La penúltima ocurrencia del presidente Miguel Díaz-Canel, sugiriendo el estudio del marxismo como solución a los problemas de Cuba, confirma su endeblez cultural, la falta de un proyecto de país en la casta verde oliva y enguayaberada y que el mandatario mantiene intacta su capacidad de generar absurdos espasmódicos; aunque debemos agradecer su sincera espontaneidad.
¿Cómo va a armonizar Díaz-Canel la tesis marxista de la lucha de clases por el control de los medios de producción con el esquema piramidal de monopolio de Gaesa sobre la economía cubana? ¿Cómo compaginará el tránsito al comunismo, en la búsqueda de una sociedad igualitaria, desde el capitalismo de estado que lo empleó como presidente?
Marx identificó a la clase obrera asalariada como consumidora de bienes y servicios, vendidos con plusvalía, por la burguesía dominante; casi el actual drama de Cuba, con la salvedad que la hiperinflación provocada por los oligarcas, priva a la clase obrera cubana de poder adquisitivo; así que ni con fetiche consumista puede contar el poder, obsesionado con las remesas de la emigración cubana.
Pretender solucionar la grave crisis de Cuba con recetas estatistas, ya desechadas por la evidencia práctica en numerosos y diferentes países, más que un ejercicio intelectual estéril, es la manera en que los hacedores de discursos encontraron para advertir que la respuesta al 11J y el permanente descontento popular es seguir engordando al Estado sobre el individuo.
En las últimas seis décadas, Cuba ha sufrido grandes bandazos económicos, alternando breves etapas de realismo reformista con grandes y activos períodos de idealismo, usados convenientemente por el castrismo para revertir la temporal prosperidad que generaba la racionalidad, sepultada por una ofensiva revolucionaria.
Díaz-Canel vive desesperado por la grave crisis de Cuba y, en vez de serenarse y articular un proyecto de país, salta de una ocurrencia a otra, sin acabar la anterior, protegiendo los privilegios de la cúpula militar-empresarial, que de marxistas no tiene nada: son nuevos ricos sin ideología y sin un sentido filosófico de la existencia, excepto acumular riqueza en nombre de la austeridad y el sacrificio de la mayoría de los cubanos, mientras el presidente y sus ministros hacen el trabajo sucio.
Represión, muerte, pobreza y desigualdad fueron el saldo de las sociedades que apostaron por el marxismo, tras la revolución bolchevique de 1917, que instauró la colectivización y dictaduras del proletariados, blindando el predominio de una nomenklatura burocrática y parasitaria sobre obreros y campesinos, como ocurre en Cuba, desde 1959.
Que Díaz-Canel crea sus propias mentiras pertenece a su universo íntimo, pero cuando las verbaliza, corre el riesgo de pontificar disparates, como la reciente teoría de la agrupación de poderes o la retahíla de desdichadas frases sobre la canción "Patria y Vida", Internet y la súplica a Fidel de que hable, como si fuera Don Rafael del Junco, en aquel memorable trance novelesco del genial Félix B. Caignet.
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