El día amaneció lluvioso. Nos despertamos con el cansancio mental de lo vivido la noche anterior.
Con el químico que lanzaron a la cisterna y en la puerta delantera, el olor se sentía todavía, volvimos a echar mucha agua y decidimos no usarla más para beber.
Desde afuera la solidaridad crecía. Gracias a que podíamos burlar la censura de internet, los cubanos en la isla y fuera de ella estaban al tanto de lo que se vivía dentro de la casa y las cosas que nos hacían los represores de la Seguridad del Estado.
Muchos cubanos en el exterior empezaron a enviar dinero para poder comprar agua para los que estábamos en huelga de hambre, y comida para quienes no lo estaban; los del interior del país nos enviaban lo que podían o nos traían directamente las cosas.
Hubo un muchacho que valientemente se paró en la puerta y entregó varias cajas de cigarrillos y pan, video que aprovechó también la Seguridad del Estado para tergiversar la realidad de los hechos.
Hasta la casa intentaron llegar pastores, monjas, incluso, el Encargado de Negocios de Estados Unidos, Timothy Zúñiga-Brown, y otros diplomáticos: todos fueron interceptados y les prohibieron la entrada.
También intentó llegar un joven, que venía de Villa Clara, si mal no recuerdo; dio muchas vueltas, pero todo estaba cercado por la policía y los represores. Finalmente, pudo ser localizado por algunas vecinas, pero fue detenido en la esquina de la calle y trasladado a una estación de policía, donde fue interrogado, amenazado y fichado. Al día siguiente, supe que durmió una noche en el calabozo y le dijeron que no lo iban a dejar pasar y que volviera a su provincia.
Las monjas nos enviaron mantas para poder usarlas como colchones, ya que muchos estaban durmiendo en el suelo, solo los separaba una sábana. Uno de los vecinos donó una colchoneta, y así fueron mejorando algunos su espacio para dormir.
Luisma dormía en la parte de arriba, pero se decidió que tenía que hacerlo abajo por su delicado estado con la huelga de hambre y sed; lo pudimos convencer para que declinara la huelga de silencio porque era lo mejor para todos.
Desde afuera de la casa otras personas también hacían activismo: se convocó a una manifestación para el domingo 22 exigiendo la libertad de Denis Solís, el fin del cerco policial en San Isidro y el fin de las tiendas MLC, por ser una medida que excluye a todo aquel que no recibe remesas y por lo que el pueblo estaba muy descontento.
En las primeras 24 horas en huelga de hambre yo me sentía bien, bebía mucha agua y eso me aliviaba mucho, pero no todos se sentían igual.
Yasser Castellanos empezó a tener vómitos y nos empezamos a preocupar. Él padecía del estómago y no era recomendable exponerse a una huelga de hambre; en principio yo pensé que era porque era vegano, pero el me explicó que ser vegano no influía ya que los vegetales también tienen proteínas. Sufría del estómago desde hace mucho tiempo y fue lo que provocó ese malestar. Le pedimos que abandonara la huelga de hambre porque no tenía las condiciones para continuar y así lo hizo. Estuvo 30 horas en huelga, se quedó con nosotros para ayudar en lo que fuera necesario.
En todo el día veíamos cómo los represores impedían que pasaran algunas personas por la calle Damas, pero no siempre acertaban y algunos se colaban en la casa y nos saludaban, nos contaban lo que sucedía afuera y nos daban ánimos.
Zuleidis Gómez, la esposa de Esteban Rodríguez, se enfrentaba a los represores para poder entrar a la casa y traernos suministros, principalmente agua para los que estábamos en huelga de hambre. Ella y Rosmery, la madre de la hija de Maykel, se turnaban para poder entrar; la seguridad las dejaba pasar para luego poder hacer sus montajes.
En la noche de ese jueves, muy tarde ya, oímos a una persona en la calle gritando “Abajo Raúl”, diciendo cosas en contra de la dictadura y criticando a Mariela Castro. Nosotros salimos a la puerta y vimos cómo los represores llamaban a la patrulla, el señor estaba ebrio y no se callaba, nosotros lo apoyamos y gritamos “Libertad, Libertad”; como era de esperarse, fue detenido y no supimos más de él.
Esa noche, como todas las demás, cerramos la escalera del fondo para evitar que entrara alguien por ahí de madrugada. Conmigo y Omara se mudaron Jorge Luis y Adrián Rubio, dormían al lado nuestro. Adrián sufría de pesadillas en la noche y muchas de ellas lo oímos gritar bien dormido “Libertad”, “Abajo la dictadura”.
Con tan solo 18 años había sufrido mucho con la dictadura: de niño, su madre, su hermanita y él habían tenido que dormir en la calle porque no tenían un techo donde estar, nunca quiso pasar el servicio militar obligatorio.
Todos esos días en San Isidro vivió por primera vez sintiéndose libre, les gritaba todos los días a los represores, era como si desahogarse gritándoles todo lo que sentía fuera un ejercicio democrático para él. A pesar de todo lo que estábamos pasando allá adentro, Adrián se sentía feliz y sin miedo; fue de los que disfrutó el acuartelamiento como si dependiera la vida en ello.
Nos hacía reír, en ocasiones había que regañarlo por cosas infantiles, pero era normal, tenía 18 años y por primera vez se sentía libre y protegido a pesar de que afuera estaban los lobos acechando.
Toda Cuba estaba pendiente de lo que sucedía en la casa de San Isidro. Desde el exterior, el programa "Hola Ota-Ola!" abría con nosotros; a través de su espacio enviábamos también los mensajes de libertad al mundo. Todo causó mayor impacto al ver cómo la Seguridad del Estado actuaba como una empresa criminal.
Esa noche nos fuimos a la cama sin saber la cantidad de personas que en el mundo y en Cuba estaban pendientes de nuestra situación. No sabíamos el despertar que estábamos causando en tantos cubanos, pero nos iluminaba, la verdad.
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