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La celebración del Día Mundial de los Derechos Humanos ha cogido in fraganti al tardocastrismo con miembros del Movimiento San Isidro, activistas y periodistas independientes presos en sus propias casas, de las que no pueden salir ni a comprar alimentos; el rapero Denis Solis en el Combinado del Este, y con su habitual algarabía de anteponer supuestos derechos sociales para arrebatar el resto a los cubanos.
Aún cuando los servicios educativos y médicos fueran buenos, que no lo son desde el desplome soviético, no legitima al Gobierno para violar el resto de derechos civiles y políticos, incluida la libertad de expresión, movimiento y asociación de los cubanos que no comparten los postulados totalitarios del Partido Comunista y la casta verde oliva.
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Una de las mayores obligaciones de los gobiernos es instruir y mantener sanos a sus ciudadanos, sin caer en la tentación farisea de, a cambio de supuestas gratuidades, exigir obediencia ciega.
La mayoría de los cubanos, aunque no lo grite, sabe que el castrismo convirtió los cuarteles en escuela y un colegio en terror, Villa Marista- pero degradó a Cuba a cárcel vigilada; alfabetizó al 23 por ciento de la población, pero decretó que podían leer y expatrió e inxilió a Lydia Cabrera, Reinaldo Arenas, Dulce María Loynaz, Lezama Lima y Virgilio Piñera, entre otros.
El castrismo superó a los muertos de la dictadura de Fulgencio Batista con fusilamientos, y los muertos del hundimiento del remolcador 13 de marzo, el ametrallamiento del barco XX aniversario y los desaparecidos en el Estrecho de la Florida, tragedia sin cifras, que lacera el alma cubana; aunque el régimen intente culpar a Estados Unidos, pese a que convirtió a Cuba en país de emigrantes, cuando fue de inmigrantes entre 1902 y 1957.
El castrismo electrificó e iluminó los rincones más apartados de Cuba, pero generalizó los apagones y, durante los mítines de repudio contra la estampida de Mariel, apedreó, tiró huevos, cortó la luz, el agua y el gas a los cubanos que ya no quería, que ya no necesitaba; como recuerdan muchos cubanos.
El castrismo erradicó el desempleo con subempleo, salarios y jubilaciones bajos y prohibición de huelgas, el diferencial azucarero con la ruina de la principal fuente de trabajo; y acabó apelando al dólar norteamericano como tabla de salvación: vendiendo en la moneda del enemigo, alimentos, medicamentos y otros artículos de primera necesidad a quienes empobreció con experimentos baldíos.
El castrismo pretendió un Hombre nuevo politizado unidireccionalmente que confunde la ternura con el manoseo, el robo con un escape para resolver, confunde a los chivatos con héroes y simula permanentemente para sobrevivir en la cochambre de consignas huecas, carente de pan, libertad y justicia.
El castrismo despreció a una parte de los cubanos llamándoles gusanos y apátridas; y ahora ha rescatado los términos de mercenario y terrorista para lapidar públicamente a miembros del Movimiento San Isidro y a intelectuales y artistas que se plantaron frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre.
El castrismo ha impedido que la mayoría de los cubanos sea ciudadanos adultos con derechos y obligaciones, como sucede en democracias; usando a unos como soldados y pretendiendo reducir a la mayoría a la condición de mendigos y prostitutos ilustrados porque la casta verde oliva los necesita débiles y dependientes del ruinoso aparato estatal para intentar impedir que Cuba florezca y sus hijos muestren su valía, honradez, trabajo y capacidad de generar riqueza y bienestar como hacen los emigrados en playas de extravíos.
Mientras el decrépito Partido Comunista sea, constitucionalmente, hegemónico y cubanos permanezcan en las cárceles por sus ideas políticas, el Gobierno seguirá siendo liberticida, aunque renueve su asiento en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas y siga alquilando médicos y enfermeras al mejor postor que -en el caso de gobiernos aliados- se desdoblan en agitadores políticos en favor del contratista.
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