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Cuba y Afganistán: Girón en la memoria

Leon Penetta, exdirector de la CIA, confesó que la debacle de Afganistán traía a su memoria el fiasco de Bahía de Cochinos porque "los sucesos se desarrollaron rápidamente y el Presidente pensó que todo iba a salir bien y no ocurrió así”.

Mayor General Chris Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada de EE.UU. © US Department of Defense
Mayor General Chris Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada de EE.UU. Foto © US Department of Defense

Este artículo es de hace 2 años

A poco de caer Kabul en manos del Talibán, Leon Penetta declaró por la cadena CNN que la debacle de Afganistán traía a su memoria el fiasco de Bahía de Cochinos porque “los sucesos se desarrollaron rápidamente y el Presidente pensó que todo iba a salir bien y no ocurrió así”.

El exdirector de la CIA (2009-11) y exsecretario de Defensa (2011-13) durante la administración Obama puntualizó que el presidente John F. Kennedy había asumido la responsabilidad y acotó: “Recomiendo encarecidamente al presidente Biden que asuma la responsabilidad y admita que se cometieron errores”.

Penetta señaló que nadie esperaba que el Talibán avanzara tanto en tan poco tiempo, pero puso el dedo en la llaga: “Nosotros no estábamos conscientes de que esto sobrevendría tan rápidamente”.

Así de ciega estaba la CIA en vísperas de la invasión a Cuba por la Brigada de Asalto 2506. El 16 de marzo de 1961, el informe de inteligencia presentado a Kennedy rezaba que "menos del 20 por ciento del pueblo respaldaba a Castro, muchos cubanos pensaban era posible que cayera pronto [y] aproximadamente del 75 al 80 por ciento de las unidades de milicias desertarían al tornarse evidente que la lucha en serio contra Castro había comenzado”. El lugarteniente de la CIA, Richard Bissell, usó este y otros informes para engatusar a Kennedy con que la invasión sería la chispa que provocaría el estallido de la gran rebelión.

Igual abuso de inteligencia a la carta padecían los informes sobre Afganistán. Tal como se rebajaron las fuerzas de Fidel Castro en 1961 se inflaron las llamadas Fuerzas de Seguridad y Defensa Nacional de Afganistán (ANDSF) en 2021. El 8 de julio el presidente Joe Biden afirmó que la toma del poder por el Talibán distaba mucho de ser inevitable, ya que “las tropas afganas sumaban 300,000 efectivos bien equipados —tan bien equipados como cualquier otro ejército en el mundo— y hasta con fuerza área para enfrentar a unos 75,000 talibanes”.

Para espantar de Kabul al fantasma de Saigón agregó: “El Talibán no es el ejército sur, digo: norvietnamita. No es ni remotamente comparable en términos de capacidad”.

Al cabo, el General Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, confesaría como si nada que precisamente “nada que yo o alguien más viera indicaba que este ejército y este gobierno colapsarían en 11 días”, como si nadie supiera que los talibanes pasaron de 73 distritos político-administrativos ocupados en abril a 221 en julio y que la lógica militar indica tener siempre previsto el peor escenario.

La técnica es la técnica…

Ni qué decir de cómo el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, justificó la decisión táctica de qué aeropuerto emplear para la evacuación. El presidente Biden “ponderó significativamente el consejo de los comandantes en el terreno, que consistió en cerrar [la base aérea de] Bagram y concentrarse en Kabul”.

Así, el ejército estadounidense abandonó el lugar más seguro de Afganistán y más apropiado para operaciones de evacuación masiva con el fin injustificable de meterse en el hueco del aeropuerto comercial internacional de Kabul.

Y de contra, dejaron abandonado el mayor caché de armamentos de la historia de Estados Unidos, además de incumplir la promesa que Biden hizo ante las cámaras de ABC News: “Si quedan atrás ciudadanos estadounidenses, vamos a permanecer allí hasta que salgan”.

No solo quedaron unos 250 ciudadanos estadounidenses detrás, sino que más de 2.5 trillones de dólares, unos 6,300 muertos y 20 años después, la invasión militar estadounidense a Afganistán desemboca en la invasión demográfica afgana a Estados Unidos en número similar al máximo nivel de tropas estadounidenses desplegadas allá: 110,325 en 2011.

Entretanto, la misión de construir la nación de Afganistán a imagen y semejanza de las democracias en Occidente quedó reducida a la garantía material, por Estados Unidos, del ejercicio de su Segunda Enmienda constitucional por el Talibán: como milicia bien regulada tiene derecho a poseer y portar armas.

Nadie escuchaba

El 8 de abril de 1961, el Jefe de la Fuerza de Choque de la CIA contra Castro, Jake Esterline, presentó su renuncia a Bissell con el argumento de que técnicamente era imposible que la invasión a Cuba tuviera éxito tal como estaba planificada.

El 15 agosto de 2002, el boina verde Roger Pardo-Maurer, ex subsecretario asistente de Defensa, pasó por correo electrónico su dictamen de Pakistán como santuario de los talibanes y precisó dos pecados capitales de Estados Unidos en Afganistán: creerse que allí podía dar guerra convencional y que era políticamente un país con algo así como ciudadanos afganos, en vez de depósito de tribus y más tribus inmanejables. Hasta el Secretario de Defensa Rumsfeld leyó el correo y advirtió al presidente George W. Bush dos cosas: que USA corría el riesgo de terminar siendo tan odiado como la URSS y ninguna escalada militar resolvería el problema.

Este lunes 30 de agosto, el Mayor General Chris Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada, pasó a la historia como el último soldado de Estados Unidos que salió de Afganistán. El martes 31, el presidente Biden se desentendió de Penetta y del ejemplo de Kennedy para calificar la evacuación como éxito extraordinario. Todos los problemas quedaron reducidos a que se tomó la decisión correcta entre retirarse o escalar la guerra.

Biden afirmó que la retirada no pudo haberse efectuado más rápido ni de manera más ordenada. Añadió que nueve de cada 10 ciudadanos estadounidenses optantes por la evacuación pudieron conseguirla. Otros muchos continúan por voluntad propia en Afganistán.

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Arnaldo M. Fernández

Abogado y periodista cubano. Miembro del grupo Cuba Demanda en Miami.


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