado de la CIA, Howard Hunt, definió tan requetebién: We didn’t have the cojones to follow through (No tuvimos cojones para dar seguimiento al plan). La represalia consistió esencialmente en dejar de prestar servicios a los cubanos que buscaban una visa para un sueño migratorio como refugiados o para reunificarse con sus familias, y se vieron obligados a arrostrar la pesadilla de viajar a Guyana u otro lugar.

A la larga, el síndrome de La Habana terminó siendo un fenómeno global, con reportes de casos en unos 70 países y locaciones, incluidas dependencias gubernamentales de Washington DC.

Ahora que las agencias de inteligencia de Estados Unidos descartan la responsabilidad de Cuba, la próxima matraca será la traición, como cabe deducir de la falta de higiene mental en los enfoques con ciego partidismo.

La conclusión científica no es definitiva y los investigadores serios han sido cautelosos a la hora de dar una palabra final sobre las causas de este prolongado enigma, pero lo que sí parece cada vez más claro en las indagaciones es que los globos se van desinflando sin necesidad de tumbarlos por la fuerza.

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Arnaldo M. Fernández

Abogado y periodista cubano. Miembro del grupo Cuba Demanda en Miami.


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