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Fin de Año bastante movido. *
* Pelo suelto y carretera.
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Por segunda vez, Navidades en Luisiana.
De nuevo, una cabaña sobre el lago Pontchartrain y el reencuentro con la familia de mi amigo americano, que es mi actual parentela.
Al regreso, una noche en New Orleans.
Con la ocasión de comer, deliciosamente, en uno de sus más connotados restaurantes: Tony Mandina´s. La cuna de la pasta gravy. *
* Que sabe igual que la criolla VITA NUOVA, pero, con un poco de más fundamento. Y que, acompañando a unas crujientes cebollas fritas, le da, casi, sabor a “gozancia” y firmamento.
Breve estadía de una tarde noche en Pensacola, donde pudimos visitar Fort Pickens, en las Gulf Island.
Una de las fortificaciones más antiguas de los Estados Unidos. Importante bastión de la Unión, es decir, el Norte; enclavado en territorio de Confederados, en el Sur, más al sur, de la Guerra Civil.
Fue el escenario de una gran batalla, donde hicieron talco a una fortificación sureña, de la que no queda ni rastro. *
* Ahora es papilla, o puré de arena.
El ambiente natural, aunado con el estado del tiempo, dibujaron un paisaje único.
La arena súper blanca, descansaba frente a un mar grisáceo encabritado, al tiempo que una difuminada neblina, tiñó la tarde de un tono blancuzco especial.
El sol, solo salió un instante.
Minúsculo.
Mínimo.
Lo justo, para el click de la foto que acompaña a estas letras. *
* ¿Una señal?
Después se ocultó tras la bruma y ya no se le vio más.
Las tres postreras noches del 2019 fueron en Tampa.
Reencuentro con la familia que me anima por allá y los lugares que acogieron nuestros primeros meses de exilio.
Y las últimas horas del año, fueron frente al amplio ventanal de una habitación, en el piso once del hotel Barrymore, en el que estuvimos alojados, disfrutando de un vistoso espectáculo de fuegos artificiales, con la incontenible típica ilusión que todo ese despliegue pirotécnico, insufló a nuestros sueños: la confianza de un futuro mejor.
No estaban muy lejos de lo cierto, las señas del destino.
Porque - el día mismísimo día primero - al regreso a Miami, me esperaban en el buzón solo dos cartas. *
* ¡Con dos que se mueran, basta!
Luego de acomodar matules, tomar una ducha y comer algo, decidimos, primero, abrir la de la fecha del recibo más previo.
Enviada por la US Citizenship and Immigration Office.
Dentro estaba un papel verde del que solo atiné a leer: WELCOME TO UNITED STATE OF AMERICA. *
* ¿A esta hora y con ese recado?!
No me importó nada más.
Ni siquiera, todavía - a la hora de redactar esta crónica - la he leído completa.
Tomé, con denuedo, el segundo sobre, de cartulina más gruesa, con un cartel que advertía: PRIORITY MAIL.
Y al abrirlo…
Ahí estaba.
Al fin - luego de tanta y tan larga espera - mi RESIDENCIA NORTEAMERICANA. *
* ¡Vaya, gallego, PERMANENT RESIDENT!
Residente. No calle 13. *
* Que, calladito y despacio, también se mata la jugada.
Piso tierra firme.
Lo que significa que puedo, con entera confianza, volver a volar. *
* Tengo derecho a anidar.
Eso amplía mis posibilidades laborales a nivel internacional.
Empiezo a ser.
A sentirme, poco a poco, de nuevo, persona.
Indeleble regalo para iniciar el 2020, ¿verdad? *
* Al cielo, o al más allá, mandé el mensaje: ¡Mami, por fin, ya me dieron la residencia!
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