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Michael Carey, el joven de 19 años que es cubano-canadiense y fue detenido el pasado 12 de julio, mientras estaba sentado cerca de su casa con un amigo, en La Habana Vieja, por supuestamente haber roto de una pedrada el cristal de una patrulla cercana, una hora antes, continúa en régimen de aislamiento y sin atención médica, según le informaron este miércoles oficiales de la prisión de jóvenes de occidente de El Guatao a su madre, Yvis Abadin.
Abadin me contó que un jefe del centro penitenciario le dijo que su hijo está aislado porque puede tener hepatitis. Algo que confirma lo que le dijo Micheal la última vez que hablaron por teléfono, hace ya casi un mes: que sus compañeros le decían que estaba amarillo. Sin embargo, hasta ahora no ha recibido la atención médica pertinente.
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Oficiales de la prisión dijeron a Yvis que “ellos no hacen estudios y para sacarlo al médico eso es un problema”, por tanto, no han sometido al joven a ningún examen médico para diagnosticar si efectivamente está enfermo con hepatitis o tiene otro padecimiento y, sobre todo, para ponerle un tratamiento.
Hay una palabra para esto, una única palabra: TORTURA. A ninguna persona privada de libertad se le puede negar la atención médica. A Michael Carey, además, le han impedido la comunicación con su madre. Ella no sólo no ha podido verlo de nuevo desde el 12 de julio, debido a que las prisiones cubanas no están autorizando las visitas sistemáticas para hipotéticamente evitar contagios por coronavirus, sino que desde hace casi un mes no ha podido volver a hablar con él.
De acuerdo con la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de la cual el Estado Cubano es firmante, "se entenderá por el término 'tortura' todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia".
Por otra parte, las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos, conocidas como Reglas Nelson Mandela, en el apartado sobre servicios médicos, en la Regla 24, establecen que "la prestación de servicios médicos a los reclusos es una responsabilidad del Estado. Los reclusos gozarán de los mismos estándares de atención sanitaria que estén disponibles en la comunidad exterior y tendrán acceso gratuito a los servicios de salud necesarios sin discriminación por razón de su situación jurídica".
Y, acerca del aislamiento, refieren que "se aplicará en casos excepcionales, como último recurso, durante el menor tiempo posible y con sujeción a una revisión independiente, y únicamente con el permiso de una autoridad competente", y solo como medida disciplinaria. Las Reglas condenan y prohíben el aislamiento indefinido y prolongado, así como la restricción de las comunicaciones con familiares. "Solo se podrán restringir los medios de contacto familiar por un período limitado y en la estricta medida en que lo exija el mantenimiento de la seguridad y el orden", especifica el material; es decir, que la excepción no es válida por motivos de salud.
Si a Michael le ocurre algo, si muere, para ser más exacta, tanto los oficiales de la prisión como el gobierno cubano serán responsables. Serán culpables. Negar a una persona el acceso a la atención médica oportuna y de calidad equivale a matar a una persona, más si esa persona se encuentra en privación de libertad y depende de las autoridades para cuidar su salud.
Vale preguntarse dónde está el corazón que el presidente cubano dice que hay que ponerle a Cuba. No está en la familia de Yvis, que para colmo está sin electricidad en su vivienda desde abril, cuando un incendio les arrebató casi todo. No está en las cárceles cubanas, donde se pudren vivos miles de jóvenes, donde hay ahora mismo más de 500 prisioneros asociados a las protestas del 11 de julio. No está con la hija de seis años de Yusmely Romero, no está con la mamá de las trillizas, ni con la mamá de Yoan de la Cruz, no está con la hija de Isel Fumero.
A esa es la Cuba a la que hay que ponerle corazón. A esa: a la humilde, a la que sufre injusticias, a la oprimida por la soberbia de la familia Castro. Todo lo demás, los paseos patéticos que están haciendo los dirigentes por barrios donde la pobreza acumula décadas, es propaganda barata. Es burlarse de la gente.
Si los gobernantes quisieran demostrar que quieren ponerle corazón a Cuba, liberarían ahora mismo a la parte de Cuba más oprimida: sus presos políticos. A todos y a cada uno de ellos. Sin excepción. A los que rompieron cristales de los templos de la exclusión que son las tiendas en MLC (Moneda Libremente Convertible) y a quienes se manifestaron con consignas y a quienes salieron en defensa de menores y mujeres que estaban siendo golpeados y terminaron encarcelados.
La prensa oficial y el presidente Miguel Díaz-Canel se jactan de que en Cuba se atienden con esmero, como nunca antes habían sido tratados en su vida, a los cientos de emigrantes haitianos que acaban por error en nuestras costas, cuando viajan rumbo a Estados Unidos; mientras, las prisiones cubanas están llenas de ciudadanos sometidos a torturas, tratos cueles, inhumanos o degradantes. Ese es el colmo de la hipocresía, el cinismo y la falta de humanidad.
(Este comentario es una versión ampliada de un post publicado originalmente en el perfil personal de la autora en Facebook el 6 de octubre.)
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