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Ni periodistas, ni editores, ni arquitectos, ni fabricantes de aeronaves especiales. (Lo último no es un chiste: véase la profesión 24 del elenco de trabajos vetados). Tampoco se permitirá ejercer de manera independiente a abogados, investigadores científicos, especialistas en telecomunicaciones, bibliotecarios ni gestores de pompas fúnebres. La lista de actividades explícitamente prohibidas por el gobierno cubano es la radiografía de un sistema que insiste en mantener el control sobre sus ciudadanos, y vigilar que la iniciativa privada no se traduzca en ejercicios públicos de libertad.
Ni periodismo independente, ni libros ni archivos editados fuera de la maquinaria estatal, ni un simple espacio para exponer obras de arte por cuenta propia. A todos los que ejercían estas labores, hasta ahora en el terreno de la alegalidad, el Estado cubano no les deja otra opción que emigrar. Y váyanse preparando para un proceso similar al que hemos visto en la Rusia de Putin: disidentes, periodistas independientes y activistas condenados por supuestos "delitos económicos", acosados por multas que encubren la intolerancia radical hacia la diversidad de opinión.
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Al concebir la cultura como exclusiva gestión de productos y contenidos dentro del Estado, el gobierno cubano ha retrocedido a la década del 70. Por supuesto, la nueva normativa económica se vende como un paso adelante: se insiste en las más de 2 000 actividades por cuenta propia, y se presenta la reforma como parte de una especie de plan de liberalización alimenticia: los cubanos como simples hormiguitas que se concentran en sobrevivir, alimentarse y pagar diligentemente los impuestos al Papá Estado.
En una economía que, según las cifras oficiales, se contrajo un 11% en el 2020, y donde escasean los productos más básicos, los cuentapropistas serán, en su mayoría agricultores, artesanos, taxistas y pequeños comerciantes. Sin embargo, es en la producción cultural donde un país muestra su verdadera cara, su nivel real de desarrollo humano.
Lo explicaba el economista Amartya Sen en un famoso ensayo: la cuestión no es si la cultura importa (en alusión al libro de Lawrence Harrison y Samuel Huntington) sino de qué manera importa. ¿Cuáles son las formas en que la cultura puede influir sobre el desarrollo de una sociedad? ¿Cómo podría ésta modificar o alterar las políticas de desarrollo de un país? La reducción a un modelo puramente institucional rebajará la cultura cubana a un subproducto de la industria turística, proceso que está en marcha desde hace más de dos décadas y que acompaña la decadencia política.
El Estado policial cubano sabe dónde cortar para hacerse su traje futuro. Las influencias culturales pueden marcar de manera fundamental el proceso de cambio de una sociedad porque apuntan a la ética, a la responsabilidad, a la voluntad de correr riesgos e influir sobre ciertos aspectos del comportamiento humano que, por cierto, también pueden ser cruciales para el éxito económico.
Al limitar por decreto las actividades independientes "aceptadas", al votar por la cultura del miedo y la represión, el gobierno cubano lanza también una previsible, pero no por ello menos triste señal sobre su indiferencia por la democracia y lo que los sociólogos llaman el "capital social" de la isla.
La tradición del debate público y del intercambio participativo en la cultura es uno de los núcleos que preserva la democracia. Aparte de los intercambios económicos, la cultura independiente de cualquier sociedad sirve también como indicador del funcionamiento de la solidaridad social. Viendo los llamados "sucesos de San Isidro" y la emergencia de plataformas como el 27N (que para el obcecado sistema de propaganda cubano no pueden ser otra cosa que instrumentos de un "golpe blando"), los cubanos han comenzado a darse cuenta de que el éxito real de la vida social depende en gran medida de lo que la gente hace espontáneamente por los demás. Y esto puede influir profundamente en el funcionamiento de la sociedad a más largo plazo.
Sin embargo, ya saben: Cuba es ese país donde no se permiten ni periodistas independientes, ni editores, ni arquitectos por cuenta propia, ni fabricantes de aeronaves. Ese triste lugar donde soñar y escaparse es cada vez más difícil.
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