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Ya había estado en Austin hace años.
Fue en medio de una gira loca que incluía varios festivales de cine, en diversas ciudades de Estados Unidos.
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Un recorrido alentador, pero extenuante. Lleno de emociones encontradas.
Es decir, que mis recuerdos se confunden.
Y únicamente alcanzo acordarme de haber sido alojado en una casa, muy acogedora, de una señora - blanca en canas toda ella - que, conservaba una de las colecciones de arte cubano más interesantes que he visto en vida. * Al menos, en libros.
* Ahí aprendí mucho de lo que no había aprendido en Cuba.
Y el visitar a unos buenos amigos latinos - organizadores del evento - en una morada mucho más modesta, con un perro que no paraba de saltar y saltar, tras una cerca de madera. *
* Cuando digo “que no paraba de saltar” es porque, en las horas que visité aquel lugar, nunca vi al pobre animal parado, o tranquilo sobre sus cuatro patas. Y, ni siquiera, logré verlo completo, pues, solo alcancé a divisar su cabeza - aparecer y desaparecer, continuamente y sin descanso - detrás de la empalizada.
Pasados más de diez años, regresé, a casa de unos nuevos amigos, en el Día de Acción de Gracias.
O, Thanksgiving, como lo llaman en inglés.
Que, por suerte, ni ellos, ni yo, tenemos la costumbre de celebrar.
Fue un hospedaje sencillo, de muy buen gusto. Cercano a una de las vías principales, llamada Congress - donde hay varias pequeñas tiendas, junto a originales restaurantes - y ubicado, a un costado, de la escuela para sordos más grande de toda la nación americana.
Por lo que el silencio fue ensordecedor.
Si, además, agregamos que eran jornadas feriadas…
¡Fue la calma chicha!
Todo muy country, súper chévere, hiper relajado y very nice. *
* Aunque no pude cabalgarme un cowboy, como me hubiese complacido. ¡Ya será en otra ocasión!
Buena comida y la suerte de disfrutar de uno de los mejores desayunos de los que me rememora el paladar. *
* En un lugar llamado Snooze, una cadena de comida temprana que, al parecer, recién se expande, aunque, a Miami no ha bajado todavía. Y es mucho más saludable que el grasiento El palacio de los jugos, por supuesto.
Si a eso, también, se le une el hecho de que las temperaturas más al norte, son por esta época del año, mucho más gélidas, la visita fue, esta vez, casi perfecta, como para no salir de casa.
Pero, no. Salimos igual. Aunque, hubo que forrarse para estar a la intemperie. *
* Y, como no había mucha gente en las calles, la urbe parecía fantasma. Casi, para nosotros solos.
Esta vez, pude darme el gustito de entrar al pequeño Capitolio que define a la ciudad. *
* Algo que no pude hacer en mi anterior visita, aunque sí me habían contado de un incidente, hace un tiempo atrás, con un francotirador que les disparó a algunas personas desde su cúpula.
Subí hasta el tercer piso. * La entrada es gratis. Aunque en la puerta también te chequean, como en cualquier aeropuerto.
* Desde donde fue hecha la instantánea.
Y comprobé, curiosamente, que, de todos los cuadros pintados, de los gobernadores del estado, que adornan las salas circulares del lugar, el del 43 presidente de los Estados Unidos, a la vez que el cuadragésimo sexto gobernador de Texas, Georges Bush, es el único que está realizado sobre un fondo claro. *
* ¿…? ¿Será que solo tenía claro el fondo?
Sin embargo, cada vez que me desplazo, actualmente, no dejo de pensar que viajar en Cuba es todo un proceso politizado, absurdo y complicado.
No solo para salir, o entrar al país, sino, asimismo, para desplazarse por el interior. *
* He conocido de casos irracionales donde “una provincia” declara “persona non grata” a uno de nuestros connacionales y le niega la entrada a su territorio. O la onerosa situación de todos los “palestinos” luchando un espacio de vida en la capital.
Incluso, para ir a la playa, a relajarse, hay que pensárselo tres veces. *
* La arena, el transporte, el calor, la falta de facilidades y opciones para disfrutar algo relajado, más la chusmería concomitante, hacen insoportable el, siquiera, intentarlo.
Pero, aquí, todo es más fácil. Las comodidades están más al alcance de la mano. *
* Y de eso se trata, también, el progreso. No en el empeño de hacerle la existencia difícil a un coterráneo.
Con el uso de la licencia de conducción - que funciona como documento identificable - uno se puede montar en cualquier avión e ir hasta la conchichina de este inmenso territorio.
Nadie te autoriza a que te desplaces, o no, en dependencia por lo que digas, sientas, creas o pienses. *
* Ni nadie pierde, soberanamente, el tiempo, apostado en la puerta de tu casa, “cumpliendo órdenes” para dejarte, o no, tan solo salir a caminar por las calles.
Y aunque - dada la demora burocrática en mi proceso migratorio - suela catalogarme, con cierta sangrona sorna, como un “prisionero del imperio”, aquí siento mucha más libertad de desplazamiento - tanto físico, como mental - que en ese cacareado “primer estado libre de América”
Nada hay como sentirse libre por dentro. Aunque la independencia sea siempre relativa.
En nombre de la libertad se han cometido - y acometen - infinidad de crímenes en todo el mundo.
Los que hablan de soberanías, por lo regular, siempre apresan, acallan, sancionan y dictaminan. *
* Y, por lo general, engordan.
Es decir, los paladines de la independencia, en realidad, someten. *
* Contrasta la insultante felicidad desplegada en las fotos de nuestros grasos gobernantes, viajando por el mundo entero, con las, cada vez más frecuentes, noticias de prohibiciones de viajes, a quienes piensan diferente; o forzadas e ilegales prisiones domiciliarias a todo lo que huela a independiente.
Y, creo, hacen mal los que pretenden arrasar con la historia, tan solo, derribando estatuas.
A esos - cuasi todos - próceres de la emancipación, habría que dejarlos enhiestos, como ejemplo de un tiempo horrible en que fueron dueños y señores del tiempo. Pero, habría que rodearlos, casi cubrirlos, con los ejemplos de sus atroces crímenes cometidos.
Así, por ejemplo, a los vencedores generales de batallas gloriosas, los abrazaría junto a los cuerpos de los miles de soldados muertos - a ambos lados de las contiendas - al servicio inmundo de sus ominosas reputaciones.
Quienes llaman a la guerra, de ella se aprovechan y muy poco la padecen.
Monumentos han de levantarse a quienes nos educan y enseñan. Aunque no existirá mausoleo mayor que el que tiendan, sobre nuestras vidas, sus esenciales enseñanzas.
No se ha de adorar a la piedra, ni al mármol, ni al metal, ni al hierro. Ni, tampoco, al cuerpo.
Se ha de reverenciar la idea.
Porque solo en la mente es que existe el libre albedrío.
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