Yunior García: El 15N la dictadura cubana actuó de manera burda y temblorosa

Nosotros ya sabíamos que el pueblo no iba a salir masivamente a las calles el 15 de noviembre, por el terror que impuso la dictadura.

Yunior García y Dayana Prieto, desterrados a España © Cortesía del entrevistado
Yunior García y Dayana Prieto, desterrados a España Foto © Cortesía del entrevistado

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Este artículo es de hace 2 años

Yunior García Aguilera (Holguín, 1982) desnudó al tardocastrismo con una idea: Marchar solo con una flor en la mano, desde el parque del Quijote hasta el Malecón habanero.

La desproporcionada respuesta de la dictadura más antigua de Occidente; saturada de bajezas represivas e instintos primarios, dejó claro al mundo que los herederos de los Castro Ruz; también holguineros como el entrevistado, siguen extraviados en el mapamundi político y pretenden vivir en blanco y negro, cuando el resto del planeta camina hacia el 6G.


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Su destierro, una carambola a tres bandas de la generosa España, la pragmática Iglesia Católica y el acobardado gobierno Díaz-Canel; colocó a Yunior en el ojo del huracán cubano, donde abundan los promotores del martirio ajeno y las manos generosas que apuestan por un futuro democrático y esperanzador.

Yunior, el protagonista de los tres días que estremecieron a Cuba, tiene razones y pasiones y aunque ahora duerme un poco mejor que recién llegado a Madrid; sus amigos le aconsejan que no se bañe...

¿Cómo fue tu evolución de creador a opositor?

En Cuba todos fuimos adoctrinados. Todos recibimos sobredosis de propaganda, hasta en los muñequitos. Todos permanecemos conectados a Matrix, hasta que aparece un Morfeo o una Trinity y te muestran lo profunda que es la madriguera del conejo.

El fusilamiento de aquellos tres jóvenes de la lanchita de Regla y la Primavera Negra del 2003 marcaron, para mí, un antes y un después. Por primera vez comprendí que “algo olía a podrido en Dinamarca”, como dice Hamlet en la obra de Shakespeare. Me interesé desde entonces por descubrir esa otra historia de Cuba que no te enseñaban en las aulas.

Leí a Reinaldo Arenas, a Cabrera Infante, a Heberto Padilla. Comencé a buscar las revistas Vitral y Encuentro. Algunos alumnos del ISA nos compartíamos, en secreto, discos duros con textos de Yoanis Sánchez en Generación Y.

En mi obra siempre estuvo presente el espíritu de oposición a la dictadura. Ya en un texto como Sangre, escrito en el año 2007, aparecía la figura de una Dama de Blanco. Era, quizás, la primera vez que un personaje así era presentado en el teatro cubano. Más tarde, en Asco, criticaba las misiones médicas cubanas. Y luego, en Semen, arremetía contra el sistema educativo y la teoría del “Hombre Nuevo”.

Como artista, gozaba de ciertos privilegios. Venía del sistema de la enseñanza artística, fui delegado al congreso de la FEEM cuando estudiaba actuación en la ENA y recibí Título de Oro cuando me gradué del ISA. Participé en decenas de asambleas entre creadores y funcionarios. Pertenecía a la AHS y a la UNEAC y me habían colgado el cartelito de “joven promesa”.

A pesar de mis ideas, me tocó vivir una etapa del teatro cubano de aparente tregua, donde la Institución zigzagueaba entre aplicar o no la censura. Recibía premios, era un autor representado dentro y fuera de Cuba y mis obras se traducían a otros idiomas. Pero esta falsa ilusión de “tolerancia institucional” se rompió ante mí cuando censuraron a Juan Carlos Cremata.

Mis opiniones siempre causaron preocupación entre los comisarios culturales. Aquellas quince preguntas que le hice en Holguín al entonces Primer Secretario del PCC, Luis Torres Iríbar, hicieron que cruzara los límites entre ser un artista contestatario y convertirme en un potencial enemigo del régimen. El audio de aquella intervención se hizo viral cuando aún no teníamos Internet en los teléfonos. La grabación circuló de una memoria flash a otra y entonces comenzaron los interrogatorios y el acoso constante. Todo eso sentí que debía reflejarlo en una obra. Y así nació Jacuzzi, un espectáculo que inscribía mi nombre entre las páginas de lo mejor del teatro cubano del momento, y como lo peor en las listas negras de los archivos de la Seguridad del Estado.

Mis publicaciones en Facebook se fueron volviendo demasiado molestas para el régimen, aumentando la preocupación de funcionarios como Fernando Rojas, quien me advirtió más de una vez que estaba cruzando todos los límites. Ya para ese entonces tenían prohibido en el Noticiero Cultural sacar reportajes sobre mis obras y en cada encuentro era visto como una oveja negra.

Hasta que llegó el 27 de noviembre del 2020 y realizamos la protesta frente al Ministerio de Cultura. La seguridad sabía que yo había organizado aquel suceso desde el baño de un teatro, lo sabían casi todo, pero aún no se atrevían a atacarme abiertamente en el noticiero. Prefirieron utilizar a un perfil anónimo de las redes sociales para ir preparando el terreno.

Como ya saben muchos, el 11 de julio nos tiraron a un camión de escombros frente al ICRT y nos llevaron hasta el Vivac. La postura servil de la UNEAC ante el poder, durante el estallido social más grande de la historia de Cuba, me hizo renunciar públicamente a ser miembro de semejante mecanismo de control. Mi casa comenzó a ser vigilada por agentes que me impedían salir.

Creamos Archipiélago y anunciamos la Marcha Cívica del 15N. Eso ya fue demasiado para quienes dan la orden de perdonar o destruir a un individuo, esos que tienen el poder de colocar sus pulgares hacia arriba o hacia abajo, como si Cuba fuera su propio circo romano.

Rogelio Polanco (ideólogo del Comité Central del PCC) salió en televisión diciendo que yo era financiado por la CIA y entrenado por Felipe González; yo cuento esto en España y la gente se muere de la risa.

Esa misma noche ponían Drácula en Historia del Cine. Y al día siguiente comenzó el aguacero de ataques, insultos y mentiras en el noticiero; audios y fotos trucadas; recargas de teléfono como pruebas de mercenarismo; un programa sin filo dedicado completamente a difamarme dos veces por semana; amenazas de la Fiscalía y palomas decapitadas en la puerta de mi casa; actos de repudio; así como chantajes y acoso a familiares y amigos cercanos.

Comenzaron a llamarme Western Yunior en la propaganda oficialista, aunque ellos, si hicieran bien su trabajo, tendrían la certeza de que jamás recibí un solo centavo por mis ideas ni por mis actos.

¿Por qué elegiste el camino más difícil y no te quedaste en la metáfora?

La metáfora siempre ha sido un recurso válido para burlar la censura. Pero el abuso de lo metafórico en el teatro llegaba a aburrirme y me parecía realmente ingenuo. Llegó un momento en que ya no me interesaba “querer decir”, necesitaba “decir y hacer”. Mi discurso se fue tornando cada vez más frontal y descarnado, como un reto a mis propios miedos.

¿Qué razones te indujeron a querer adelantar la marcha un día y hacerlo solo?, como anunciaste.

Mucha gente necesita opinar, aunque desconozca las razones profundas que motivan determinadas decisiones. Respeto el derecho de los demás a cuestionarlo todo, pero te confieso que a veces irrita ver a tantos luchadores de sofá que lanzan intrigas sin tener ni la más remota idea de cómo ocurren las cosas.

Nosotros ya sabíamos que el pueblo no iba a salir masivamente a las calles el 15 de noviembre. Primero, por el terror que impuso la dictadura. Las redes sociales se llenaron de fotos donde los esbirros mostraban sus palos, con clavos en la punta, con los que golpearían a los manifestantes. La seguridad interrogó y amenazó a cada persona que simplemente dio like a las publicaciones de Archipiélago.

En segundo lugar, acudieron al chantaje emocional. Anunciaron carnavales infantiles y centros de vacunación para niños en las mismas calles donde estaba prevista la marcha. A mi WhatsApp llegaban mensajes todos los días de gente que renunciaba a salir el 15N, porque iban a utilizar a los niños como escudo.

En tercer lugar, supimos que estaban soltando a delincuentes comunes de las cárceles. Era obvio que estaban planeando generar incidentes o atentados violentos para luego culparnos a nosotros. Esto mismo había hecho el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, obviamente asesorados por la inteligencia cubana. En cuarto lugar, estábamos convencidos de que a ninguno de los promotores nos dejarían salir de nuestras casas. Nos parecía irresponsable mandar a la gente hacia una ratonera, cuando nosotros no podríamos acercarnos ni al portal.

Yo estaba sin Internet, usando líneas prestadas que cortaban en cuanto hacía la primera publicación. En los días cercanos a la marcha me dejaban salir, probablemente para seguirme y acumular pruebas en mi contra. Hablé con decenas de cubanos en busca de consejo, incluso con el Cardenal.

¿Cómo fue esa reunión con el Cardenal, participó alguien más?

Unos días antes de la marcha del 15N, el Arzobispo de La Habana se comunicó con mi esposa y solicitó un encuentro. En una iglesia del Vedado nos reunimos Dayana y yo con el Cardenal Juan de la Caridad García Rodríguez y con el Arzobispo de Santiago de Cuba y presidente de la Conferencia de Obispos, Dionisio García Ibáñez.

Ambos estaban profunda y honestamente preocupados por la violencia que podría generarse el 15 de noviembre. Sabían que exigirle cordura al régimen era un caso perdido, por eso acudían a nosotros. No me impusieron nada, tampoco me conminaron a desconvocar, simplemente razonamos bajo oración las posibles alternativas para evitar un baño de sangre.

El resto de los cubanos con los que hablé coincidían en que las personas estaban aterradas, la manifestación no se daría como nosotros habíamos propuesto, y si llegaba a salir un pequeño grupo, podría ocurrir una masacre.

La marcha cívica nunca se pensó como el fin de la dictadura. Un régimen que tiene el control absoluto de la policía, el ejército, los tribunales, las instituciones y una parte del pueblo (todavía con los ojos vendados), no se cae con una simple marcha. Nuestro propósito siempre fue generar conciencia y demostrarle al mundo que en Cuba no se respetan ni siquiera los derechos más elementales.

Y la dictadura se comportó de la manera más burda y temblorosa. Se quitaron totalmente las máscaras.

En Archipiélago no teníamos jefes, cada voto tenía el mismo valor que el del resto de los moderadores. Cuando presenté la iniciativa de marchar en solitario con una rosa blanca, ya consciente de que la gente tal vez no saldría, más del 70 por ciento estuvo de acuerdo. Mi propuesta llevaba a la dictadura a caer en el extremo del ridículo. Si ellos no eran capaces de permitir ni siquiera una acción como esa, quedarían en total evidencia ante la opinión pública internacional.

Por otra parte, la marcha en solitario podría generar solidaridad entre los cubanos y estimularlos a salir un día antes de lo previsto, cada cual por su cuenta. Esto aumentó aún más los temblores del régimen, desplegando el día 14 toda su fuerza represiva, disfrazada de pueblo. Pocos saben realmente por lo que pasamos mi familia y yo aquel día 14, desde las 5 de la mañana. Tener tu casa rodeada un día entero de cientos de personas gritándote amenazas a ti y a tu familia, es algo que te cambia la vida. Y ni siquiera puedes llamar a la policía, por ellos son justamente policías disfrazados de vecinos.

Yunior y su esposa Dayana Prieto, cercados en su casa habanera, el 14 de noviembre / Foto: Cortesía

Ahora tienes la oportunidad de contarlo, hazlo, por favor...

Un grupo religioso nos planteó la posibilidad de sacarnos del país. Pero yo, hasta ese momento, estaba negado a hacerlo. La Seguridad del Estado nunca me había insinuado esa opción, como sí habían hecho con otros opositores. Hasta el último minuto me aseguraron que iría preso, 27 años o más, en el Combinado del Este. Tal vez sabían que, de ofrecerme ellos la salida del país, yo me negaría.

El 12 de noviembre solicité un visado en la Embajada Española, pero lo hice pensando que quizás ese visado podría ser mi salvoconducto para salir de la cárcel. Todo era demasiado confuso, y uno comienza a sufrir el desgaste físico y emocional de resistir la presión de todo un Estado que concentra sus fuerzas para destruirte, usando a todos sus esbirros y a toda su maquinaria propagandística.

El 14 sacaron lo peor de mí. Miraba desde la ventana a aquella turba y sentí una rabia que no había experimentado nunca. Por primera vez comprendí a esa generación de cubanos exiliados que no pueden evitar la náusea que provocan las dictaduras. Usé la única línea que aún funcionaba. Llamé primero al cardenal y le pedí perdón por toda aquella rabia que estaba sintiendo. Luego llamé a uno de los amigos que se había ofrecido para sacarnos de la casa ese día. Inmediatamente después cortaron la línea.

En el pasillo de la escalera frente a mi casa, todavía quedaban cuatro hombres de guardia. Los veía por el ojo de la cerradura comer en unas cajas de cartón que les habían llevado. Se fueron como a las nueve y pico de la noche. Dos horas después. llegó el auto del amigo que nos sacaría de allí. No sabía si lo lograríamos, no sabíamos si nos iban a detener en la misma esquina, no teníamos ninguna certeza. Solamente sabíamos que nuestra casa de La Coronela se había convertido, desde ese día, en un infierno.

La patrulla de la esquina nos dejó pasar sin detenernos. El amigo religioso nos llevó hasta una casa en las afueras de La Habana. Yo estaba entre paranoico y resignado, solo quería que lo que fuera a ocurrir, pasara rápido.

Al día siguiente fuimos hasta la Embajada española. Pasamos a las cinco de la tarde por la misma calle donde ese día estaba prevista la marcha. Y como ya imaginábamos, no había un solo manifestante. La calle Prado estaba repleta de individuos cuyo vestuario dejaba claro que pertenecían a las brigadas de respuesta rápida. Vi también varias guaguas llenas de otras personas con pulóveres idénticos.

El embajador nos recibió y nos dieron un visado de turistas para territorio español, por tres meses, con una sola entrada. Un día sabremos todos los detalles que hoy, incluso nosotros, desconocemos, sobre los movimientos que debieron hacer para sacarnos de Cuba.

Yunior junto a una estatua de Federico García Lorca en Madrid / Foto: Cortesía

¿Cómo es tu vida en España?

Desde que llegamos a España entendimos que nuestro deber era dar testimonio ante todo el mundo de lo ocurrido. Intentar deconstruir esa máscara del régimen que todavía estafa a una parte del planeta, sobre todo en Europa y América Latina.

Comprendimos que debíamos utilizar todos los espacios, todos los medios, todos los encuentros, para denunciar lo que sufre el pueblo cubano bajo una dictadura de seis décadas que ha sumido al país en la miseria y el miedo.

Sabíamos que el régimen no se quedaría de brazos cruzados. La Seguridad del Estado nos permitió escapar porque esa es la estrategia que han usado siempre para anular amenazas potenciales. Pero quizás no calcularon bien el enorme interés de los medios por Cuba, un interés mostrado incluso por revistas de moda, que llegan a otros lectores y a otros públicos. El propio Díaz-Canel se declaró “preocupado” por la notoriedad que estábamos alcanzando. Y habló, nervioso, de la “miamización de Madrid”.

Era obvio que desplegarían a todo su ejército de perfiles anónimos para intentar generar estados de opinión en contra nuestra. Era evidente que acudirían al viejo método de: Divide y vencerás. Algunos opositores, lamentablemente, han caído en ese juego de pasarse la vida atacando a otros opositores.

Aunque todavía necesitas tiempo para asimilar el vértigo vivido en escasos tres días; ¿qué conclusiones iniciales haces de lo vivido?

Nadie es infalible. Y mucho menos yo, que apenas me adentro en la experiencia de ser un “enemigo del pueblo”, un “apestado”. Mi vida dio un giro de 180 grados en apenas un año. Pero se aprende a caminar, andando. Estoy dispuesto a cambiar de opinión cuando descubro que he estado equivocado. No creo que ser coherente implique ser necio.

Al llegar a Madrid dije que no pediría asilo político. Mi intención sincera era volver cuanto antes. Hoy comprendo que, de hacerlo, se trataría más de un asunto de ego que de lucidez. En cuanto ponga un pie en Cuba me meterán 30 años en una celda, como a cientos de cubanos, incluyendo a menores de edad.

¿Cómo ser más útil a la causa de una Cuba democrática? ¿Cómo ejercer presión internacional para que los presos políticos sean liberados? ¿Cómo usar más las neuronas que la testosterona? Esas son las preguntas que me desvelan.

No te niego que todos los días, cuando estoy bajo la ducha, me entra la obsesión de agarrar un avión, volar a La Habana y que sea lo que Dios quiera. Mis amigos más honestos me han recomendado, en broma, que deje de bañarme.

Pero es duro leer a diario ataques en redes sociales, mensajes de odio, insultos. Gente que te compara con los héroes de la historia sin tener ni idea de que todos ellos, alguna vez, ¡todos!, tuvieron que escapar de Cuba. Duelen las incomprensiones, las mentiras, las teorías conspiranoicas, la ignorancia y ese maldito vicio de juzgar lo que hacen los demás sin atreverse a ofrecer soluciones eficaces. Pero esa ha sido y sigue siendo nuestra realidad, por siglos.

Espero que un día nos libremos del daño antropológico que nos ha causado vivir 70 años sin democracia. Espero que seamos capaces de ofrecerles a los cubanos una alternativa sólida, con una oposición capaz de generar consensos. Espero que podamos construir entre todos un país nuevo donde se respeten las opiniones divergentes y donde nadie sea perseguido o encerrado por su ideología.

Sueño con un país sin actos de repudio, ni castas en el poder, ni pensamiento único. Aspiro a una Cuba donde los habitantes aprendan a ser ciudadanos libres. ¿Es tan difícil? No me importa pecar de optimismo. Yo, como Martin Luther King, todavía tengo un sueño.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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