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Hace 30 años sus puertas fueron cerradas por un “problema técnico” y jamás volvieron a abrirse. Hoy, el gran Teatro Musical de La Habana es otra de las tantas edificaciones capitalinas cuyo inmensurable valor patrimonial cede terreno a la desidia de autoridades locales y ante la mirada indiferente de muchos vecinos y turistas.
Emplazado en la esquina de Consulado y Virtudes -donde mismo se alzó el legendario teatro Alhambra en 1900- yace entre grafitis, escombros y grandes cantidades de basura este coliseo ahora fantasmal que llegó a generar en su tiempo más ingresos en taquilla que cualquier otro teatro habanero.
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Su historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando en esa dirección alcanzó su máximo esplendor en Cuba el género teatral conocido como sainete (pieza dramática de origen español, muy breve, de tema jocoso y de carácter costumbrista y popular).
En el Alhambra, donde triunfó el teatro bufo cubano con sus más famosos personajes: el negrito, el gallego, el chino y la mulata, se representaron más de dos mil obras teatrales acompañadas de la música del momento, de algunas ‘malas palabras’ en boca de los actores y de la atrevida presentación de las coristas, aspectos que hicieron del local un sitio exclusivo para hombres.
Era entonces un feúcho caserón de la tan solo una planta, pero logró protagonizar la más extensa temporada vivida por el teatro cubano: 35 años de actividad imparable. En febrero de 1935, cuando uno de los últimos ‘negritos’ del elenco, Enrique Arredondo, acababa de salir del vestíbulo del teatro, el pórtico del Alhambra se derrumbó.
Tiempo después y luego de una reconstrucción, el local siguió funcionando con el nombre de Teatro Alkázar, presumiblemente inspirado en el antiguo Palacio de los Recreos de la calle Alcalá de Madrid (1925).
En 1962 abrió sus puertas tras volver a ser remozado y se instauró como Teatro Musical de La Habana, el cual sirvió de sede al colectivo de escénico homónimo durante algo más de una década. Pero entonces volvió a ser clausurado para otro reacondicionamiento y no volvió a formar parte de la vida cultural de la capital hasta diciembre de 1979.
Bajo el mismo nombre y la dirección del renombrado autor Héctor Quintero (Contigo pan y cebolla) se reorganizó entonces la misma compañía, que mantuvo en esa sede una programación regular hasta su cierre en la década del 90. En ese momento, contaba con 846 capacidades en su sala principal y 66 en el Salón Alhambra, espacio dedicado a representaciones de cámara.
Sobre sus inicios, la bibliografía oficial destaca la dirección del actor y director de cine Alfonso Arau, que trajo desde México al comediante Federico Eterno y al músico estadounidense Federico Smith, que luego formó parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Allí se gesta la primera escuela de teatro musical en Cuba con un profesorado de alto nivel. En la dirección musical estaba Leo Brouwer que había cursado estudios en la Escuela Juilliard de New York, y el coreógrafo Joaquín Venegas.
“Era un espectáculo musical variado con todo: comedia, sketch, música, baile, figuras, invitados culturales, un programa que llegó a convertirse en el de más rating de Cuba. Con ese empuje, en 1962 se decide emprender la colosal tarea de organizar un Teatro Musical de La Habana, en el antiguo Teatro Alkázar”, recoge la enciclopedia cubana Ecured.
De acuerdo con la web, Quintero se refirió siempre al proyecto como algo ambicioso, de mucho vuelo y nunca antes emprendido. “Se ofrecía: teatro, música, danza, clases de arte. Todos tenían mucho entusiasmo, les cogía la madrugada y se quedaban a dormir allí mismo, todo fue muy romántico”, dijo el dramaturgo.
El crítico e investigador cubano Carlos Espinosa Domínguez señala que el grupo incursionó en los diferentes estilos del teatro musical, piezas del teatro vernáculo cubano, variedades, zarzuelas, óperas rock, recitales, conciertos y muestras unipersonales.
En los escenarios de la sala grande y el salón Alhambra se presentaron montajes como La Fornés en el Musical, Decamerón, Esto no tiene nombre, Mi bella dama, Pachencho vivo o muerto, La verdadera historia de Pedro Navaja y El amor no es un sueño de verano.
Entre los artistas que trabajaron en el TMH en esa etapa, estuvieron Alicia Bustamante, Zenia Marabal, Nelson Dorr, Mario Aguirre, José Milián, Tomás Morales, Jesús Gregorio, Gladys González, Zoa Fernández, Iván Tenorio y Mikel Sánchez.
En 1988, Quintero dejó la dirección general del grupo. Un año después, el teatro fue cerrado temporalmente por los bomberos, debido a un problema en la instalación eléctrica, y hasta ahora permanece en idéntica situación.
En entrevistas para el documental Nadie sabe qué pasó de un grupo de estudiantes de arte y comunicación audiovisual, el Premio Nacional Nelson Dorr explica que, aparentemente, todo se debió a tres cables del sistema que conduce la electricidad al escenario.
Espinosa Domínguez, que cita algunos momentos del filme, relató que los cables requerían ser cubiertos, y a falta del material necesario para ello, se utilizó tape. Algo inadmisible de acuerdo a las normas de seguridad de los bomberos, que dispusieron el cierre del inmueble hasta que el problema se solucionara.
La actriz y fundadora del proyecto, Zenia Marabal, indicó a los realizadores del documental que la verdadera causa de lo sucedido radica en la censura, “alguien lo cerró sin razón ninguna, alguien que ya no está entre nosotros” e infirió que a las autoridades de entonces no les interesaba el género.
Según Espinosa Domínguez, el actor y dramaturgo José Milián fue un poco más allá y culpó a la negligencia, prejuicios, incomprensiones. Con él coincidió Quintero, quien apuntó entonces que la subestimación del teatro musical perjudicó mucho al grupo.
“El teatro musical por lo general es un género de alegría, pero no siempre. Lo que nosotros hacíamos tenía que ver con lo festivo. Pero y si así fuera, ¿por qué no? Qué cosa más hermosa que darle al ser humano que acude al teatro como espectador, alegría, felicidad, belleza”, dijo Quintero, fallecido en 2012.
Tal parece que en el caso del Teatro Musical de La Habana la intolerancia y la censura a lo “políticamente incorrecto” fue más fuerte que las disímiles expresiones artísticas y las formas autogestionadas de hacer cultura que intentan coexistir en la Isla bajo la mirada autoritaria del Estado.
Entretanto, con toda su historia y su riqueza patrimonial a cuestas, la sede del Teatro se desvanece con el paso de los años. La tapan altos contenedores de basura, improvisados remiendos de madera, garabatos con pintura de aerosol; es un edificio más que pierde la batalla contra el abandono. El día de mañana, su derrumbe no sorprenderá a nadie.
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