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No pude evitarlo. Esa fue la primera pregunta que me hice cuando en medio de los trabajos constructivos por el medio milenio de fundada la ciudad de Santiago de Cuba, en 2015, se anunciaba la unificación de los parques de Diversiones “26 de Julio” y Zoológico, para hacer un “complejo” llamado Parque de los Sueños.
El nombre, en principio, me parecía un enorme dislate, demasiado pomposo, pero había que darle tiempo al tiempo pues hay proyectos que necesitan ser apreciados en la lejanía, cuando pasa la euforia. Este es uno de ellos.
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Un espacio con grandes dimensiones, hasta donde conozco uno de los parques más grandes de Cuba (36 hectáreas) y con una vegetación envidiable (más de 140 especies), con un nuevo diseño tan incluyente que abarcara “todos los gustos de la familia santiaguera”, resultaba cuando menos bastante pretencioso, pero así deben ser las ideas que beneficien a grandes cantidades de personas y que celebren, además, el medio milenio de una urbe. Eso lo aplaudo efusivamente.
Sin embargo, conocí el Zoológico y el Parque de Diversiones en los últimos años de la década del 80 y primeros del 90, justo en los instantes de la vida en que uno no se preocupa de dónde salen o cuánto cuestan las cosas.
En ese momento de inocencia, el primer lugar me parecía una instalación enorme, casi laberíntica, con muchos animales que a duras penas veía en los muñequitos (aún eran tiempos de supremacía audiovisual rusa), mientras que el Parque de Diversiones era el lugar perfecto donde terminar un paseo, en especial en el horario de la noche, cuando parecía más animado. Los fines de semana, y en verano, ambos eran explosión de vida.
Eran también los años de las “guarandingas”, ahora renacidas, de intensa vida en el Acuario Baconao, de muchedumbre en el “Mundo de la Fantasía”, también de inmensos animales coloridos, y no desteñidos, en el Valle de la Prehistoria, de un gran tocororo de piedras adornando la carretera, con un rojo, azul y blanco brillantes… es, sin dudas, la época de oro de mi memoria.
En esos mismos años, en el Zoológico y en el Parque de Diversiones todo parecía más colorido aunque no había tantos quioscos y ranchos, no había bombillos apagados tampoco pancartas con productos tapados porque se habían agotado, mucha algarabía, un intenso ir y venir de personas.
Todo funcionaba, se acompañaba de esa música de los Boney M que era la delicia de los padres, en mi memoria aún conservo el recuerdo de todos los “aparatos” del parque de diversiones, las tacitas locas, incluso aquel que le decían “el deslizador”, el mismo del que las generaciones posteriores ni han escuchado hablar. Todo era luz en ese entonces, o al menos un caldo más nutritivo para soñar.
Quizás, cuando el recuerdo está fuertemente impregnado de cariño, se distorsiona el cristal con que se mira el mismo sitio años después. La objetividad, en este escrito, no es mi fuerte.
Si el santiaguero, incluso el cubano de forma general, es bastante “bachatero”, –esa es una de sus características, según muchos–, y con “un palo y una lata” hace un carnaval, entonces no es errado pensar que muchos creyeron que lo más necesario, para revitalizar los antiguos Zoológico y Parque de Diversiones, eran la comida, la bebida y nuevos establecimientos.
Y así fue. Sin dudas se incluyó mucho de esto en la nueva concepción, en el parque de los Sueños: ranchones dedicados al café, a la comida criolla (que nunca puede faltar), a la venta de pizzas, quioscos destinados al expendio de refrescos, churros, cafeterías de productos ligeros, área de picnic donde pudiera degustarse, entre otros productos, la carne asada, también el Ranchón del Músico…
Otros nuevos atractivos también capturaban la atención de muchos: un centro tecnológico, la posibilidad de hacer paseos aéreos virtuales, un enorme tren casi más grande que su recorrido, un parque inflable a pleno sol ardiente, un dinosaurio que parecía estar vivo, el “chaguito” más grande que podía verse en Santiago de Cuba, que por arte de magia desapareció…
Entonces, con todo eso, y afirmo que mucho más ¿Qué se necesita para “soñar” en ese lugar? ¿Qué sucedió entonces?
Viejos y nuevos problemas.
De esos que son más antiguos que empinar papalotes, están la calidad de los servicios y estabilidad de las ofertas. Pero, ¿es tan viejo y familiar que para qué hablar? Aunque esto adquiere una connotación, mucho más profunda, cuando se trata de pequeños, en especial cuando piden golosinas. Se lo dejo a su imaginación.
Otro que se reitera es la poca educación medioambiental, pues al final el Zoológico no debe ser solo con animales enjaulados, sino inculcar valores, además del necesario ocio.
En el Parque de Diversiones, muchos coinciden en que algunos arreglos fueron de “vieja con coloretes”, pues la raíz del problema está en la obsolescencia de los “aparatos” que lo lleva, a pesar de la labor que realizan los trabajadores del lugar (¡y quién sabe cuántos inventos al día hacen!), a que sea habitual el no funcionamiento de los equipos.
Otra vez, imagínese usted el pequeño de la casa, frente a su aparato preferido, y que este no se mueva. Le dejo a usted, otra vez, las conclusiones de ese momento.
De los más nuevos problemas, muchos hoy ya no se conforman con “un palo y una lata”, salvo los niños, ellos con un trapo en sus hombros se creen “Super Why”. Pero incluso ellos en ocasiones necesitan de la fantasía, requieren payasos, magia, música, una animación que los mantenga en jaque, expectantes y deseosos por regresar, un ambiente de mucha algarabía que los reciba desde la misma entrada. A ello siempre les urge eso que les hace volar la imaginación.
Hoy las personas exigen calidad. Ya se conocen en la urbe sitios como el “Ocio Club” que, aunque en menor escala, tiene excelentes propuestas que hacen gozar, hasta el cansancio, a los más pequeños, y es, además, un lugar que resalta por la calidad de sus opciones y del trato. El único problema es la moneda en que se paga en el lugar.
Todo no es malo, no soy tan pesimista.
El actual Parque de los Sueños sigue siendo uno de los lugares más tranquilos y seguros para estar en familia, a pesar de que un tren atraviesa, literalmente hablando, por el medio del ir y venir de las personas, incluyendo los niños. Aunque no lo hace a gran velocidad, creo que a alguien se le fue la “chaveta” con esta idea.
El zoológico, al menos de los años que llevo visitándolo, tiene hoy un verdor que sorprendería hasta al mejor paisajista.
Luego del paso del huracán Sandy, en octubre de 2012, el sitio provocaba lágrimas a la tristeza, y hoy, la verdad, no es así. De las grandes plantas arrancadas, en los tocones que quedaron atrás, “nacieron” diferentes tallas de madera que mimetizan con el lugar.
Una fuente, casi como si fuera una niña real, llama la atención de las personas, mientras que el dinosaurio, aunque sin provocar tanta algarabía, sigue siendo una pieza digna de admirar, y crucemos los dedos para que no perezca en un tiempo cercano.
Se venden plantas ornamentales. Hay peces, animales que sorprenden por ser exóticos, como los dromedarios, hay ofertas para esos amantes incondicionales de las mascotas que gustan mimarlas… y mucho más.
Son muchas las opciones que convierten al Parque de los Sueños en destino para el turismo nacional. Así lo he podido confirmar y me sorprendí cuando supe de holguineros que querían visitarlo, y es en ese momento que uno se percata de lo que tiene en su Santiago de Cuba.
Sin embargo, para que vuele la imaginación infantil, los niños solo necesitan de un mundo de fantasías. Solo eso requieren para soñar. Y es justamente eso lo que más falta en el lugar.
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