Entre Irma y un busto de plástico

En Cuba, país sin buenas noticias, saturado de símbolos inútiles y despojado de todo lo necesario, solo van quedando estas estampas de la decadencia de lo que llaman cubanía.

Niño cubano con busto de José Martí tras paso de Irma por Cuba © Yander Zamora
Niño cubano con busto de José Martí tras paso de Irma por Cuba Foto © Yander Zamora

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Este artículo es de hace 7 años

Yo estoy saturado de símbolos. Sé de su necesidad, por supuesto. Sé lo que significan para los seguidores de los pensadores, sean buenas o malas las ideas. Conozco de su importancia. Me consta su efectividad. Un símbolo vale más que mil discursos, que un millón de palabras, que años de educación familiar y esmerada. Un símbolo es la apoteosis del control.

Porque un símbolo que haga llorar sin tapujos, reir hasta el sofoco, vociferar sin pudor, es el sueño del Gran Hermano. El símbolo es el yugo supremo, hermanos míos, y no acepto ni uno más porque ya he llorado, reído y vociferado lo suficiente, y estoy harto de ello.


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A otros les ha ido peor, claro.

Han arrastrado cuerpos por las piedras, han desollado, propinado palizas, violado, empalado, ahorcado, quemado, fusilado y asesinado sin remordimiento, cobijados bajo la sombra de blasones, trapos, cruces, medias lunas, calaveras, estrellas, colores, hoces, martillos, swásticas y garabatos, porque cualquier cosa es un símbolo, y cualquier símbolo envilece.

El símbolo eficaz torna dóciles a las multitudes. Les da algo en qué creer, un pingajo para rumiar; es un palo lanzado al viento para que, con harta estulticia y babosa fidelidad, el prosélito lo busque y entregue, gozoso, en la mano que le pega y alimenta.

José Martí y Pérez es uno de esos símbolos.

Anfótero por antonomasia, tan usado que se deshace entre los dedos, ese cubano escribió con tanto tino o extraña suerte que todas las facciones que lo sobrevivieron se lo han lanzado a la cara unos a los otros cual plasta, al punto que ya no se sabe cuándo es el Apóstol subversivo disidente o piedra angular de la oficialidad más abyecta.

Ahora, en el postdesastre meteorológico del huracán Irma y de la agonía postcastrista, tenemos la foto de un niño que nos mira hosco, perplejo, y descamisado, mientras carga con un percudido busto plástico de José Martí.

Y entonces la simbología y sus adeptos se han desbocado.

La Patria resurrecta. El Futuro salvando al Apóstol. La Patria en manos del Futuro. El Futuro, La Patria, la Revolución y el Socialismo sobreviven a cualquier adversidad. La Patria resurge del fango como el Ave José. Nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte un busto plástico de Martí.

Habemus símbolo.

Yo no veo nada de eso. Yo veo un niño que debería estar jugando, feliz. Yo veo una figura de PVC, fuente de ftalatos que contaminan el medio ambiente. Y lo único que siento es tristeza.

Yo veo un niño que debería estar jugando, feliz. Yo veo una figura de PVC, fuente de ftalatos que contaminan el medio ambiente. Y lo único que siento es tristeza

Tristeza, porque la foto capta de cierta manera la desolación post-huracán con tanto dramatismo como si fuera la imagen de los escombros de lo que fuera un ruinoso edificio al que las lluvias le dieron una puñalada de terrible misericordia. Porque, ¿acaso hay algo más desolador que un niño cargando con una enfangada figura de PVC a la que para colmo debe tratar con respeto?

Tanta tristeza me provocó esa foto como esa otra donde cuatro indolentes juegan dominó, sentados a una mesa astrosa, mientras el agua asquerosa de las calles de la Habana les llega a la cintura. O aquella donde otros tantos bailan, beben ron, y parecen divertirse chapoteando en las calles inundadas de un caldo verde olivo donde con cada segundo de jolgorio aumenta la concentración de coliformes fecales.

Y, créanlo o no, hubo quien usó esta última foto con fines promocionales, alabando nada menos que el espíritu alegre de los cubanos, que hasta con la mierda a la cintura cantan, bailan y beben, dicen estos promotores del coproturismo.

En Cuba, país sin buenas noticias, saturado de símbolos inútiles y despojado de todo lo necesario, solo van quedando estas estampas de la decadencia de lo que llaman cubanía. Son síntomas del desgarro de un tejido social que una vez fue valioso, en el tiempo anterior a que a los caballeros los convirtieran en compañeros, a las damas en federadas y que una familia de dictadores se pasara el país de mano en mano como a una puta borracha.

Y yo, insisto, estoy saturado de símbolos.

Pero uno último me gustaría ver acontecer cuando por fin se estrelle ese país en picada: será cuando como a cerdos abran en canal a los que malgobiernan y les encuentren, enredados en las tripas, un juego de dominó incompleto, con las fichas amañadas, una perga de ron barato, y un letrero trazado con un dedo embarrado de excremento:

"Como nos enseñó Fidel...”

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