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El apoyo del régimen cubano a Putin: Cuando la soberanía deja de ser el argumento

La libertad de los cubanos debe estar en primer plano antes que esas vergonzosas imágenes de entreguismo del mujik de Placetas, poniendo Cuba en bandeja al imperialismo ruso. La temeraria apuesta de Putin coloca a Díaz-Canel a saltar sin red en el circo ruso. El mutis por el foro que pretende el régimen de La Habana lo deja aún más en evidencia.

Miguel Díaz-Canel y Vladimir Putin en el Kremlin © Granma / Estudios Revolución
Miguel Díaz-Canel y Vladimir Putin en el Kremlin Foto © Granma / Estudios Revolución

Este artículo es de hace 2 años

La invasión de Putin a Ucrania pone al régimen de La Habana en un escenario todavía más complejo y adverso. Más allá de las implicaciones criminales de recurrir a la guerra, la euforia imperialista de Vladimir Putin es la reacción violenta de un poder cuyos intereses son contrarios a la democracia y la libertad.

El distanciamiento de Ucrania de la órbita rusa y su aproximación a Europa ha sido un proceso complejo. Frente a las reivindicaciones históricas, sentimentales y colonialistas de Rusia, ha puesto Europa la oferta de resultados de sociedades libres constituidas en base al Derecho. Frente al garrote del gas y el abrazo dorado de popes y oligarcas; las inversiones del capitalismo atemperado de viejos imperios acomodados en el orden social liberal.

Entre una y otra influencia, los ucranianos eligieron probar fortuna con el modelo europeo; sentirse libres de emprender, de expresarse, de organizarse y actuar en el marco de un orden político civilizado. Los ucranianos vieron lo que otros europeos del este cuando decidieron ser parte de la Unión Europea, una oportunidad de construir democracias prósperas, con unas reglas de juego diferentes a las de las relaciones con el vecino maltratador.

Al presidente Volodímir Zelensky lo votó el 73% de los electores que fueron a segunda vuelta de las elecciones de 2019. La propaganda del Kremlin lo acusa de títere de occidente rodeado de militares fascistas que amenazan la seguridad de rusos y prorrusos queriendo armamento y bases de la OTAN.

Pero lo cierto es que desde el Tratado de Belavezha en 1991, Ucrania emprendió el camino hacia la plena soberanía como nación y sus ciudadanos vieron en Europa un modelo económico y social más atractivo que el capitalismo de Estado represor de Rusia; y en sus instituciones, un socio más rentable y fiable que las zalamerías violentas del Kremlin.

Un camino que llevó a Ucrania a firmar en 1994 el Memorándum de Budapest, gracias al cual cedió a Rusia su arsenal nuclear (el tercero mayor en su momento), a cambio de garantías de seguridad frente a las amenazas o el uso de la fuerza contra su integridad territorial o su independencia política. Ahora vemos lo que hizo Putin con el Memorándum.

La decantación de la voluntad del pueblo ucraniano de ser soberano y libre de ataduras con Rusia ha costado lo suyo. La posibilidad de conseguirlo en paz, aún más, como estamos viendo.

El hijo pródigo de la Unión Soviética, el pequeño Zar-Putin, el pionero chequista que lloró sangre frente al Protocolo de Almá-Atá y juramentó recuperar ese espacio vital de los eslavos que, en tiempos comunistas del imperio, se extendió hasta confines hoy repletos de “fascistas”: el mariscal Volodia, el judoca de postín, il capo di tutti capi del capitalismo ruso de Estado ha llevado la guerra hasta el rus de Kiev.

El escalofriante escenario montado por Putin en Europa y por extensión en el mundo, violando una vez más el derecho internacional y la soberanía de Ucrania, e imponiendo su voluntad mediante la guerra, deja cristalina la verdad que las democracias occidentales llevan tiempo matizando en bolsas de petróleo y gas.

Sin duda Putin ha llegado hasta aquí siguiendo una estrategia. Desde su llegada al Kremlin, Rusia empezó a funcionar con el protocolo de sus salones dorados, bajo su “vertical de poder” y rendida al nuevo hombre fuerte que le devuelve esa imagen de predestinación que, atada a la imaginería ortodoxa, también anida en su cultura. Profundamente espiritual sin dudas, aunque no tan liberadora y fecunda como el credo de la universalidad de los derechos humanos.

El contrato social de Putin, en el mejor de los casos, puede verse como una “democracia dirigida”, soberana e iliberal. En su diálogo con occidente, Rusia se proyecta como un promotor de la autocracia o “totalitarismo invertido”. Durante años, los intereses económicos de aquellos que debían promover la democracia y los derechos humanos desplazaron estos al plano de la teoría, ignorando que su poder simbólico es vital y estratégico para la paz y la prosperidad, convencidos de que el ultra liberalismo era la vía más rápida de integrar a Rusia en la vorágine global.

Ahora toca bailar con la más fea; tarde o temprano siempre toca. De poco sirve lamentar los errores cometidos, la frivolidad consumista y cómplice, la arrogancia liliputiense de haber derribado el Muro y dejar la obra a “la mano invisible”. Ahora el mundo ha visto hasta dónde está dispuesto a llegar Putin en su delirio de Rusia como imperio, en su revanchismo historicista y en su odio ensotanado al menos malo de los sistemas políticos, que decía Winston.

La guerra desatada por Rusia en el continente europeo es el recurso de quien no tiene argumentos para contrarrestar la influencia de ideas que promueven la cultura democrática y de derechos humanos. La doctrina de Putin busca cortar la influencia occidentalizante sobre los pueblos del núcleo eslavo. Si Bielorrusia o Ucrania se democratizaran y progresaran, caería la falacia nacionalista de las “particularidades” del pueblo eslavo que le alejan de occidente, y esa sería precisamente la mayor amenaza para Putin, no las bases de la OTAN.

La violencia, como falta de argumentos morales y racionales, es también lo que caracteriza la represión de activistas y sociedad civil en Cuba. Se trata del correlato de la misma impotencia dictatorial de Moscú. Ambas satrapías tienen que recurrir a la fuerza para vencer, pero convencen cada vez menos.

Resulta despreciable y patético el apoyo de La Habana a Moscú. Y peligroso. Pero resulta una alianza lógica; son dos actores que acaparan el poder, pero con menos autoridad cada día; y con un enemigo común: la democracia y la libertad. También comparten el mismo terror: perder el poder. Por eso Díaz-Canel se alinea con Maduro y Kim Jong-un. Por eso y porque acaban de aplazarle la deuda hasta 2027.

La temeraria apuesta de Putin coloca a Díaz-Canel a saltar sin red en el circo ruso. El mutis por el foro que pretende el régimen de La Habana lo deja aún más en evidencia. Misha, salsero de la paz y arúspice de la piedra, se dejó abrazar por Volodia, un oso más poderoso, que lleva un colmillo de Stalin engastado en la leontina de Nicolás II. Pero Putin, mal que bien, tiene más posibilidades de seguir como líder ruso hasta 2036.

Aunque era sabido el idilio gansteril que se traían, la foto de ahora deja en la retina de la comunidad internacional a Díaz-Canel besando la mano ensangrentada y colonialista de Putin. La tragedia de la soberanía capturada de Cuba, en poder de una mafia dizque revolucionaria, ha llegado a tales extremos que resalta aún más la necesidad de un cambio y la construcción de un nuevo marco de convivencia que reconozca la diversidad de voces de la isla.

La libertad de los cubanos debe estar en primer plano antes que esas vergonzosas imágenes de entreguismo del mujik de Placetas, poniendo Cuba en bandeja al imperialismo ruso. La invasión de Putin a Ucrania deja a Díaz-Canel encuero ante Europa, Estados Unidos y los propios cubanos.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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