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Los acólitos del regente cubano impidieron la entrada de periodistas incómodos este miércoles a la iglesia Riverside en Harlem, New York. Nada nuevo bajo el sol. Una de las señas distintivas de toda dictadura que se respete es elegir qué preguntas pasan el cerco y logran llegar hasta el mandamás, y cuáles se amordazan impunemente.
Díaz-Canel no disimula lo suyo: en su entrevista con Patricia Villegas, de la aliada Telesur, se quejó de lo incisiva que era la prensa extranjera. Advenedizo descubridor del agua tibia.
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Así que en Nueva York, casi todo lo que oliera a Miami fue vetado en ese encuentro íntimo de la iglesia Riverside donde, a la cara, se declaró que sería un encuentro únicamente con “amigos solidarios”. También con prensa solidaria, convengamos. Modus operandi de manual. Él iba a esa iglesia a rememorar a Fidel Castro, y su ejercicio de censura mordaz parecía un homenaje simbólico y sarcástico.
Pero Díaz-Canel no está solo en la selección cuidadosa de la prensa a la que presta su presidencial atención.
El 25 de agosto de 2015 el todavía aspirante a presidente Donald J. Trump expulsó a Jorge Ramos, el periodista hispano más influyente y conocido de los Estados Unidos, de una conferencia de prensa.
Su activismo proinmigrante le ha merecido duras críticas a Ramos, a quien se le acusa de traicionar la imparcialidad del periodismo (una tergiversación histórica de la verdadera función del periodismo: la verdad, no la imparcialidad) pero que, por encima de todo, sigue siendo eso: el periodista hispano más influyente del país, de la cadena hispana más grande del país (Univisión).
Con Jorge Ramos se iniciaba una peligrosa tendencia que posteriormente el investido presidente Donald J. Trump ha atizado hasta límites impensables en un país donde la libertad de prensa solía ser sagrada. El odio contra la prensa y la selección de qué medios acceden al mandatario con mayor facilidad. Los privilegios de tratar con guante de seda al poder.
Miguel Díaz-Canel impidió el acceso a Mario Vallejo, de Univisión 23. Donald J. Trump expulsó a Jorge Ramos, de Univisión nacional, y desde entonces le ha negado el acceso.
El 24 de febrero de 2017, menos de dos meses después de asumir Trump la presidencia estadounidense, colosos como The New York Times y Los Ángeles Times fueron impedidos de asistir a la conferencia de prensa del entonces portavoz Sean Spicer, bajo un pretexto burocrático inverosímil. El episodio provocó que la revista “Time” y la agencia AP renunciaran a acudir a esa conferencia en señal de protesta.
El 26 de julio último le llegó el turno a la periodista de CNN Kaitlan Collins. Los funcionarios de la Administración Trump le negaron el acceso a la conferencia que sostendría el presidente junto a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea “por haber realizado previamente preguntas inapropiadas”.
Estoy seguro de que Miguel Díaz-Canel respalda esa espinosa peculiaridad del presidente Donald Trump: mantener lejos a la prensa incisiva. La que hace preguntas que ellos consideran inapropiada. Hostigarla. Declararla enemiga. Provocar que manifestaciones de individuos afines con su postura ofendan y amenacen a periodistas en sus manifestaciones.
Si en Cuba existieran verdaderos medios de prensa que no respondieran al poder, como no responde la mayor parte de la prensa estadounidense a los intereses de ninguna administración, la guerra sería similar. Huestes castristas contra periodistas incómodos.
Cuando Miguel Díaz-Canel y sus secuaces impidieron que Univisión, Telemundo y El Nuevo Herald tomaran asiento en el interior de la iglesia Riverside, nos recordaron la diferencia entre un estado totalitario y un estado de derecho con separación de poderes
Cuando Miguel Díaz-Canel y sus secuaces impidieron que Univisión, Telemundo y El Nuevo Herald tomaran asiento en el interior de la iglesia Riverside, nos recordaban la diferencia entre un estado totalitario y un estado de derecho con separación de poderes. La prensa, el bautizado cuarto de ellos, no debe, no tiene y no puede responder a ningún hombre en el poder. Debe responder a la verdad.
Por eso resulta perturbador que los mismos que se indignan con esas prácticas matonescas del dictadorzuelo cubano, aplaudan al presidente americano cuando emplea tácticas calcadas al carbón. Miguel Díaz-Canel elige a Telesur para ofrecer entrevistas entrañables y censura a los medios que le son adversos. Donald Trump elige a Fox News.
Parte de las funciones de un presidente democrático y que entiende su rol, implica responder preguntas incómodas. Quien no tenga el cuero curtido en el arte de soportar cuestionamientos, que no se postule nunca para un cargo público: ser comisionado, alcalde o presidente, trae consigo responder, dar explicaciones, ser mirado con lupa.
Quienes repiten insulsamente el terrible slogan de Fake News patentado por el presidente más hostil contra la prensa libre que recuerde este país, desconocen un principio básico que conecta al periodismo con la legalidad: la difamación es un delito punible. Existen mecanismos legales, aceptados, para hacer pagar a un medio por una difamación que sea probada como tal.
Cabe preguntarles a esos que repiten disciplinadamente el lema por qué no ha habido una sola acción legal de la Casa Blanca contra CNN o el New York Times, validada y sancionada por la justicia, que sirva como escarmiento real. Es demasiado simple bramar en Twitter, gritar que de lo que se te acusa es mentira, y punto final.
Los mismos que en Miami se indignan, con razón, por el comportamiento esperado de la delegación cubana con la prensa no afín, la no divertida, la que no les reiría las gracias, harían bien en recordar que la censura es tóxica venga de dónde venga, aplíquese donde se aplique. Y de eso vamos teniendo sospechosamente mucho alrededor en los últimos tiempos.
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