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La Fundación del ex presidente del Gobierno español Felipe González Márquez ha servido a estudiosos y público en general un aperitivo de sus cartas cruzadas con el fallecido mandatario cubano Fidel Castro Ruz, en tiempos de perestroika.
González deja entrever su preocupación por el destino de Cuba aislada en un mundo unipolar, se resiste a la dictadura del mercado y rechaza de plano el lema Socialismo o Muerte, adoptado por Castro frente a los vientos de cambio made in URSS.
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El gobernante cubano se esfuerza por encontrar un tono amistoso en sus cartas a González, a quien recuerda que los peces de Cayo Piedra y la gente de Tropicana siguen esperando por el retorno del mandatario español; manifiesta su enojo por las críticas a su gobierno por violaciones de los derechos humanos y ruega a González que no se enoje por algunas críticas que ha vertido en su contra.
Pero lo publicado hasta ahora por la Fundación Felipe González; es apenas un tercio de su relación epistolar con Castro y otros líderes del mundo y delimitada a los años 80-90 del siglo pasado; así que parte del material más interesante sigue clasificada.
La parte más jugosa del intercambio entre ambos se produjo en:
1978-1979 para pactar lo que luego se conoció como Revolución Sandinista;
Navidad de 1985, cuando un comando castrista intentó secuestrar al funcionario cubano desertor Manuel Antonio Sánchez en pleno Madrid, tras haber solicitado Asilo político al Gobierno español.
1986 Negociaciones para conseguir la liberación del preso político Eloy Gutiérrez Menoyo, que fue un gesto de Castro por la visita de Felipe González, en otoño de ese año.
1990: Bronca en Brasilia y “Crisis de las Embajadas”.
Una vez que el entonces presidente norteamericano, James Carter, dio luz verde al derribo de Anastasio Somoza Debayle; los norteamericanos se encontraron con que no tenían interlocución con el Frente Sandinista y pensaron en Cuba, pero Venezuela y Costa Rica recelaban de Castro y Washington apeló a Felipe González, que aún no era Primer Ministro de España, pero era una figura prominente de la Internacional Socialista y mantenía una relación cordial con el mandatario cubano, desde su primera visita a La Habana, en 1976.
González tenía sintonía con la facción socialdemócrata del sandinismo, pero no controlaba las otras dos tendencias y coincidió con Washington en que Fidel Castro, que había unido a las tres facciones sandinistas, era el hombre indicado para ese cometido, y el español tuvo, además, que emplearse a fondo con Carlos Andrés Pérez, que siendo Ministro del Interior de Rómulo Betancourt combatió a la insurgencia made in Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
El político español persuadió a Pérez, y a los ticos Carazo y Figueres de que Castro actuaría como un socio leal y la fórmula funcionó hasta el punto de que baterías antiaéreas cubanas se instalaron discretamente en la franja fronteriza entre Costa Rica y Nicaragua para repelar un posible ataque de Somoza; en una rara y apenas contada página del internacionalismo castrista.
En diciembre de 1985, saltaron las alarmas policiales de Madrid, cuando un hombre fue abordado por otros cuatro a la salida de un banco y comenzó un forcejeo con gritos, que llamó la atención de los viandantes y provocó la intervención de una patrulla policial que estaba cerca.
El hombre que salía del banco se llamaba Manuel Antonio Sánchez, funcionario del Gobierno cubano hasta pocas horas antes, que había solicitado Asilo Político en España y que retiraba de una cuenta a su nombre, pero que el Gobierno de La Habana reclamaba como suya, 477 mil dólares de la época.
Tras el forcejeo, la policía española liberó y protegió a Sánchez y condujo en calidad de detenidos al Vicecónsul Alberto León Cervantes, Abelardo López Hernández, Ramón Borroto Chávez y Franciso Ventura Torrientes, funcionarios de la embajada cubana en Madrid con diferentes categorías, a la Comisaría del Aeropuerto de Barajas.
Cuba calentó el ambiente con una Nota de su cancillería que era de todo, menos diplomática, acusando a España de ser “cómplice de un ladrón”; pero Madrid se limitó a la expulsión, ordenada por un juez de los cuatro potenciales secuestradores, en virtud de un probable delito de coacciones y dio carpetazo al incidente, reforzando la protección del funcionario huido.
La negociación para la puesta en libertad de Eloy Gutiérrez Menoyo, español de nacimiento y cubano de adopción, que combatió junto a Castro y luego en su contra; fue paralela a la preparación de la única visita de González a la isla en calidad de presidente del Gobierno español.
La primavera de 1986 fue el arranque de este proceso, cuando el Ministro de la Presidencia, Javier Moscoso, llegó a La Habana, con el pretexto oficial de elaborar un Atlas Iberoamericano y charló con Castro en el Palacio de la Revolución y, en un momento de la plática, el cubano dijo: dile a Felipe (González) que se deje de cuentos y, si tanto me quiere, que venga en visita oficial, que mande al Rey o que me invite a España.
Cuando Moscoso aún no se había repuesto de la primera andanada, Castro apretó el acelerador: dile a Felipe (González) que si su preocupación son las relaciones con Estados Unidos, que promovemos que Cuba se convierta en la 18 autonomía española, haciendo un referendo en ambos países, y le garantizo que la victoria sería arrolladora en España y aquí y –además- Don Juan Carlos (de Borbón) sería nuestro Rey…
Previamente, en 1984, Castro –acompañado por Daniel Ortega– había provocado una escala técnica en Madrid, a su vuelta de Moscú, que está bien contada por Julio Feo (asistente del premier español) en sus memorias.
Cuando Moscoso volvió a Madrid, sin material para el Atlas, pero convencido de que Fidel Castro estaba “obsesionado” con recibir a Felipe González en La Habana, la diplomacia de ambos países se puso en marcha y el presidente español llegó, pasadas las 7 de la tarde del 13 de noviembre de 1986, a la capital cubana, donde fue recibido a pie de avión por su anfitrión.
Tras sendos discursos amistosos en la condecoración con la Orden José Martí a Felipe González por “su contribución al fortalecimiento de la democracia en España”, ambos mandatarios compartieron una cena en el Palacio de la Revolución y, a los postres, la visita entró en modo silente, pues volaron en helicóptero a Cayo Piedra, donde pescaron durante un día y medio y polemizaron desde el primer momento. Fue una pesquería de debut y despedida, como ocurrió con la visita a Tropicana; hechos que Castro recordaría al español en una nota manuscrita a pie de firma de una de las cartas desclasificadas.
Desde entonces, las relaciones se volvieron tirantes, aunque siguieron siendo francas y sostenidas por un hilo invisible, como suele ocurrir entre Cuba y España. Castro no escatimó ataques contra González, recordando incluso el episodio de la entrada de España en la OTAN; y así llegaron a 1990 el año del divorcio político entre ambos; aunque luego González mantuvo la mano tendida a Cuba, como lo demuestra las cartas parcialmente desclasificadas esta semana.
En marzo de 1990, González y Castro coincidieron en Brasilia, en la toma de posesión de Fernando Collor de Mello, y se encerraron en la suite del cubano para salir más enemistados que nunca porque no coincidían en la apreciación de la suerte de Cuba después del abandono soviético. El español evitó airear públicamente el desencuentro, pero el cubano –que ya venía caliente por una carta de los obispos cubanos pidiendo libertad y prosperidad– salió de la suite, y desnuncó dialécticamente al premier ibérico: Felipe me ha dicho que Cuba no puede acabar como Sagunto y Numancia.
Moncloa acusó el golpe bajo; pero no replicó directamente y buscó la manera de enfriar el encontronazo, acudiendo –junto a François Mitterrand, entonces presidente de Francia– en auxilio de la educación cubana, enviando cuantioso material escolar entre ese año y 1996; pese a que la entrada por la fuerza de nueve cubanos en la Embajada española en La Habana (julio de 1990) deterioró las relaciones a sus niveles más bajos.
Felipe González incluso llegó a escribir el borrador de una larga carta a Castro, que nunca llegó a ser enviada, en el que reflexiona sobre la economía de mercado, la inviabilidad del comunismo como respuesta a los problemas de las personas y su desagrado por el uso de la consigna Socialismo o muerte.
La ayuda gratuita y abundante durante varios cursos escolares consiguió la llegada a La Habana de Carlos Solchaga, en la primavera de 1995, para asesorar al Gobierno cubano en reformas económicas. Castro recibió al enviado de Felipe González, un navarro de fuertes convicciones y carácter, que chocó con el mandatario cubano nada más empezar la plática, que acabó como la Fiesta del Guatao.
El asesor visitante había comprobado con satisfacción el nivel de economistas cubanos y la postura favorable a reformas estructurales en altos cargos cubanos como Carlos Lage; pero encontró una pared en Castro y embistió: su reforma es muy limitada, Comandante. Mire, aquí donde usted autoriza el oficio de forrador de botones por cuenta propia, puede ser más atrevido y poner: forrrador de botones de plástico, forrador de botones de nácar, forrador de botones de madera y así va forrando usted…
La gestión encomendada a Solchaga no era del todo inocente o altruista, pues Castro seguía acumulando retrasos en los pagos de la deuda contraída con España y Madrid sabía que seguir en la senda económica errática no solo empobrecería aún más a Cuba, sino que haría inviable los pagos.
Castro siempre disfrutó de una relación privilegiada con España, al margen del color político de su Gobierno, prueba de ello fueron que el Estado cubano fue el único de América Latina que decretó tres días de Duelo Oficial por la muerte del dictador Francisco Franco Bahamonde (1975); y que recibió la visita de Adolfo Suárez (1978), en medio de la Transición democrática.
Ya había avisado Franco, cuando a la vuelta del embajador Juan Pablo Lojendio e Irure de La Habana, tras protagonizar un cruce de palabras subido de tono con Fidel Castro, en un estudio de televisión, exigiéndole que rectificara su acusación de que la Embajada española era “un nido de contrarrevolucionarios”. Entonces, el Caudillo dijo al Marqués de Lojendio: Con Cuba todo, menos romper…
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