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La cubana Jeibis Rivero Quesada, residente en la provincia Granma, denunció este jueves “el miedo y el trauma” que sufrió en el hospital Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, a consecuencia de la violencia obstétrica y aseguró que parir en Cuba es una tortura.
En una publicación desde su perfil de Facebook, la joven madre -quien dijo ser asistente educativa del Seminternado Conrado Benítez García en el municipio de Jiguaní- hizo un recuento detallado del maltrato del que fue víctima desde que llegó al hospital.
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A la institución de salud de Bayamo había sido remitida por un doctor de su municipio, por amenaza de parto pretérmino, con solo 35 semanas y media de gestación. Sin embargo, la bienvenida de mediodía fue “nada amigable y muy poco ética”, señaló la mujer, de 25 años.
La doctora de guardia, Ana María Quesada, vestía “muy elegante y extravagante”; llevaba “un turbante rojo en su cabeza, unas pestañas postizas exageradamente grandes y unos zapatos de tacón fino altos”, recordó.
Frases como “a ver, mi’ja, ¿qué tienes?”, “niñaaa,no te he preguntado que te pasó” y “haz lo que tú quieras”, se sumaron al maltrato que experimentó la embarzada. Además, recuerda la víctima, “no me hizo pregunta alguna, ni siquiera me examinó, es que no me miró a la cara y jugando con su teléfono de mala gana”.
Casi cuatro horas más tarde, la doctora la llama para examinarla. Con la misma mala forma y restándole importancia a su cuadro clínico, le dijo: “Estás ahí sentada porque a mí me da la gana, es más, no te envío para Jiguaní ahora mismo porque es muy tarde. Yo no te voy a ingresar, tú no tienes nada”, rememoró la joven.
“Mandó a la enfermera a retirarme el suero, luego me examinó con tremendo maltrato que, de hecho, me lastimó”, agregó. El diagnóstico fue que la pérdida de líquido era apenas secreción vaginal, y se negó a ingresarla. “La enfermera que estaba de guardia le dijo a mi mamá en voz baja ‘mamá, no te la lleves para Jiguaní’”, recordó.
“Me quedé asombrada de la falta de sensibilidad y de humanismo de esa doctora, me sentí maltratada, dolida, teniendo en cuenta que cuando un paciente va al médico más que una pastilla o una inyección busca ese aliento, esa esperanza de que todo va a estar bien”, dijo.
Por suerte para Jeibis, el relevo de la guardia médica mostró más humanidad y empatía. Le volvieron a poner el suero de Nifedipina que necesitaba para reducir la posibilidad de parto prematuro, aunque lamentablemente, la aguja no era de la medida requerida:
“Una vez más tuve que pasar sin necesidad por la tortura de que me pusieran un trocar habiéndome retirado el que yo llevé puesto hacía unos minutos que era finito, delicado y sencillo por uno súper gordo que aún a los 10 días tenía el brazo azul”, dijo en referencia al hematoma que le provocó.
Seis horas después de llegar al hospital fue que le asignaron una cama, aunque no fue hasta el día siguiente en que pudo ser ubicada en la sala de perinatología donde debía estar por su condición de riesgo y de cuyo personal dijo no tener quejas. Solo estaría allí dos días, antes de que la regresaran a la sala inicial.
“El martes 7 de junio con 36.2 semanas de gestación el médico Equicio Marzo Pérez en el pase de visita me preguntó qué por qué estaba ingresada”, continua la joven y prosiguió a narrar un escenario similar al sufrido con la doctora Quesada. El nuevo doctor ordenó que regresaran a la paciente para su municipio, donde no practican partos, sin apenas examinarla.
A las súplicas de la embarazada por la vida de su bebé, el doctor le respondió: ¿“Y a mí qué me importa eso?. Te tienes que ir”, recuerda Jeibis. “Le di la espalda sin decir nada y empecé a llorar por unos segundos, pues respiré profundo pensando en mi hijo y abracé a mi mamá”, lamentó la futura madre.
Afortunadamente, cuenta la joven, el médico residente se solidarizó con ella y le prometió que no firmaría su alta médica. “Me volvió el alma al cuerpo pues lo único en lo que siempre pensaba era en el bienestar de mi bebé”, confesó.
Los días 8 y 9 de junio el mismo médico que quería devolverla a Jiguaní, insistió en el traslado acusándola de querer permanecer en el hospital sin motivo, y una y otra vez hubo un residente que lo impidió.
Ïndignada por el tono irrespetuoso del especialista, que llegaba a cuestionar, incluso delante de estudiantes, el trabajo del médico residente que la atendió el día antes, la granmense expuso las causas por las cuales le aborrecía aquel hospital.
"¿Cómo voy a querer estar en un lugar donde las cucarachas caminan por tus pies al dormir; donde tienes que mantener todo estrictamente tapado porque se llenan de cucarachas al segundo; donde los baños son un asco y en tres salas solo sirve una ducha a lo que lleva tres horas en una cola para bañarte, donde la comida, el almuerzo, el desayuno, las meriendas, todo es de mala calidad y bien poco?”, dijo sobre las pésimas condiciones del centro de salud.
El sábado 11 de junio, ya con ya con más de 36 semanas y media de gestación volvió el medico y esta vez sí logro tramitar el traslado. “Me enviaron para Jiguaní a las 2 de la tarde, fui sentada desde Bayamo hasta Jiguaní, pues en la ambulancia iba una operada. Fueron los minutos más largos de toda mi vida pues ya las contracciones eran más fuertes y duraderas”, rememora.
Al llegar a Jiguaní y tras examen ginecológico, Jeibis fue regresada de urgencia a Bayamo en la misma ambulancia.
“Pregunto: ¿Por qué tanta falta de respeto?. ¿Por qué pasar por semejante situación? ¿Por qué hacerme pasar tanto miedo? Temía por la salud mía y de mi bebé. ¿Por qué tanto relajo y descontrol por parte del personal médico de Bayamo? ¿Por qué tienes que irte para un hospital con el miedo de que algo puede salir mal por la falta de sensibilidad y de profesionalismo de algunos médicos?", cuestionó.
Finalmente, el 12 de junio, nueve días después de haber llegado al hospital de Bayamo por primera vez, llegó el momento del alumbramiento y en el salón de partos se sucedieron más malos tratos y violaciones a la ética profesional y al protocolo médico.
“Me pasé 3 horas y pico sentada en un balance de suiza con las piernas abiertas con un cinturón puesto para sentir los latidos del corazón de mi bebé. En ese balance vomité dos veces y me oriné no sé cuántas y nunca nadie vino a limpiar, ni a preocuparse cuando esto me estaba pasando. Sólo me miraban y me retorcían los ojos”, lamenta.
A Jeibis le aplicaron la maniobra de Kristeller, que consiste en apretar a la embarazada por las costillas, y presionar hacia abajo para conducir al bebé al canal de parto. Por ser una maniobra que puede poner en riesgo las vidas de la madre y el niño, desde 2014 la OMS está aconsejando no sea practicada, lo cual ha sido ignorado en Cuba.
“Una mujer alta muy pasada de peso se me subió encima y me empujó al bebé (supongo que fue eso lo que intentó hacer). Sentí que mi bebé salió”, dijo la joven quien asegura haber sentido “un dolor tan grande” que le dio la sensación de que le había unido “el estómago y todo con el caballo”, dijo en referencia a la mesa de examinaciones ginecobstetricias.
Recientemente fue publicada la web Partos Rotos que expone testimonios, estadísticas y análisis sobre la violencia obstétrica en Cuba. Con un total de 514 cuestionarios respondidos por madres cubanas en el momento de su lanzamiento, cientos de mujeres más continúan contando sus experiencias y sumándose a la denuncia.
“Por Dios ¡qué sufrimiento! En otros países el momento más lindo de toda mujer es parir; aquí es una tortura las cosas que te hacen pasar”, sentenció.
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