Miguel Díaz-Canel, es decir, el fantasma de Jorge Núñez Jover que firma como tal una dudosa tesis, ya es Doctor en Ciencias. Sin embargo, los cubanos gobernados por el flamante científico, salvo los dos o tres "tracatanes" y funcionarios que han comentado el asunto, no tienen muchas razones para celebrar. Porque al mandatario se le está derrumbando un país mientras el científico chacharea sobre "ciencia e innovación para el desarrollo sostenible".
Los delirios positivistas de Jorge Núñez, que primero se licenció en Química y luego se doctoró en Filosofía, recuerdan la vieja ilusión del "gobierno científico" con la que ahora se le pretende dar un aura de respetabilidad al títere de una élite militar nonagenaria y decadente.
Nadie lo definió mejor que Omar Santana en una caricatura genial, en la que el "delfín" de Villa Clara aparece en guayabera mientras le pregunta a Raúl Castro: "¿Qué fue lo que usted me dijo que yo soy?". "Presidente, Miguel, Presidente de Cuba", le responde un soñoliento Castro.
La investigación con que el mandatario cubano opta al título de doctor en Ciencias Técnicas define el vínculo con la ciencia como "uno de tres pilares imprescindible para la gestión gubernamental". Algo que parece una verdad de Perogrullo en cualquier sociedad desarrollada. En el caso de Cuba, sin embargo, que descubrió Internet con un notable retraso, y donde el presupuesto gubernamental para ciencia e investigación lleva años adelgazándose, la perogrullada es más bien un chiste.
Si quieren reírse aún más, y tienen paciencia para una prosa soporífera, pueden leer el reciente artículo que Núñez, perdón, Díaz-Canel, publicó hace meses en la revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba. En él, se habla de potencial humano, desarrollo local y diálogos ciencia-Gobierno. Cuestiones que la reciente pandemia ha vuelto candentes, aunque aquí, no nos equivoquemos, la apuesta es por defender el papel de la gestión gubernamental a todos los niveles: un todopoderosos Estado científico, digamos.
Curiosamente, tal aspiración llega de la mano de alguien con poco para presumir, incluso en el super-inflado campo de la Salud. Cuba sigue hoy a la cola de los países con vacunas aprobadas, mientras en la isla las únicas medidas para limitar la extensión de la pandemia se remontan a la tradición del Medioevo contra la peste.
"Las metas que el país se ha propuesto plantean un conjunto de desafíos de alta complejidad, que solo pueden ser asumidos movilizando todos los recursos disponibles en materia de capacidades de investigación-desarrollo, conocimiento avanzado, educación y potencial humano altamente calificado", decía Díaz-Canel en aquel resumen de sus tesis, donde también hablaba, entre otras cosas, del "holocausto climático".
Todo parece indicar que tan enrevesada complejidad se ha comido las metas mientras el holocausto espera al doblar de la esquina.
Recordemos el resumé del presidente cubano. Nacido en 1960, se graduó como Ingeniero electrónico y fue docente en la Universidad Central "Marta Abreu" antes de pasar por el "servicio social" de las Fuerzas Armadas y partir en "misión internacionalista" a Nicaragua.
A su regreso a Cuba, en 1989, se incorporó a la Unión de Jóvenes Comunistas y desde entonces está ligado al PCC. Su carrera política empezó en Villa Clara, donde se construyó la imagen de líder cercano a la gente, fan de los Beatles, gay-friendly, y aficionado a los paseos en bicicleta en pleno Periodo Especial,
Años después, aprovechó la primera oportunidad que le dio la cúpula para destacar. El 20 de septiembre de 1997, en apenas unas horas, consiguió desplegar un imponente operativo para agasajar a Fidel, que en el último momento había decidido visitar Villa Clara. El Comandante lo definió esos días como "un joven fruto de la Revolución".
En 2003, el PCC le requirió hacerse cargo de la provincia de Holguín y Díaz-Canel aceptó sin rechistar. A partir de ahí protagoniza un ascenso meteórico que le abre las puertas del Buró Político, el núcleo duro del PCC, y hasta del Gobierno, donde irrumpe como ministro de Educación Superior.
Es en 2012 cuando se perfila como heredero de Raúl al convertirse en vicepresidente del Consejo de Ministros. El "fruto" ya estaba maduro. Un año después consolida su posición al ser designado primer vicepresidente del Consejo de Estado, el órgano que acumula todo el Poder Ejecutivo en Cuba. Hasta que, finalmente, reemplaza a Raúl en el Consejo de Estado, porque el general ya no aguantaba largas sesiones sin quedarse dormido.
Su perfil sólo se ha hecho notar, además de por su mal gusto a la hora de vestirse, por seguir al pie de la letra el discurso oficial. "Yo no concibo las rupturas en nuestro país. Creo que ante todo tiene que haber continuidad", dijo en la única frase que revela su propuesta política, devenida hashtag. En realidad, Díaz-Canel es un ignorante ortodoxo, puesto a dedo para que no moleste a quienes realmente mandan en Cuba.
Raúl le dejó de regalo tareas que no tienen solución posible: la reforma de una Constitución, que se negó a ofrecer libertades y a modificar "el carácter irrevocable del socialismo"; eliminar la dualidad monetaria y cambiaria, que ya se ha visto todo lo que ha provocado en apenas tres meses, y arreglar el problema de la agricultura y la alimentación en Cuba, lo cual puede tardar 62 mil milenios más, por lo menos.
Al flamante Doctor en Ciencias, sin embargo, no tiene prisa. Le queda hasta el 2029 para demostrar que el problema de Cuba es que la "cantera" es igual de mala que el martillo.
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