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“Cuando Dios se aburre le da por jugar a los dados y con ellos inventa la ironía y la casualidad”. La frase es del siniestro Jorge de Burgos, aquel gran personaje de Umberto Eco en “El Nombre de la Rosa”. La he tenido en mente todo el tiempo ahora que el protagonista de un escándalo que podría dejar huella en la cultura cubana es también -irónica o casualmente- el autor de una canción cuyo simbolismo le viene peor imposible.
¿Quién le iba a decir a José Luis Cortés que veinticinco años después de estrenar “La Bruja”, esa canción bipolar, a mitad de camino entre la genialidad rítmica y el abuso de género más nauseabundo, sería él mismo noticia internacional por una denuncia de violencia contra una mujer?
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El mismo hombre ovacionado con justicia por sus aportes artísticos al pentagrama musical cubano, es autor de la canción más emblemática de todo el machismo, la agresividad verbal contra la mujer, la degradación convertida en idiosincrasia, el maltrato sonreído, bailado, asimilado como un purgante inofensivo; y ese mismo autor está hoy en tela de juicio porque, al parecer, es un hombre de coherencia: cuando “El Tosco” nos decía que una mujer que le cambiaba su amor por diversiones baratas (en resumen: por otro hombre) era “una bruja sin sentimientos, una loca, una desquiciá, una arrebatá”, definitivamente hablaba en serio.
En lo personal, si me quedó alguna duda de su coherencia a prueba de raciocinio y ridículos cuando lo vi soplando una nana al pedrusco que aprisiona a Fidel Castro en su interior, esta vez no tuve margen para la ambigüedad. Gracias al episodio que ha exorcizado contra su voluntad la cantante Dianelis Alonso, alias “La Diosa”, me queda claro incluso el sentido verdadero que podría esconder aquel estribillo que coreábamos, ingenuos, hasta los niños cubanos de los años ´90: “Bruja, coge tu palo y vete”. La polisemia es escabrosa esta vez. Si ya era terrible una canción que nos demonizaba a ese extremo a nuestras amigas, conocidas, madres, maestras, la posibilidad -irónica o casual, otra vez- de que estuviéramos cantando a entrarles a palos es lo que me ha obligado a escribir este artículo.
Intentaré hacer el recuento lo más breve posible: durante una entrevista que casi llegaba a su fin, el presentador Alexander Otaola deslizó de contrabando, tan a su estilo, una pregunta que cambió la vida a su entrevistada, “La Diosa”, sin vuelta atrás posible, y le dio a su propio programa una dimensión digna de honor. Si los tantos enemigos que tiene el presentador pusieran de lado los egos y las pasiones, habría que dar muchas gracias porque formulara esa pregunta y destapara estos secretos a voces de la sociedad cubana de hoy.
“¿Es verdad que tú recibiste golpes por parte del maestro de la flauta?” – dijo Alex Otaola, a sabiendas de que era dura su pregunta. Pero no de cuánto. Quienes asistimos a la escena en vivo, seríamos testigos en lo delante de un espectáculo terrible y magnífico a la vez: el comienzo de liberación de los traumas. Dianelis Alonso, “La Diosa” se sintió descubierta ante algunos miles de espectadores y no pudo mentir, aunque su instinto lo trató.
Hasta hoy ha pasado poco más de una semana y la denuncia pública, mediática primero, policial después, que gritara “La Diosa” desde “Hola Ota-Hola”, en lugar de desinflarse gana enteros con cada testimonio que se le agrega: José Luis Cortés, “El Tosco”, traumatizó a su cantante y ex pareja a fuerza de bofetones, patadas, empujones, amenazas físicas y psicológicas, ejerció una de esas influencias que la psiquiatría tiene bien estudiadas y que le dan a su portador una categoría especial: psicópata.
Pero esto no es lo grotesco. De verdad. Que esta chica pudiera haber sido una especie de punching-bag del fundador de NG La Banda, que debiera huir, según su testimonio, desnuda por el pasillo de un hotel para salvar su vida; que su entonces jefe y expareja le recordara a fuerza de palo y timba a cada momento quién mandaba en su vida, no es el súmmum del horror.
Lo es la podredumbre social que ha comenzado a brotar, a supurar por la herida de una nación jodida. Muy, demasiado jodida.
Excesivamente jodida debe estar el alma de un país donde casi ninguno de quienes sabían de estas palizas, porque las presenciaron y no lo niegan, porque las escucharon pared con pared en los hoteles donde se alojaban durante las giras de NG, haya salido ahora no a liberarse el gaznate de ese atropello que les remordía en sus conciencias. No a escupir confesiones. No a limpiarse un poco de la bribonada de sostener con sus silencios semejantes ejercicios de verdugo. No. Han salido, mira para acá, lector, suelta el vaso de vidrio, detén la música, entiéndeme bien: han salido en batallones a acorralar a la víctima, a hostigarla, a hacerla sentir una bruja. Una bruja sin sentimientos. Una loca, una arrebatá, como coreó ella misma tantas veces por instrucciones musicales del director de su orquesta.
José Luis es un individuo tan complejo, tan enrevesado en su personalidad, con esos matices contrapuestos de quien está cercano a la genialidad, que lo mismo tiene municiones dentro para hacer que sus manos revoloteen poseídas por un jazz exquisito, que para fundar él mismo todo un género musical bailable -la timba, nada menos- que para estremecer la mandíbula de una mujer que ni por status ni por físico le podía ofrecer resistencia. Podía crear música y estropear autoestimas con igual eficacia.
La aseveración no es mía. La podrán encontrar en la avalancha de mensajes de texto, audios y llamadas telefónicas de amigas o ex compañeros de profesión, que una vez terminaron de ensañarse con Dianelis Alonso, “La Diosa” por destapar este escándalo, se olvidaron de desmentir sus acusaciones. Qué desliz recurrente. Nadie, absolutamente nadie, ha tenido timbales de tildarla de mentirosa.
Y a continuación, en este siglo de reivindicación de derechos de la mujer, donde un movimiento #MeToo ha puesto a parir a verdugos como Harvey Weinstein en Estados Unidos y ha terminado contagiando al planeta; en la misma era donde las argentinas se aliaron en la etiqueta #NiUnaMenos, la Cuba de mujeres y hombres con WiFi y datos móviles “se ha dado a la tarea” de destruir a la víctima y proteger al victimario.
El alud de elogios y alabanzas hacia “El Tosco” por su impronta artística ha terminado siendo asqueante. No intentaré encontrar otro vocablo. Asqueante. Y ojalá el músico Alexander Abreu, o la surfista Ibis Pérez, o la excantante también de NG La Banda Arlenys Rodríguez, entre muchos otros, recuerden por siempre ese adjetivo.
Porque ya esto es el colmo. Que Cuba era un país de humanismo tocado, pervertido por el gusanillo intrépido del totalitarismo, un país donde ningún hombre enfrenta consecuencias legales por lanzar una grosería sexual en público a una caminante, digamos, aunque sea una menor de edad, eso ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos era que cuando una mujer decidiera romper sus miedos y sus traumas, y exhibir todo lo que ha soportado por dentro hace casi veinte años, tendría que lidiar además con la carga de que no le creyeran o le dieran la espalda ¡los propios testigos de lo que ella está denunciando!
Un ex manager de la orquesta, una hija de Cortés, una amiga de la víctima, empresarios, promotores, ¿cuánta gente más se va a sumar a la campaña de “Viva el maestro, muera la amaestrada”? No lo sé. El argumento de “para qué sacas esto ahora, tanto tiempo después”, parece inagotable. Me hierve la sangre al escribirlo. Me da La Náusea en mayúsculas, como la de Sartre.
A José Luis Cortés lo han reverenciado Juan Formell, Chucho Valdés, y casi cualquier vaca sagrada de la música cubana. Su talento está fuera de dudas. ¿Y quién carajo está cuestionando aquí su talento? ¿O es que los seres humanos virtuosos no tienen lados oscuros? ¿Oscar Pistorius no asesinó a su esposa? ¿Roman Polanski no sigue siendo un fugitivo de la justicia estadounidense por violar a una mujer en 1978, y ni “El Pianista” ni "Chinatown" le han servido como lavado de cara, ni siquiera ante la Academia?
Ah, pero en Cuba, la Cuba de las mil y una organizaciones, la Cuba que le regresó a la mujer su dignidad tras el triunfo revolucionario, no aparece ahora mismo una sola organización gubernamental que alce la voz y haga causa común con una mujer abusada. La Federación de Mujeres Cubanas está demasiado ocupada denunciando al bloqueo. De esto va el último tweet de la organización, en septiembre de 2018.
¿Cómo llegamos a este callejón sin luz, por citar al poeta Lezama? Yo no lo vi. Yo no asistí a los primeros síntomas. Pero sí sé que cuando un grupo de machangos no tuvo inconveniente en reprimir violentamente a la primera marcha de mujeres que pedían libertad para sus esposos encarcelados, con gladiolos en las manos por toda arma, ahí, en ese instante en que la sociedad cubana aplaudió el acto o lo ignoró, ahí terminó de joderse todo.
En la misma isla en que el propio diario “Trabajadores” publicó en 2017 que el 26.7% de la población nacional había sido víctima de la violencia de género, la parlamentaria Mariela Castro afirma que en Cuba no existen los feminicidios, y el también parlamentario cantante Raúl Torres ofende a las madres de quienes se burlan de un disparatado planificador de la alimentación nacional. Y no pasa nada. O sí. Pasa esto: la entronización de la violencia contra la mujer, verbal, física, social.
Cuba ha terminado por ver como algo normal, lo que no lo es. Una bofetada, un ojo hinchado: bah, tonterías, pasa en cualquier pareja, ¿cierto? A eso se enfrenta hoy “La Diosa”, con solo la “Asamblea Feminista de Cuba” como único resguardo y apoyo. La “Asamblea Feminista de Cuba” es una plataforma integrada por tres mujeres, tres, que tienen un blog y han decidido, parafraseando a José Martí, llevar en sí el decoro de muchos hombres.
Yo no quiero apoyos en secreto. “La Diosa” y todas las mujeres maltratadas impunemente en Cuba, no necesitan apoyos privados. Basta de cobardías. Basta de ignominias y pendejadas. Si un sector de la comunidad LGTBI decidió marchar al margen de lo que hiciera la organización oficial, es momento de que las mujeres cubanas hagan lo suyo al margen de lo que no haga esa federación que en nada las representa. Tiene que haber un #YoTambién en un país donde la violencia contra la mujer ha llegado a la categoría de plaga silenciosa.
Y si el desahogo de “La Diosa” y la osadía de Alexander Otaola sirvieron para prender la mecha y destapar esta olla nauseabunda, no es cosa solo de ellos permitir que esto no quede en nada, en comentarios de barrio y parque y tertulia en casa. Cada minuto que pase sin que alguien se haca eco de esto, grábense esto con martillo y cincel en el cráneo, es un respaldo que se le da a otro tosco, sin mayúsculas, para que asesine a la muchacha que le cambió por otro hombre y la tire en un descampado después.
Es hora de parar la tragedia. “La Bruja” es tan buena en sus arreglos como tan terrible en su mensaje. Que no sigan muriendo o quedando mutiladas mujeres cubanas porque decidieron ser dueñas de sus vidas. Que esa canción sirva de templo a lo que no queremos nunca, jamás, para nuestras madres o hermanas o amigas. Y que su autor, si no tiene maneras de demostrar que está siendo víctima de una difamación, enfrente la justicia como lo haría cualquier ciudadano del mundo en este caso, fundara la timba o el tango o el palón divino.
Que ser Cortés no sea patente de corso para ser Tosco sin enfrentar consecuencias. A las heridas de las víctimas hay que rendirles respeto de una jodida vez por todas. Y a las de los victimarios, solo una fórmula de amor triunfante: echarles limón.
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