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Sin dinero para importar las vacunas internacionales ya aprobadas contra el COVID-19, y con el ambicioso plan de convertir una vacuna propia en solución doble (a la pandemia en la isla y para exportar a posibles compradores), la ambiciosa estrategia biotecnológica cubana ha terminado acosada por los números. Es decir, por la realidad.
Los primeros números que chocan en la reciente entrevista con el fundador del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología son esas "más de 30 millones de dosis" mencionadas. Con una población de 11.3 millones de habitantes, a dos dosis por habitante, es posible que para una oportuna inmunización a gran escala hubiera bastado sólo la mitad de esa cifra.
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Por otra parte, suponiendo que sí hicieran falta 30 millones de dosis, y Cuba apostara por comprar la vacuna monodosis de Johnson & Johnson, una de las menos caras del mercado, estamos hablando de 300 millones de dólares. Una cantidad que es lo que se ha venido invirtiendo cada año desde 2013 en la Zona de Desarrollo del Mariel, solo en infraestructura y equipos. O lo que en el 2016 se le pagó a la Misión Cuba-Venezuela por el Proyecto de Servicios de Optometría y Óptica. Un monto desembolsable para cualquier estado funcional y bastante menos de lo que ya han gastado muchos países. En gobierno español, por ejemplo, se ha gastado hasta ahora unos 1.900 millones de euros en la compra de vacunas contra la COVID-19.
Posiblemente, a estas alturas las consecuencias económicas de los cierres provocados por la pandemia en la isla superen con creces esa cantidad.
Cuba tampoco quiso aceptar las vacunas del fondo solidario Covax porque, según dice un funcionario, esas inyecciones se están repartiendo a un ritmo insuficiente. Pero ese fondo es también lo que aseguraría una opción B en caso de que la vacuna cubana no se demostrara tan efectiva como anuncia la propaganda oficial. Lo que se demuestra aquí es que el "orgullo nacional" está por encima de cualquier pragmatismo, incluso a costa de vidas humanas.
En cambio, el gobierno de Díaz-Canel ha repetido una y otra vez que será capaz de producir 100 millones de dosis de una vacuna nacional este año, más que suficiente para vacunar a todo el país más los visitantes extranjeros que quieran quedarse en la isla todo el tiempo necesario para recibir, por ejemplo, las tres dosis de Soberana 02, y exportar el resto a un precio competitivo.
Hasta el representante de la OMS en la isla ha admitido que es posible que Cuba no disponga del equipo necesario para fabricar su vacuna a esa escala. La Soberana 02 no es tan soberana: los cien millones tendrán que ser producidos en laboratorios chinos o, incluso, en Venezuela.
Pero el problema fundamental de las vacunas cubanas es que no acaban de aprobarse. No estamos hablando de esas pruebas cada vez más masivas que son, como ya ha explicado alguien que sabe de lo que habla, una vacunación encubierta por encima de las fases habituales y necesarias en estos casos. Para poder hacer una vacuna exportable, Cuba necesitaría no solo que su candidato supere la tercera fase de pruebas, sino que pase también la homologación en Europa y EE.UU., un reto que otros medicamentos cubanos, aunque efectivos, no han logrado.
Los candidatos vacunales cubanos también deben pasar por el escrutinio de la comunidad científica. Hasta el momento, hay sólo un artículo cubano sobre el tema, sin datos de ensayos clínicos, que se acerca a la categoría de interpares. Se trata apenas de un preprint, con validez informativa pero muy lejos de una revisión exhaustiva. El cuento de la "potencia médica" es para el Granma y los incautos que quieran creerle. Hoy mismo, Biofarma ha tenido que desmentir un bulo sobre la supuesta eficacia de los candidatos vacunales de la isla.
Los científicos cubanos, por su parte, se quejan de que no tienen todos los equipos y materias primas que necesitan, incluidos los espectrómetros utilizados para el control de calidad de sus vacunas. Los dos grupos de investigación que trabajan en el medicamento solo tienen uno lo suficientemente potente para el análisis, y tiene unos 20 años de antigüedad, según recientes declaraciones de un máximo responsable de la institución.
Tanto la vacuna Soberana 02 como Abdala ya han entrado en una supuesta tercera fase de ensayos masivos. Pero la demora en una certificación oficial más seria está provocando, no sólo un aumento de las muertes sino también problemas científicos que tienen que ver con la multiplicación de variantes.
Según la doctora María Guadalupe Guzmán, directora del Centro de Investigación, Diagnóstico y Referencia del Instituto Pedro Kourí (IPK), Cuba ha registrado en los últimos meses un incremento paulatino de variantes de SARS-CoV-2. Actualmente, en el país circulan cinco variantes y seis patrones mutacionales de la enfermedad, con un cambio de patrón respecto a lo observado en 2020, cuando solo se detectó la variante D614G.
Es por eso que ahora, en vez de administrar las tres dosis de Soberana 02, se habla de mezclarla con Soberana Plus, para aumentar la respuesta inmune y tener alternativas contra las nuevas cepas. Ahora mismo, los científicos cubanos se encuentran inmersos en obtener la proteína recombinante de esta nueva combinación de mutaciones, para montarla en el concepto de Soberana Plus. El proceso aún podría tardar meses.
La famosa potencia de la industria local de vacunas no está dando la talla, más allá de las pruebas masivas y los placebos. Y es ridículo pensar que en un país donde casi nada funciona, los científicos podrán mantenerse al margen de la debacle nacional.
La opción de exportar la vacuna cubana tampoco es por el momento un gran negocio. Las posibles exportaciones están limitadas a Argentina o a Venezuela, cliente cautivo.
Así, al menos, van las cuentas. Los cuentos son otra cosa.
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