Rolando Remedios, el joven de la icónica foto durante las protestas del 11J, cuenta su pesadilla en prisión

Golpeado en varias ocasiones, Remedios aseguró también haber sido víctima de torturas psicológicas e incomunicación, además de haber escuchado los testimonios de muchos otros jóvenes que se encontraban detenidos tras el histórico estallido social del 11 de julio.

Detención del joven Rolando Remedios el 11 de julio de 2021. © Yamil Lage/AFP
Detención del joven Rolando Remedios el 11 de julio de 2021. Foto © Yamil Lage/AFP

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Rolando Remedios Sánchez, el joven que participó en las protestas del 11J y cuya imagen al ser detenido violentamente se hizo viral en las redes sociales, describió a CubaNet el infierno de la represión sufrida durante los 27 días que permaneció en prisión.

Golpeado en varias ocasiones, Remedios aseguró también haber sido víctima de torturas psicológicas e incomunicación, además de haber escuchado los relatos de muchos otros jóvenes que se encontraban detenidos tras el histórico estallido social del 11 de julio.


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El testimonio de Remedios es minucioso. Comienza desde el día de las protestas y su detención, su paso por los calabozos de la estación de policía de Aguilera, en el municipio Diez de Octubre, y su traslado a la prisión “Jóvenes del Cotorro”, en La Habana.

Sobrio, preciso y creíble, el relato de este joven saca a la luz esa otra represión, más oscura y siniestra, que no pueden captar las cámaras. Su caso resultó conocido por la visibilidad que le dio la icónica foto tomada durante su arresto por el fotorreportero de AFP, Yamil Lage.

Sin embargo, nada de lo que sucedió después de ese instante fue captado por las cámaras, sino por la memoria de un joven, víctima de la violencia y las injusticias de la dictadura. Y Remedios reconstruyó la pesadilla de su encierro durante casi un mes completo.

“El día 11 de julio salí a protestar por los mártires de la lucha por la libertad en mi país, por los que han muerto en el mar o en tierra tratando de huir de esta pesadilla, por los fallecidos a causa de la falta de medicamentos y una pobre alimentación, o una deficiente atención médica, por los activistas políticos que tanto han sufrido y sufren, por los presos políticos y demás presos injustamente, por las pésimas condiciones que hay en las prisiones, por la pésima gestión de la pandemia por parte del régimen y por tantas otras razones”, comenzó diciendo el joven.

Remedios se emocionó al ver tantas personas en las inmediaciones del Capitolio, pero también se indignó por la violencia con la que represores vestidos de civil golpeaban y arrestaban a los pacíficos manifestantes. El joven trató de auxiliar a uno de ellos, persona de unos 60 años, con el rostro ensangrentado y desorientado por los golpes recibidos. “Temía que infartara o que tuviera algún otro problema de salud durante el forcejeo”, indicó.

En ese momento agentes de la policía lo detuvieron y lo metieron en una patrulla mientras gritaba “Abajo la dictadura”, “Díaz-Canel singa’o” y “Libertad”. Sin embargo, con la ayuda de otras personas y en medio del desconcierto y nerviosismo de los agentes, consiguió bajar del vehículo policial, escapar a la carrera y mezclarse con los manifestantes que bajaban por el Paseo del Prado hasta Malecón.

No obstante, al intervenir en otra situación de brutalidad policial, Remedios volvió a ser detenido y conducido esta vez hasta la estación de Aguilera. “Me apretaron las esposas, mucho, muchísimo, dejándome marcas y una hinchazón en mis muñecas que duraron varios días”, describió.

Dos muchachas, un menor de edad, varias personas mayores, fueron los detenidos que pudo ver Remedios a su llegada a la estación, incluyendo un enfermo de cáncer, que resultó golpeado en la prisión, según le contaron después. “Nos retiran nuestros teléfonos. No se nos brindó alimento durante nuestra estancia en esa unidad”, indicó el joven, quien describió el hacinamiento de personas como un más que probable foco de contagio de coronavirus.

“Por la madrugada empezaron los interrogatorios. Me negué a prestar declaración. El oficial que me atendía me intimidaba preguntándome si sabía que me iban a fichar como CR (contrarrevolucionario) y a mandar para Villa Marista (sede del Departamento de la Seguridad del Estado), el conocido centro de investigación y torturas. Asentí. Finalmente, me toman las huellas y fotografías y paso a integrar con orgullo la distinguida y mal nombrada lista”.

Ese día, a las 5 de la madrugada fue trasladado junto a otros detenidos a la prisión “Jóvenes del Cotorro”, en un camión en el que los guardias les empujaban la cabeza hacia abajo para que solo pudiesen ver el suelo. El calor y la asfixia mientras esperan en el camión desesperaron a muchos jóvenes. Remedios les intentó calmar. “Bienvenido a la vida de Maykel Osorbo”, le dijo a uno de ellos que se quejaba.

“Allí el recibimiento fue brutal: al bajar del camión, teníamos que pasar por entre dos (perros) pastores alemanes, que ladraban y amenazaban con mordernos. Luego, entre empujones, entramos a uno de los cubículos, nuestras cabezas mirando al suelo, las manos atrás”, contó el joven que, en determinado momento, pensó que podrían ser fusilados. No lo fueron, pero sí golpeados.

El testimonio de Remedios incluyó las pésimas condiciones de reclusión de todos los detenidos. En aquellas mazmorras con chinches y derrumbes del techo, el joven manifestante escuchó el relato de otros muchos que, como él, habían sido golpeados y maltratados por participar en las protestas. “Los gritos de dolor, o aquellos de los militares para sembrar terror, eran punzantes. El sonido de los bastones y otros objetos sobre los cuerpos era horrible. ¡La impotencia era mucha!”, aseveró.

“Estábamos incomunicados. El calor era abrasador y había muchos mosquitos. El techo era bajito, y despertábamos cubiertos en sudor. Había jabón en las esquinas de varias literas, lo que indicaba la presencia de chinches”, describió. Con el paso de los días reciben productos de aseo y hasta son cambiados de celda, luego del derrumbe del repello del techo que provocó heridas en uno de sus compañeros.

También con el paso de los días fue testigo de la liberación de algunos y la entrada de nuevos prisioneros, todos con historias dolorosas de abusos y atropellos policiales.

“En los dos cubículos en los que estuve compartí con presos de La Güinera. Lamenté muchísimo escuchar que un manifestante había muerto y que otros habían sido disparados por las autoridades. La bienvenida que les dieron fue horripilante. Fueron brutalmente golpeados. Un grupo nos dijo que fueron enviados a celdas de castigo por unos cinco días, donde la única agua disponible fue la que llevaban los frijoles o las sopas que tomaron”.

Al sexto día consiguió hablar Remedios con sus familiares. Los interrogadores le informaron que estaba bajo “prisión preventiva”, y siendo investigado por “desorden público”, “propagación de epidemias” y “atentado”. Fue llevado a una ronda de reconocimiento que resultó una completa farsa y donde lo identificó un policía que se inventó una historia sobre él. Al decimotercer día, finalmente, le dejan ver a su abogado y también a sus familiares.

Trasladado a otra prisión, “Jóvenes de Occidente”, Remedios pasó 12 días allí hasta el momento que escuchó una voz: “Rolando Remedios, recoge tus cosas”. El joven no se alegra: “cargo con la culpa del sobreviviente y pensaba que desde aquella celda le era más útil a mi país”.

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