¿Cómo le dices a tu abuelo o incluso a tu padre o a tu madre que las cosas tienen que cambiar en Cuba? Quienes nacieron en los años 50 y viven aún con un sueldo en pesos cubanos no conocen otra forma de vida porque desgraciadamente no tenían conciencia social cuando las cosas eran de otra manera y aquella manera, todo hay que decirlo, tampoco es que fuera la panacea. El tiempo les ha demostrado que siempre se puede estar peor. Ellos son los grandes perdedores del comunismo cubano. Se les ha ido la vida con una jabita de nylon en el bolsillo, por si acaso.
¿Cómo les decimos que todo por lo que han luchado se ha vuelto sal y agua? ¿Cómo los convencemos de que las personas mayores han tenido una vida mejor desde que cayó el muro de Berlín?
Ellos deberían ser hoy nuestra prioridad. La labor pedagógica no la tenemos que hacer con los jóvenes cubanos que tienen acceso a Internet, están en la calle, ven, sienten y padecen. Tenemos que hacerla con nuestros abuelos y nuestros padres. Esos que siempre que nos mandan un mensaje de WhatsApp nos piden, con todo el amor del mundo: “No te metas en problemas”. Porque para ellos pensar diferente es un problema. Soñar con una Cuba distinta es un problema. Y tienen razón. Lo es. Pero tengo claro que todos los cubanos no cabemos en la cárcel ni la Seguridad del Estado tiene recursos suficientes para vigilarnos a todos. El primero que saca la patica, se la cortan, pero si 11 millones sacan la patica, se les jode la catana. Es una realidad.
Todos, o casi todos, hemos tenido o tenemos en Cuba un abuelo comunista. Gente honesta que se creyó aquella frase martiana que los medios de comunicación estatales han repetido en Cuba hasta la saciedad: “Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar”. ¿Y saben qué? Que nuestros padres y abuelos se comieron un mojón. Nosotros nos hemos comido un mojón y muchos de los que viven hoy en mansiones de Miramar son los que de jóvenes dejaron sus caseríos en Oriente y se subieron a la Sierra Maestra y le plantaron cara a la dictadura.
No cuestiono que un ministro tenga unos posibles que no podamos permitirnos el resto de los ciudadanos que vivimos, humildemente, de nuestro sueldo y nos arreglamos y regulamos las aspiraciones: este mes, esto y el mes que viene, lo otro.
Es bueno que la política esté bien pagada para evitar que los gestores del dinero público caigan en tentaciones. Pero debe ser natural que la política sea transparente. Los ciudadanos exigimos a Cuba lo que se exige ya en cualquier país civilizado: que los representantes de la ciudadanía declaren en qué situación económica entraron en política y en qué situación están o salen de ella. Es higiénico y, además, responsable.
Yo quiero saber qué ingresos ha tenido el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel a lo largo de su trayectoria política. Quiero conocer qué ha ganado Raúl Castro y ya puestos, también quiero saber cuánto gana su nieto guardaespaldas y el hijo que estaba al frente de la Inteligencia del Ministerio del Interior. ¿Qué hay de malo en ello? Pues muy sencillo que mucho me temo que esos no han echado su suerte con los pobres de la tierra. No falla. Son lo que el comunista español Pablo Iglesias llamaba (antes de subirse al euro) “la casta”. Tienen derecho de cuna o lo han conquistado para los suyos.
Es curioso, el Partido Comunista de Cuba funciona como Hollywood: hijo de gato, caza ratón. Con la particularidad de que esas sagas son impresentables en un país que dice estar dispuesto a caminar hacia el comunismo.
Hay un abismo terrible entre lo que dicen y lo que hacen. Coquetean con una forma de vida impropia de quienes dicen vivir por y para el pueblo. ¿Tienen derecho a querer vivir como la clase media de Miami, por ejemplo? Desde luego. Claro que tienen derecho, pero no tienen derecho a pedirnos que defendamos una ‘Revolución’ que sólo existe en sus cabezas y en las de nuestros padres y abuelos. No hay Revolución. Hacer colas sólo revoluciona la ira. Llevamos 60 años de uno en fondo, en fila india. Basta ya.
Es responsabilidad de cada uno de nosotros, explicar a los nuestros, muy suavecito, para que lo entiendan, que “afuera” hay Servicios Sociales, que nos comprometemos a defender y conseguir que nadie quede desamparado independientemente de su forma de pensar y que su voto es decisivo para cambiar las cosas. Hay que pedirles que cuando vayan a votar (lo que sea), piensen en nosotros: en los que estamos lejos; en los nietos que no ven; en los jóvenes que se mueren por largarse de Cuba ante la imposibilidad de cambiar desde dentro un Gobierno que controla los servicios de inteligencia, las comunicaciones, la justicia, la Policía, los medios de comunicación o el Ejército. Lo controla todo.
Ellos, nuestros padres, abuelos y abuelas, creyeron que estaban construyendo un mundo mejor y no es fácil reconocer que se han equivocado. Que su mundo idílico no existe. Y hay bloqueo, sí, pero aún así, cuando los comunistas quieren, cuando lo necesitan, llenan hasta los topes las tiendas para recaudar ‘divisas’.
No es fácil cambiar las cosas. Miren si no, hacia Venezuela. Los venezolanos han salido a la calle, han montado la de Dios y sólo han conseguido enterrar y enterrar muertos. Y Maduro, ese talentoso comunista, sigue ahí, contando estupideces que nadie en su sano juicio se prestaría a aplaudir. No es fácil. Nadie ha dicho que lo sea. Pero la gente tiene que perder el miedo a meterse en problemas. Los problemas los tenemos ya encima de la mesa. ¿O es que no es un problema vivir fuera de tu país y no poder abrazar a tu padre o tu madre con Alzheimer o despedirte de una tía que se muere de cáncer? Eso es un problema. Claro que lo es. Los que los hemos vivido lo sabemos. Eso es lo que tenemos que explicar a nuestros padres, abuelos y abuelas. Poco a poco hasta que lo entiendan. No podemos cambiar las cosas sin su ayuda. Los necesitamos.
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