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El 15 de mayo de 2015 el cubano Sucre Fernández llegó a la frontera de Reinosa (México) y los agentes americanos de Migración le hicieron, durante cuatro horas, los trámites para entrar en los Estados Unidos. No le dejaron pasar las botellas de ron y el café cubano que llevaba en su maletín: lo prohíbe el “bloqueo”. “Tuve que salir y regalarlos a una señora mexicana que andaba por ahí”, comenta a CiberCuba este habanero de 43 años, hoy repatriado. En Miami duró ocho meses. No pudo aguantar la vida en el ‘yuma’ y se fue, pero para atrás. Regresó a La Habana.
Sucre entró en territorio USA y enfiló hacia Florida vía Dallas. Atrás dejaba la angustia de ver cómo se iban sus amigos del Guiteras, uno a uno, y él seguía allí, luchando el Wi-Fi en la Villa Panamericana. No quería ser el último en salir de Cuba y tener el mérito de apagar la luz del Morro. Durante veinte años movió cielo y tierra para conseguir una visa. Dios sabe que lo hizo, pero nada de nada. “Estuve mucho tiempo buscando oportunidades hasta que conocí a una mexicana en las playas del Este de La Habana”, explica por e-mail a CiberCuba. Era domingo. Ella lo invitó a cenar. Quedaron esa noche. Al día siguiente la joven se marchó a su país.
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Pudo haber sido una amistad más, pero ella regresó y se casó con él. Vivieron juntos en Puebla (México) hasta que Sucre pensó que ya era hora de dar el salto al país de las oportunidades. “En México empecé a ver otras experiencias que no había vivido en Cuba. A pesar de que creía que lo tenía todo, aún no estaba lleno. Decidí terminar la relación y marcharme a los Estados Unidos”.
En Miami se fue a la casa de dos hermanos que hacía veinte años que no veía. Uno había estado en prisión y la otra arrastraba problemas de salud. “Ahí empecé a ver cómo las personas caen en la trampa del consumismo, que te obliga cada día a trabajar más y más sin dormir en paz”, dice desde La Habana.
Sucre cree que muchos cubanos llegan a Miami engañados por los mismos cubanos que regresan a Cuba de vacaciones. “Mienten y nos alientan a que arriesguemos la vida para llegar a los Estados Unidos. ¿Por qué no cuentan la verdad? ¿Falso orgullo? ¿Tienen miedo de que les vayan a reprochar algo?”, se pregunta.
Estuve ocho meses en Miami y apenas tuve un solo día feliz. Si no eres feliz donde estás, ¿dónde esperas serlo? Yo creo que no hay camino a la felicidad. La felicidad es el camino. Ahora soy feliz en Cuba. Esta experiencia me enseñó muchas cosas, sobre todo, a amar a mi patria. Pero quiero aclarar que es una decisión muy personal.
Un psicólogo cubano: “Es un problema de identidad”
Fernando Bello, psicólogo cubano afincado en Miami, cree que Sucre y los miles de cubanos que han decidido repatriarse en los últimos años, han tenido un problema de identidad. “Hay que analizarlo desde un punto de vista sociológico y psicológico. La gente se acostumbra a un sistema de vida y piensa que cuando llegue a otro país va a ser igual: las mismas costumbres, los mismos valores… Y no es así. Llegan a un sitio totalmente diferente donde no existe tal solidaridad ni ayuda. Sólo el poder del dinero y el ansia de demostrar que estoy por delante de ti”, explica por teléfono a CiberCuba.
El caso de Sucre no es una excepción, añade Fernando Bello. “Conozco en Miami a muchos cubanos que han venido de México o de España, que quieren regresar a Cuba. De hecho, muchos han regresado. Sobre todo, profesionales que han dicho: No puedo con el idioma, ni con el sistema de vida ni quiero abandonar a mis hijos para tener dos trabajos. Otros no se atreven porque regresar sería sinónimo de fracaso. Prefieren irse a Cuba con cuatro pesos y rentar el carro que no tienen aquí. Van de deudas hasta el cuello, tirando de tarjetas de crédito y ese dinero hay que devolverlo. En los Estados Unidos tenemos una vida demasiado agitada donde manda el dinero. Hay que sacrificarse mucho y eso rompe una serie de esquemas. Tú te piensas que tu compañero de al lado es tu amigo y no lo es. Te delata ante los jefes para buscar un beneficio, como en Cuba. Los mismos errores que cometían en Cuba, los cometen aquí. Pocos tienen la valentía de decir: Regreso a Cuba. Allí la escuela es mala, pero por lo menos tengo a mis hijos controlados”.
A la pregunta de CiberCuba de cómo gestionar el “fracaso” tras decidir regresar a Cuba, Fernando Bello responde que depende mucho de la personalidad de cada uno. Se da, en estos casos, una despersonalización. “Ellos (los repatriados) están bien. Se sienten arropados por la familia, protegidos por el sistema, pero empiezan a ver el problema de la escasez e inician un proceso de arrepentimiento tras una decisión irreversible. Les queda el sabor amargo porque no saben si lo intentaron o no llegaron a intentarlo a fondo. Se preguntan si fueron constantes, si les falló la fuerza, la tenacidad… Mantienen latente aquello de lo intenté y no pude o lo intenté y no quise”.
El tiempo, recalca este psicólogo cubano, hará que canalicen esa frustración o la agudicen porque ante cualquier otro fracaso serán señalados por este fracaso y ellos mismos se van a autoculpar.
Lo que piensa Sucre
“Yo regresé porque creo que el sacrificio no vale la pena. No hablamos sólo de sacrificio físico, sino también mental. Los Estados Unidos tienen un ritmo explosivo... Cada vez es más rápido. Sólo ves la vida pasar y no la puedes disfrutar. Muchos cubanos piensan que son felices porque comen bien, visten bien y tienen un buen coche. Pero eso no es lo que yo quiero”, señala Sucre.
Una psicóloga española, de origen sirio: “Cada persona lleva una mochila psicológica”
Para la psicóloga española de origen sirio Magda Al Fawal, “emigrar puede ser enriquecedor para algunas personas, pero para otras puede representar una crisis vital porque hay que adaptarse de una manera rápida. Esta situación, en ocasiones, implica un cambio en el idioma, la cultura e incluso en los valores morales. Es lo que los psicólogos llamamos el estrés aculturativo, que se produce por el cambio y abandono de los referentes culturales", aclara a CiberCuba.
Cada persona, insiste Al Fawal, lleva consigo una mochila psicológica en la que pesarán todas las experiencias vividas, que en algunos casos, dificultan la adaptación a las nuevas circunstancias”.
Magda Al Fawal enumera entre las reacciones psicológicas más habituales entre los emigrantes “la pérdida de identidad, sentimientos de culpabilidad por irse y dejar atrás a personas cercanas y el temor a un futuro retorno. Una vez iniciada la nueva vida pueden aparecer miedos que les bloqueen como el miedo al rechazo, que suele ser superado por las personas que consiguen iniciar una nueva vida”
Ocurre, recalca Al Fawal, que hay personas que se ven desbordadas por la situación de estrés inicial porque no disponen de recursos personales para hacerle frente por lo que previsiblemente caerán en una espiral de ansiedad, nerviosismo y preocupación. Les invadirá un sentimiento de fracaso que les bloqueará y hará que no puedan desarrollarse en el país al que han llegado y terminen tomando decisiones erróneas. Estaríamos ante el conocido como Síndrome de Ulises. Las personas que sufren este síndrome suelen desarrollar sentimientos de soledad, tristeza, culpabilidad, desengaño e incluso trastornos psicosomáticos como cefaleas, dolor en las articulaciones o problemas gastrointestinales”.
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