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Ernesto Fernández Nogueras, (La Habana, 1939) es uno de los mejores fotógrafos de Cuba en la segunda mitad del siglo XX, oficio que aprendió viendo películas norteamericanas en un cine de La Habana, donde descubrió su pasión por el blanco y negro, que sigue defendiendo como la mejor fotografía posible.
Carlos Franqui, director del periódico Revolución, lo mandó a Playa Girón con 22 años, y Ernesto llegó al combate, donde se mataron 272 cubanos, y teniendo que hacer viajes diarios a La Habana para revelar los rollos e imprimir las fotos, esas que entonces fueron noticia y ahora son historia, como su vida y obra, salpicadas de anécdotas y reconocida con el Premio Nacional de Artes Plásticas, en 2011; una sorpresa porque la gente cree que la fotografía no es arte.
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Las fotos de Ernesto Fernández Nogueras están vinculadas a la revolución cubana, pero su mirada sabia e inquieta, retrató también al Chori, al comandante Pepe San Román, a Joseíto Fernández, a Heberto Padilla y también a muertos, como el capitán del Ejército Rebelde Antero Fernández Vargas, primer mártir oficial de Playa Girón.
CiberCuba llamó a su casa en La Habana y, tras los saludos, no dudó en sacar la cámara y enfocar la batalla que cubrió, hace seis décadas, dejando imágenes para una historia inconclusa. Hablar con Ernesto Fernández Nogueras implica desandar la ruta de Bahía de Cochinos y Playa Girón, dos enclaves del surcentro de Cuba que están cerquitica, pero la geopolítica ha situado en los extremos de un conflicto aún vigente, como reliquia de la Guerra Fría que, a sus 82 años, el fotorreportero cuenta con esa manera de suya de contar, saltándose las preguntas, como si corriera aún entre el fuego y la metralla, pero con la duda perenne de los genios: ¿Te pareció bien?, tú sabes que hablo mucho... y habló.
Estaba preparando mi tabla para dormir en el laboratorio esa noche, cuando sonó el teléfono, era el director Carlos Franqui, solamente me dijo: -Desembarcaron, baja al despacho. Cuando llegué no recuerdo si hablaba con Fidel o con Celia toma un chofer y vete para Playa Girón, ¡que desembarcaron, vete para allá!
En el despacho se encontraban, Franqui, Humberto Hernández, jefe de redacción, y un periodista muy simpático de Santiago de Cuba, César Marín, que era el corresponsal del periódico Revolución en Santiago; cuando íbamos a su ciudad se desvivía por ayudarnos, muchas veces fui solo y entonces con él, recorríamos la provincia haciendo reportajes, se trabajaba mucho, pero también nos divertíamos. Ya salíamos por la puerta del despacho cuando Cesar dijo: "Voy con ustedes", y así se enganchó en esa aventura.
El periódico estaba en la Plaza de la Revolución, de allí salimos, era de madrugada y cuando pasamos por el Mercado Único, en los Cuatro Caminos, se veía a la gente tranquila yendo para su trabajo y algunos tomaban café en los muchos quioscos, que había en La Habana de entonces, nadie sabía que había desembarcado la Brigada 2506 en Cuba.
Aunque realmente eso era lo que se esperaba, con esa idea íbamos todos para Playa Girón, que se definía con unas palabras de Fidel, del día anterior, donde había fijado el carácter socialista de la revolución.Tanto es así que le dije al chofer, "Charlie si vamos a morir por qué no voy manejando y así aprendo", César no se interpuso, "así llegamos a Jagüey Grande".
La primera noción de que algo grande estaba pasando fue cuando pasamos por la Escuela de milicia de Matanzas, se sentían las alarmas. En Jagüey ya estaba amaneciendo y el pueblo estaba dormido, no se sentía a nadie. Y entonces decidimos ir para Playa Larga; tomamos la carretera, pasamos al costado del central Australia y nos dirigimos a la boca, al pasar por el peaje notamos que no había nadie, entonces seguimos hacia la laguna del Tesoro y por fin, nos topamos con unos milicianos.
Uno de ellos estaba descalzo, nos informaron que había un desembarco por las dos playas: Girón y Larga, y nos comentaron que el Batallón 144 tenían muchos heridos y seguían peleando. El muchacho descalzo nos dijo, con una tranquilidad pasmosa: "Ahora creo que están en Pálpite, muy cerca de aquí, pero se han detenido"; le preguntamos si había llegado una tropa fresca a combatir, pero nos dijo no, solo estaban ellos.
Le di mis botas al muchacho y nos las quería tomar, le dije, !no te preocupes estamos en guerra, ya alguien me las devolverá" y, en efecto, fui directo a una peletería me puse unas botas y cuando fui a pagar el hombre me preguntó, "¿y qué les paso a las tuyas?" Cardosa explicó, y entonces nos dijo, "no me deben nada". Una vez con las botas nuevas nos dirigimos al central Australia a ver si sabíamos algo de las tropas nuestras.
Allí nos encontramos a Abraham Masiques, jefe de las construcciones del parque Ciénaga de Zapata,y nos preguntó que hacíamos allí, le explicamos, nos hizo entrar a las oficinas del central y desde ahí llamó por teléfono y no sé con quién habló, pero nos dijo que podíamos ir donde quisiéramos y nos pidió; "¡retrátenlo todo, hasta lo último que quede de ellos!", y salió por la puerta.
Como hasta ese momento, no teníamos ninguna información decidimos ir detrás de Masiques y su gente; formamos una caravana de tres carros. A los pocos instantes de dejar el central, vimos los primeros aviones, dos DC-3 pintados con las siglas de las FAR cubanas, detuvimos los carros y nos lanzamos a la cuneta. Los aviones se lanzaron un poco en picada hacia nosotros, pero no dispararon, dieron la vuelta y se fueron.
Pensamos que eran aviones nuestros por las siglas y continuamos viaje, pero ya llegando a El Peaje vemos a lo lejos los dos aviones, que habían dado la vuelta y venían de frente, parecían los mismos así que los carros que iban delante siguieron, pero yo le dije a Charlie que parara el automóvil, hasta que pasaron los aviones y nos tiramos para la cuneta.
Los veíamos cómo se acercaban en picada hacia la carretera donde estaban nuestros carros. De pronto vimos unas cosas en las alas que chispeaban, unas luces y pronto sentimos el terrible sonido de las ráfagas de las ametralladoras. Sonaban en el asfalto como si fueran martillazos. Cuando cesó el ruido, miré y los vi cuando empezaban a dar la vuelta; allí aproveche y levanté la cabeza y vi una guagua y, al lado, un soldado con la cabeza destrozada y la sangre llegando casi al borde de la carretera. No nos dio tiempo de levantarnos ya los aviones venían de nuevo, nos volvimos a tirar al piso, volvieron a tirar y se marcharon.
Fui primero donde estaba el soldado, al acercarme lo reconocí enseguida, era el capitán del Ejército Rebelde Antero Fernández Vargas, jefe del puesto de Jagüey Grande, lo había conocido en marzo del 60, cuando me pasé unos días en la ciénaga con Fidel, Sartre, Simone de Beauvoir y Juan Arcocha, como traductor.
Más adelante estaba un camión que venía desde la playa, no lo había visto antes, así que debía a ver llegado durante el bombardeo. Cuando me acerqué había una anciana sentada sola en el centro de la cabina del chofer muy abrigadita, una ancianita como esa de las novelas, canosa muy arrugadita y con muchos trapitos arriba. Casi no se le oía lo que hablaba, mientras la escuchaba noté que en el cristal había una espacie de orificio pegado al borde, era el único que había y me percate que un proyectil podía haber pasado por allí.
Ella no se quejaba solo me dijo que fuera a la parte de atrás a ver cómo estaba su hija. Fui y me encontré una mujer envuelta en una sábana blanca, no sé si para hacer señales al avión, estaba muerta, regresé y le dije que no había nadie y que la iba a ayudar a bajar para llevarla al pueblo. Subí al camión, que era un poco alto y le pasé la mano por detrás para atraerla, sentí algo mojado, era sangre, la subimos a un carro y la enviamos al pueblo. Siempre pensé que había muerto, hasta 2011, en un reportaje, sobre la ciénaga, donde hablé con el nieto de la señora y le comenté que había recogido a su abuelita cuando la mataron los aviones y me dijo: "¡Qué va! murió de muerte natural, hace solo dos años".
Seguimos de nuevo para la boca de la laguna para estar allí por si venían las tropas o los brigadistas de la 2506 avanzaban, estar en un lugar prestos para combatir. Llegando allí, nos enteramos que los invasores se habían retirado de Pálpite hacia Playa Larga y fuimos para Palpite.
Allí estábamos hasta que de pronto empezaron a tirarse unos paracaidistas en la boca. Decidimos salir corriendo por temor a que nos cerraran la carretera. Ya en ese momento había bastante tráfico y se sentía el tiroteo; por suerte,yo me había quedado con el fusil de Antero, un R-2 y eso me tranquilizaba. Nos montamos en el carro y salimos disparados para el central Australia, antes que cerraran la carretera.
Regresando, veo un camión con barandas y, escondido entre las tablas veo un brazo y una cabeza que hace señas y paramos la guagüita vedoblevé en la que íbamos, y un miliciano que me dice que está herido, voy a ayudarlo y me dice que no me baje, que me iban a matar y se tiró del camión, cuando lo ayudé a subir a la guagüita veo que en el camión se quedan unas cajas de balas, se lo digo y dice que las vaya a buscar, le digo que no y entonces me dijo, "la recoges tú o las recojo yo", y las recogí.
Al arrancar, me di cuenta de que tenía una herida en el calcañar, le hice un torniquete y su única preocupación era saber si podría pelear. En ese momento empezaron a llegar camiones con tropas y él quería ver, pero por la herida y el torniquete no podía levantarse del piso y le empecé a contar todo lo que pasaba por el lado nuestro. Llegamos a casa de la novia de Masiques, donde funcionaba un lugar de primeros auxilios, lo dejé sobre una camilla y, cuando salía por la puerta lo escuche gritar: "¡Celia, Celia ese fotógrafo me salvó la vida!" y ahí me entere que Celia Sánchez estaba en Playa Girón, pero coño, te puedes creer que no tuve reflejos para hacerle una foto.
De vuelta en Pálpite, un fotógrafo me sugiere ir hasta Playa Larga, que allí se estaba combatiendo. Le dije que no había combates, que solo estaban los invasores, y me preguntó, "¿tú tienes miedo?" y salimos a caminar por esa recta larga hasta que, a lo lejos, empezamos a ver un tanque y un grupo de gente que corría de un lado para el otro; llegó un jeep a buscarnos, y los brigadistas de la 2506 nos tiraron cantidad de tiros y, cuando tratamos de salir, nos tiraron dos cañonazos que reventaron una goma. Salimos de dentro de una bola de humo, que hizo pensar a los atacantes que ya no estábamos vivos. Llegamos a Pálpite de nuevo y ahí nos cogió otro bombardeo, el que mató a Claudio Arguelles Camejo, líder sindical de comunicaciones.
Pasado el bombardeo, seguimos para el central Australia, donde nos encontramos a Fidel que, cuando nos vio con las caras negras y con el jeep que le faltaba una goma, nos preguntó que nos había pasado y le contamos. Nos dijo: "Déjalos que se diviertan que dentro de un rato les vamos a montar los (cañones) 121 (milímetros) en Pálpite y los vamos a borrar del mapa".
De Girón, me impresionaron y aún impresionan, la certeza que teníamos de que los americanos también desembarcarían, que no pasó, y como los miembros de la Brigada 2506, combatieron muy duro, tanto es así que, ya en el último día, cuando estaba a punto de caer Playa Girón y muchos se cambiaron las ropas y se tiraron al mar para tratar de escapar, también muchos otros fueron a enfrentarse con el batallón de la policía, que ya estaba prácticamente tomando las últimas posiciones, causándole muchas bajas.
De las anécdotas tengo algunas muy buenas, como mi encuentro con Manuel Artime, a quien había conocido como Capitán del Ejército Rebelde y jefe del INRA en la zona de Manzanillo, al que transmití entonces las quejas de los muchachos que estudiaban en la escuela de Minas de Frío, en la Sierra Maestra, sobre la alimentación y algunos problemas de salud que tenían; y Artime me contestó: "La revolución es un tren, quien se baje pierde el tren porque ella no se va a detener", y te puedes creer que con el primer miembro de la Brigada 2506 que me encontré fue con Artime, nos miramos, nos reconocimos, pero no nos dijimos nada.
Otra anécdota que recuerdo es la de ver en medio de la batalla a un negro encaramado en un camión lleno de naranjas, tirándole naranjas a la gente, como si no pasara nada... ver a Robert Taber herido y quejándose en ingles, me impactó, o mi encuentro con un tipo lleno de arena en Playa Larga, que me confunde con un brigadista de la 2506 y me pide ayuda para encontrar a su hijo muerto...¿Era verdad o mentira? No lo sé. Empezó otro bombardeo y desapareció.
Pero la que todavía me hace reír fue la del día 20, estaba tomando café en la ciudad de Matanzas de regreso de Playa Girón para La Habana a revelar mis rollos, cuando entro un equipo del ICAIC a la cafetería y entre ellos iba Saúl Yelin, que me dijo, "¡que bueno que te encuentro pues traigo una periodista francesa que la llevo para Girón y tú serías la persona perfecta para que la guiaras! No te preocupes que ella nada más que puede estar una hora allí, y creo que no te perjudique".
La verdad que la francesa estaba tan requetebuena, que me la llevé y, tras mandar los rollos al periódico, resolví con un piloto de helicóptero que la llevara hasta Giron y le pedí que nos encontráramos a la entrada, pues yo iría en carro. Ella quería hacer unas entrevistas y entramos en una de las casas y nos encontramos con un miembro de la 2506, herido y acostado en una cama.
El herido me hizo una seña y me preguntó quién era ella, se lo cuento y me dijo: "Chico ¿por qué no le dices que mañana me van a fusila?" "¿Quién ha dicho eso, compadre?" "Bueno... lo que quiero de ti es que le digas a ella que se compadezca y comparta conmigo, aunque sea media hora y después que me fusilen; pero dile que me haga ese favor". Cuando se lo conté a la francesa se echó a reír y ahí mismo se puso a entrevistarlo, cuando ella se fue a entrevistar a otros me quedé hablando con él porque era un tipo simpático. ¡Un tipo así merece vivir!; cuando me despedí de la periodista francesa, le facilité varias fotos y -pasados unos años- encuentro un libro sobre Playa Girón, que decía: Textos y fotos Annie Bravo.
Quizá en la batalla de Playa Girón ninguna de las dos partes tenía toda la razón, y ojalá que mis fotos sirvan para que los cubanos no volvamos a matarnos más, en definitiva, patria es humanidad; y siempre que me elogian por mi obra, incluso, cuando me dieron el Premio Nacional de Artes Pláticas, que fue una sorpresa, doy las gracias y aclaro que aprendí a ser fotógrafo en el cine teatro Alcázar, que estaba en Prado y Virtudes, al lado de las oficinas de la UIR.
Yo iba al cine por las tardes, después de salir del colegio, y yo quisiera que tú vieras cómo se llenaba de obreros que iban a ver películas americanas de la II Guerra Mundial, así que, cuando llegué a Girón, fue como volver al cine de mi infancia, pero ¡coño!, allí los tiros eran de verdad.
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