Miguel Martínez es un cubano con ceguera total que sobrevive reparando colchones en La Habana, mientras considera injusto que el Estado en Cuba lo “acribille” económicamente.
Según comenta, él personalmente se ocupa de buscar hasta los materiales con que trabaja sin que el gobierno le garantice ninguno y, como a veces pasa varios meses sin encargos, se le hace difícil pagar la licencia que piden las autoridades.
En un video de aproximadamente veinte minutos, compartido vía Youtube, Martínez expone sus rutinas y contratiempos para salir adelante. Las declaraciones las hace desde su vivienda en el reparto Bello 26, ubicado en el municipio de La Lisa.
No solo se dedica a reparar colchones, un oficio al que recurren muchos cubanos en la actualidad. Igualmente arregla y tapiza muebles, labores que acomete solo, sin asistencia alguna, a pesar de sus limitaciones.
Empezó a hacer estas labores por necesidades personales, pues su propio colchón empezó a mostrar deficiencias, hasta que él mismo se ocupó de enmendarlo.
También explica que, a veces, hay personas que se aprovechan de su ceguera y le pagan con billetes por debajo del precio acordado.
Martínez asegura que tiene buena clientela, pero puede pasar algunos periodos sin que se le encargue trabajo alguno, lo cual afecta desde luego sus ganancias, que dependen del volumen de trabajo en casa y la demanda de la gente.
De ahí que para lograr sustentarse a medias (o malvivir como cualquier otro cubano) tenga que comprar baratijas en las tiendas —cuchillas de afeitar o juntas de ollas— que pueda revender luego a un precio más elevado que el original de los establecimientos y de ese modo obtener alguna ganancia adicional.
El régimen le paga una ayuda económica de 217 pesos cubanos CUP (menos de 10 dólares) al mes, con un sustento adicional de 45 CUP para comprar en un comedor para asistenciados una serie de alimentos cocinados, a los que calificó como sancocho (comida para cerdos).
Por tanto, él decidió apañárselas por su cuenta y lanzarse a la “lucha” diaria con tal de garantizarse, al menos, un plato lleno sobre la mesa.
Mientras introduce la guata y acomoda en su lugar un muelle, se protege las vías respiratorias del polvo con una toalla y una bolsa de plástico dentro.
“Un nasobuco improvisado”, dice.
Además, trabaja con una maltrecha cinta de medición empatada por una de sus partes y con aberturas en cada pulgada y centímetros para reconocerlos al tacto y calcular.
Martínez pertenecía a la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales (ANCI), lo cual le facilitó un curso de periodismo, donde se decepcionaría por los cambios que hacía un medio oficialista a sus notas antes de publicarlas.
Cuenta que entonces lo conversó con el profesor que impartía las clases y decidió abandonarlas.
“Un periodismo de mentiras”, así lo calificó.
De igual modo, criticó la dirección de la ANCI en La Habana, denunciando que quienes estaban al frente de ella parecían tener cargos vitalicios, lo cual mantenía al organismo “estancado”, al tiempo que no representaba ninguna ayuda para sus integrantes.
Aprendería luego otros oficios e incluso trabajaría en la construcción para el hotel Neptuno-Tritón.
Durante el chequeo para ingresar al Servicio Militar Obligatorio le detectaron una retinosis pigmentaria. Pasaría por el quirófano en el año 87 y también, más tarde, en el 95. A los pocos meses de su segunda intervención, quedó completamente ciego.
Según refiere, uno de los doctores le confesó que su caso no debía ser atendido con una operación; por el contrario, un tratamiento médico continuado hubiera sido más efectivo. Martínez cuenta que montó en cólera en ese instante, pero finalmente se resignaría y, al quedar solo tras la muerte de su madre, enfrentaría la vida sin miedos.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en: