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Ahora mismo. Sin dilatarlo más. Es cuestión de vida o muerte. Descemer tiene que parar por su propio bien. Alguien de su equipo se lo tiene que sugerir. O que imponer, también. Hay momentos en que la libertad de expresión atenta contra la libertad sináptica, esta es, la movilidad de las neuronas que generan esa maravilla llamada pensamiento. Y en ese momento, cuando hablar mucho no te permite pensar, en efecto, hay que parar.
Yo miro a Descemer y me da pena. De corazón. A mí Descemer no me ha ofendido, no tengo litigios legales en su contra, y no me parece una mala persona. Al contrario. Me genera simpatías. Alguna vez escribí, luego de escuchar “Tus luces sobre mí”, que Descemer tenía toda la melodía del mundo en el cráneo, aun sin tener una garganta privilegiada.
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Pero ha terminado dándome pena porque tengo la sospecha de que se está autodestruyendo. Y nadie, absolutamente nadie de quienes dicen apoyarlo y escuchar sus canciones y respetar su obra, se toma el trabajo, por su propio bien, de pararlo.
En la noche de Halloween, ha salido desde Cuba en un post con horror (que no error) ortográfico, diciendo que se encontraba celebrando el "Hallowing", luego de repetir hasta el cansancio que lleva 20 años en Estados Unidos. Ha hecho el ridículo una vez más. La foto tampoco le ayuda, todo hay que decirlo.
Yo sé el momento en que Descemer comenzó a devorarse a sí mismo. Y fue uno de esos instantes que luego se estudian como el principio del fin, aunque en el momento parecieron irrelevantes.
Septiembre de 2014. Paradójicamente, coincidente con el instante en que Descemer dejaba de ser un cantante reverenciado solo en Cuba y pasaba a conquistar el favor del planeta musical. El mundo bailaba en la era “Bailando”.
Descemer se sentó a hablar frente a las cámaras de Russia Today, y se olvidó de que, en efecto, él no debía hablar de política. Ahí habló de política. ¡Y de qué manera! El desastre fue tan mayúsculo como si Descemer me diera un micrófono a mí y me pidiera cantar.
Porque este hombre jovial que encuentra rimas estupendas y que intuye la secreta alquimia de las canciones hermosas y pegadizas, no tiene la más puta idea de qué cosa es el embargo, o las dictaduras, o el comunismo, o el Estado de derecho, o la libertad de expresión. Para cada uno de esos conceptos, literalmente, Descemer ha colocado gazapo tras gazapo cada vez que ha abierto la boca y no ha sido para entonar. Y eso alguien debería decírselo de una vez por todas.
Cuando Descemer dijo, en pleno estrellato de “Bailando”, que el bloqueo era un simple capricho, sin detenerse antes a efectuar el más elemental proceso de documentación sobre cómo o por qué se implementó el embargo, desconociendo las expropiaciones aberrantes que sufrieron otros cubanos como él que perdieron todo de la noche a la mañana por el capricho, ahí sí, de delincuentes barbudos; ahí nació la espiral de autodestrucción que ha terminado, esta semana, con un autor por otra parte brillante, como lo es él, superado por las circunstancias en las redes sociales, pidiendo que lo dejen en paz. Como un chiquillo de escuela. Un espectáculo muy lamentable.
Reconocer las limitaciones, ser consciente de lo que se sabe, y lo que no se sabe, es una grandísima virtud. Nunca un defecto. Y cada vez que Descemer repite que él no habla de política porque no está preparado en ese tema, pero traiciona esa propia máxima y se enreda explicando, por ejemplo, por qué él no es comunista, vuelve a meter la pata en la olla de leche. O en la olla de jugo de naranja, para apropiarnos de una metáfora muy descemeriana.
Ha perdido los papeles una y otra y otra vez, y sí, está dañando su carrera. Y nadie lo detiene. Al final de todo este callejón oscuro Descemer debería hacer recuento de los seres humanos que tiene a su alrededor, si de veras le quieren o no. Al menos yo, nunca estuve entrenado para asistir en silencio al declive público de alguien a quien quiero, sin intentar detenerlo por las buenas o por las malas.
Esa terapia necesaria tiene que empezar por arrancarle de las manos el puto teléfono. Sin peros ni peras. Coño, que con cada nueva directa, con cada aparición Descemer llena de cochambre y de brutalidad la estrella que hasta entonces había tenido intocada.
Y dentro de esa misma terapia tendría que venir un proceso de aceptación de los errores. De humildad sanadora. Sí, sí fue un sinsentido injustificable ofender a un presentador, por más hostil o adverso que este le estuviera siendo, empleando para ello argumentos sexuales, ataques infantiles y ofensitas tales como mentirosa, víbora de mil cabezas y parecidos. Y hacer como que no lo fue, y mantener una postura altiva pero vulnerable, respondiendo ataques y contraatacando con ideas cada vez peores, es bochornoso.
Otra vez: tú eres un compositor internacional, carajo. ¡Recuerda quién eres! ¡Paga dinero a un asesor, uno solo, que te explique que no puedes acusar de racista a alguien sin pruebas contundentes más allá de tus conjeturas! ¡Búscate un manager que te explique que salir en público a pedir el boicot de un programa donde se dicen cosas de ti que no te agradan, te hace lucir vulnerable, débil, justo lo contrario de lo que se espera de un artista internacional!
A Descemer nadie le explicó lo que implica ser figura pública. Cuánta clase, cuánta superioridad moral e intelectual exige ganar millones de dólares por canciones que nadie más sabe o puede hacer. Y siguen sin explicárselo. Y no le cuentan que si no quiere que comiencen a hacer burlas por ciertas gestualidades que exhibe en sus videos, ¡tiene que callarse la boca de una jodida vez!
Y se enloda un día sí y otro también. Y un día aparece como un desquiciado cantando afónico a “Ese hombre”, como un paciente que recibió el pase del centro psiquiátrico donde permanece internado, y al otro asoma diciendo, ay coño, que para que él hable de política hay que pagarle una buena suma, para entonces reaparecer luego a explicar que era una broma.
¿Nadie lo nota? Sus amigos, quienes pueden llegarle a él, su familia, ¿no notan el proceso de dinamitar su propia talla artística, de rebajarse, enlodarse, lucir como un adolescente nervioso al que algunas decenas de hashtags logran sacarlo de sus casillas?
Por eso digo que Descemer ha terminado por darme lástima, y lo digo sin intención peyorativa. Dios me salve de que Descemer se lo tome a mal y me dedique su próxima directa. Da pena ajena ver a alguien capaz de componer “Preciosa”, de lejos una de las canciones más simples y perfectas de la música hispana en mucho tiempo, tenga tan baja autoestima como para asomar la cabeza en Facebook a exigir, con un nudo en la garganta y una vena hinchada en la frente, que lo dejen vivir en paz.
Descemer no puede ser el hombre más solitario de este planeta. Tiene que tener quien le quiera, quien sienta y padezca por él, quien celebre sus triunfos y llore sus descalabros. A esa persona hay que pedirle que se ponga las pilas antes de que sea demasiado tarde.
Si nadie fue capaz de pararlo a tiempo antes de hacer el remix de “Preciosa”, una canción que nació a dúo con el gigante Eliades Ochoa, y que Descemer se empeñó en convertir en chapuza re-grabándola con El Chacal; si nadie fue capaz de alertarle de que aquel primer videoclip de “Preciosa” ya era perfecto, no necesitaba nada más, y accedió al despropósito de un segundo videoclip con palomita blanca de animación entrando por la ventana computarizada, un videoclip para morir o matar, directamente, que al menos aparezca quien ponga un alto a estas miserias innecesarias de un hombre bueno, lo diga o no su apellido.
Descemer, sí, tiene que parar. Por su propio bien.
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