El cubano de hoy vive sentado sobre una bomba de tiempo. La comida se acaba, el dinero no alcanza y el coronavirus se expande. Un mayor contagio parece inevitable, toda vez que son pocos en la isla los que escapan de hacer una cola tras otra. Y no una cola cualquiera, sino una en la que uno tiene que ponerse casi literalmente encima de otro y las horas transcurren en cámara lenta. Una cola en la que el sudor corre bordeando el rostro, los nasobucos le roban el aire a uno y la impotencia inunda al que intenta descifrar si es preferible quedarse en casa, sucio y hambriento, o enfermarse por intentar comprar jabón y pollo, “si es que entran”.
A pesar de que las autoridades han asegurado que lo que se produzca se distribuirá “lo más equitativamente posible” y que las bodegas son “entidades priorizadas”, los establecimientos recaudadores de divisas permanecen como campos de batalla donde el pueblo se bate en el afán de “resolver algo”. Así, la mayoría de los cubanos cree que la libreta de abastecimientos –demonizada en muchos sentidos- es lo único que podría ayudar a salvarlos un poco del coronavirus.
Este lunes, en la red minorista de Las Tunas comenzaron a venderse productos de aseo y alimentos con los turnos a través de la libreta, pero la normativa aún no se extiende al resto del país.
De acuerdo con Dora Rodríguez, un ama de casa de 64 años que espera en una larga fila para comprar el pollo en la carnicería, el uso más activo de la libreta -cuya extinción hace pocos meses parecía inminente-, “es la mejor manera de acabar con la especulación y las colas.
“Con o sin subsidios, el sistema de distribución normada y la infraestructura que la rodea tienen que servir para ofertarle a cada cubano algo de lo poco que hay, sin poner en peligro la salud”, expresa la mujer.
Datos oficiales recientes indican que existen más de 11 millones de consumidores repartidos en unos cuatro millones de núcleos familiares en toda la isla. Asimismo, aparecen contabilizadas 12.767 bodegas y 3 482 unidades de las entidades estatales Cimex y TRD Caribe.
En palabras de Tatiana, quien trabajó como tendera en un mercado de Cimex, “lo que están vendiendo en bodegas y carnicerías no resuelve prácticamente ningún problema. ¿Quién vive nada más que con una libra extra de pollo y un jabón de baño por persona?
“Cualquier centro comercial hoy es una pesadilla y un peligro ante la COVID-19, pero es el sitio donde uno puede luchar al menos para no morirse de hambre. Lo más sensato sería que si lo que vamos a tener es picadillo y salchicha, lo tengamos todos o, al menos, los que podamos pagarlo. Como las bodegas no tienen los equipos de refrigeración necesarios para mantener los cárnicos, que vendan esos productos por la libreta en las tiendas y que den todo lo que no necesita frío en las bodegas”, explica la hoy manicure particular.
Aunque el Ministerio de Comercio Interior ha estimulado también alternativas como la compra online de aseo y alimentos, persisten serios problemas con la conectividad por lo que en las redes sociales llueven las críticas de los usuarios al desabastecimiento y la desactualización de las tiendas virtuales y al hecho de que ni personal ni electrónicamente uno pueda comprar lo que necesita -contando con que lo haya-, porque solo se permite adquirir dos artículos de cada tipo.
Tal como confirma vía telefónica la ingeniera Valeria, residente en Jaimanitas, “no todo el mundo tiene un carro para trasladarse de un municipio a otro en busca de comida y hay localidades que están olvidadas, ya que no tienen tiendas, ni físicas ni virtuales, y otras en donde las que hay están peladas. En La Habana todos los días aparecen más de una decena de nuevos casos de coronavirus y estoy segura de que las grandes colas están contribuyendo a eso. Cerrar mercados como Carlos III y Cuatro Caminos no es la respuesta tampoco.
“Si no es posible abastecer a toda la población en un mismo mes, podría hacerse escalonadamente para evitar las aglomeraciones y las salidas de las casas. Y si no puede venderse todo por la libreta a nivel nacional, debería hacerse al menos en las zonas más afectadas, donde hay mayor riesgo de contagios”, destaca la informática de una empresa estatal y madre de dos niños menores de diez años.
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