Cualquier santiaguero con más de 30 años de edad recuerda el Parque de Diversiones 26 de Julio de la ciudad como aquel gigantesco sitio que explotaba de vida en las noches: música de los Bonney M, iluminación de colores por doquier, enormes aparatos de hierro donde la risa opacaba el chirriar del metal, churros, galletas dulce que se compraban sin cola, las tazas locas, el deslizador de agua, las góndolas, unos aviones que solo se separaban un par de metros del suelo y parecían cientos, otro artefacto naranja que se movía tanto en el plano horizontal como vertical… eran los años de la segunda mitad de la década de los 80 y aquello fue lo más cercano que se experimentó a la felicidad.
El lugar en sí fue inaugurado en 1983 gracias a la cooperación entre Cuba y Japón, y por más de 30 años, para ser justos, ha sido de una u otra forma protagonista de la diversión de varias generaciones de santiagueros.
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Sin embargo, otra vez quienes tienen más de 30 años no dejan de ver este lugar hoy como una triste y lastimera sombra de lo que fue, a pesar de que en 2015 se insistió en una renovación del sitio, junto al zoológico y el ámbito de la Loma de San Juan, en lo que fue llamado Parque de los Sueños, iniciativa que sí agregó atractivos pero que la esencia no la tocó: los antiguos aparatos japoneses se mantuvieron oxidándose y funcionando intermitentemente, para ser generosos.
A cuatro años de la última de las remodelaciones del Parque de Diversiones 26 de Julio, hoy parte del Parque de los Sueños y en medio de un verano, el lugar demuestra que en 2015 fue pintura lo que recibió más que cualquier otra cosa.
“Los aviones ya no «despegan», o sea, no se levantan, solo dan vueltas en el lugar, los otros aparatos que se movían de un lado al otro y también se levantaban, ya no se mueven ni para arriba ni para los lados, uno termina mareado en menos de cinco minutos”, comenta una santiaguera.
Lo común, el pan nuestro de cada día, es visitar el Parque de Diversiones y encontrarse que la gran mayoría de los aparatos no funcionan, esa ha sido la realidad por años que se agrava en la temporada no estival.
Esa lamentable suerte han sufrido varios aparatos como las tacitas, un verdadero privilegio cuando uno logra verlas funcionando, algo así como una vez al año; igual el famoso deslizador que ya muchos ni recuerdan cómo lució pues muy poco divirtió a las personas, sin dejar de mencionar las famosas góndolas no son hoy más que un criadero de ranas, iniciativa que quizás forme parte de la gestión medio ambiental del sitio.
“Uno viene cada año y cada año encuentra que está peor. En 2015 se habló con mucho bombo y platillo del tren que hacía un recorrido por parte del parque, una locura a mi juicio pues literalmente atravesaba una parte por donde niños pasan, pero bueno, ya no funciona y tiene poco tiempo. No sé ni por qué pues preguntas a los trabajadores y te ponen cara de que no saben ni cuándo volverá a funcionar”, comenta un padre.
El mes de julio pone a tope a la ciudad: Festival del Caribe, los tres carnavales… pero cuando llega agosto quien es padre se vuelve loco buscando opciones para entretener a los pequeños, ahí es cuando uno se agarra de las tradicionales opciones con la ingenua esperanza de que estén mejor que el año pasado.
“Yo tengo una niña de nueve años y todos los veranos venimos, y te puedo decir con propiedad que en los últimos tres años esto va para atrás: siempre hay algunos aparatos que se han mantenido, como los caballitos, o los aviones, o la estrella, pero mira este año los caballitos se mueven tan lentos que hasta el más imaginativo de los pequeños se aburre. Por otro lado, por ejemplo ahora funciona el tren, hacía tiempo que no lo hacía, pero ¿sabes que te dice el operario? Que no se pueden montar mucha gente pues no tiene fuerza. Y lo otro, ver que en medio del verano reparan algunos aparatos como las tacitas, eso deja mucho que desear”, afirma una madre.
La estrella, el punto más alto del parque y por tanto uno de los miradores de la urbe, no deja de ofrecer un espectáculo divertido y único. Sin embargo, los deseos de disfrutarlos quedan relegados cuando se baja un padre que te comenta “una de las rueditas que impulsa el aparato no funciona, cuando uno está arriba ve que no se mueve, y uno se preocupa”.
“Vinimos este verano, nos dijeron que había «novedades», como un laguito. Al final no era más que una especie de estanque, pequeñito con un bote y… ya, solo eso, al final terminamos como siempre en los inflables de los cuentapropistas, en la piscina, que gracias a Dios aún funciona, y los botes que es lo que más le gusta a mis mellizos pues esta ocasión ¡sorpresa!, no estaban funcionando.
"También fuimos a lo que le dicen la casa de cristal que es un salón de juegos para niños pequeños que, no entiendo, si es algo bastante nuevo ya la mitad no funcionan… y eso que se cobra en CUC”, comenta otra madre.
El Parque de Diversiones 26 de Julio, de Santiago de Cuba, es para no pocos una triste sombra del pasado que hizo feliz a muchas generaciones. Quienes ya tienen más de 30 años lo conocieron en un momento en que recorrerlo daba un placer enorme, cuando hacer colas no era sinónimo de escasez sino de popularidad, y existía una cultura del servicio, de la gastronomía…, en un entonces que llegar a él uno no dejaba atrás preocupaciones como el transporte o qué llevar a la mesa.
Y eso es justamente lo que representa, en el imaginario del santiaguero, su Parque de Diversiones: una época en la que ser feliz ni era difícil ni caro, lograr sueños una meta posible. Por eso duele tanto verlo depauperarse, a pesar de los estériles esfuerzos, quizás porque aún nos aferramos al ideal de que un futuro mejor es posible.
Tal vez por eso hechos aparentemente tan poco significativos, como que unos pocos aparatos han sobrevividos al abandono por décadas y ahora ya muestran sus últimos suspiros, como que un avión no se eleve o un carrusel ni tenga fuerza para moverse, duelan tanto y motiven reflexiones de cuánto se han perdido lugares a los que se tiene cariño y los esfuerzos por repararlos no pasan de ser una pintura y corneta.
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