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La última vez que alguien me llamó mercenario lo hizo en Cubadebate, hace un año. Me hizo sonreír: me trajo la linda nostalgia de los tiempos en que, viviendo aún en Cuba, mis textos críticos anticastristas me agenciaron el título de pagado por el imperio. Como correspondía.
Ayer Descemer Bueno me hizo sonreír otra vez. Porque también él ha dicho que debo estar pagado por algún interés oscuro, una mano negra que insiste en torcerle el camino. Cambio “mano negra” por “mano peluda”, mejor: la hipersensibilidad racial Descemer comienza a ser cosa de cuidado.
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Descemer respondió a mi artículo "Descemer tiene que parar". No solo no paró, sino que se amputó los frenos.
"El periodista parece haber recibido dinero para que las personas recuerden lo que fue mi defensa, ya nada me extraña en esta ciudad donde el dinero mueve a los miserables", ha dicho el artista en un largo y efusivo post, no muy sobrado de coherencia, donde se ha referido a CiberCuba de manera general y a mí de manera particular. (Aunque albergo mis dudas: el compositor se refiere a “civercuba”, quizás es otro medio y estoy yo levantando falso testimonio).
Pero si es CiberCuba, y si soy yo el articulista que su post sugiere, me obliga a redoblar lo que dije hace poco menos de una semana en un artículo que, a todas luces, ofuscó a Descemer, y de qué manera. Atiende mis palabras, te lo pido: en efecto, sin demora ni titubeos, tienes que parar.
Porque guerritas bizantinas como estas son las que te han llevado a una espiral de absurdos, Descemer, de ridículos públicos cada vez más innecesarios, de los cuales no logras salir de una puñetera vez para dedicarte a lo que en realidad sabes hacer con un talento bendito: componer.
“Qué bueno me encontré esto de #civercuba cuando aún había respeto hacia mi persona en ese medio, me pregunto qué pudo haber cambiado que ahora me faltan el respeto”, comienza el artista su cacofónica diatriba y publica un video donde, en efecto, CiberCuba hace recuento de su hermosa carrera.
Yo creo saber dónde está tu error, mi dúctil Descemer: es una confusión de términos. Te enseñaron cuando niño que cuestionar es sinónimo de irrespetar. Así nos salta el malentendido.
“Ya saben, no más entrevistas para ustedes, no podrán contar conmigo nunca más”, dices en tu arrebato de ingratitud, permíteme decírtelo, con la web que más promoción gratuita ha hecho a tu carrera en toda la historia.
A ver si te entiendo: si yo pienso que te sobra el talento y digo en mi escrito que tienes toda la melodía del mundo dentro del cráneo, pero también señalo que estás dinamitando tu carrera con toda clase de despropósitos públicos, entonces tengo que ser un enemigo pagado, un mercenario, como la Seguridad del Estado, Cubadebate y tú me han llamado hasta hoy, en ese mismo orden cronológico.
¿Será que te crees Mahoma, Descemer? En la interpretación extremista del islam que profesan los muyahidines, los terroristas de la yihad, cuestionar la palabra o acción del Profeta es propio de apóstatas enemigos, y se castiga con la muerte por lapidación. ¿Más o menos así te ves a ti mismo? ¿Soy yo también una serpiente venenosa cuya cabeza vas a mandar a cortar?
O sea, que si CiberCuba (las dos veces con “B”, como Halloween lleva dos veces “E”) publica tus videoclips, tus acciones humanitarias, tus fotos con niños y enfermos, los besos hermosos a tu madre, tus canciones fuera de serie, tus premios, ahí te respetamos y tú nos haces el impagable favor de concedernos entrevistas.
Pero si de repente yo, un columnista que escribe a título personal, no a nombre editorial de CiberCuba, cuestiono algunas de tus posturas que están, a mi juicio, atentando en tu propia contra, ahí CiberCuba merece tu escarnio, tu veto personal, y yo merezco tu condena y tu dardo.
¿Te das cuenta de que tienes que parar? ¿Te das cuenta de que estás más perdido que el ojo del maniquí (como dijera un maestro mucho más grande que tú llamado Joaquín Sabina)?
Tu problema no es este simple periodista inquieto y cuestionador, Descemer. Tú cantas canciones, yo escribo artículos. Tengo un hijo de cinco añitos que es mi dios, una novia linda y divertida, una perra fea, una gata ciega, y una familia adorable que no cambio ni en diez reencarnaciones pasadas o futuras. Tengo hasta un puñado de lectores, que no es poca cosa. Y tengo una postura política bien frontal contra lo que creo que no está bien y merece ser denunciado sin oscurantismos oportunistas. Yo soy alguien, Descemer. Te lo aseguro.
¿Qué te hace pensar que “el frustrante desamparo de la poesía en su alma (la mía, según dices) provoca nada menos que una prosa que nace de la envidia, los celos y el desespero de ser alguien en la vida”? ¿Todo eso solo por cuestionarte, Descemer? ¿O debo llamarte Mahoma?
¿Falto de poesía, yo? Falto de tu poesía, en todo caso, la que escribes tú. Ahí estamos de acuerdo. Yo leo a Baudelaire y a Vallejo, a Rilke, a Whitman, a Huidobro. Al menos ellos no escribían disparates ortográficos en cada párrafo.
Yo leo, incluso, al Dante Alighieri que nos recuerda que el peor círculo del infierno está reservado para aquellos que en tiempos de crisis hicieron silencio. Por leer poesía, he leído hasta alguna del novelista Lisandro Otero, el papá de tu manager, Descemer. Aquí, en esto, no te tires, te lo imploro. No das pie.
El problema no soy yo, o una web de noticias, o un presentador de farándula y política, o una legión de personas que se hartaron de tu sonrisa de poliéster para camuflar intenciones. El enemigo es otro en tu caso, Descemer: es tu autoestima.
Que la tienes desajustada. No calibra bien. Unas veces anda tan por la estratósfera que te sientes más allá del bien y del mal, lejos de cualquier cuestionamiento mundano. Y eres Descemer Bueno. No Bob Dylan. Ni siquiera los correctores de smartphones se aprendieron ya tu nombre y te siguen cambiando a Descember.
Otras veces, esa misma autoestima huidiza te juega malas pasadas, se autodestruye y te hace olvidar que eres un tipo exitoso, que compone melodías delicadas y a veces sublimes, y te enzarzas en guerritas de patio de escuela donde todos ganan algo, menos tú.
El día que te hartes de dar puñetazos al aire y mires al origen de tanto polvo sucio a tu alrededor, cuando te mires adentro y enfrentes a tus propios demonios, ya no podrás seguir este espectáculo lamentable. Cuando pares, que no se te olvide que yo, sin conocerte y sin que me pagaran, te lo pedí directo y sin intenciones subterráneas. Quizás me lo termines agradeciendo.
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