Muy mal se le tiene que estar poniendo el ojo a la chiva Cuba, cuando el ministro de Comercio Exterior (MINCEX), Rodrigo Malmierca y una subordinada suya han lanzado las campanas al vuelo de incautos para anunciar como gran novedad una noticia de 2014: los cubanos emigrados pueden invertir en Cuba.
La Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó en marzo de 2014, la Ley 118, que regula las inversiones extranjeras en Cuba con las novedades de permitir empresas de 100% de capital extranjero y que cubanos emigrados pudieran invertir en su país natal, mediante diferentes modalidades jurídicas.
En 2014 el horizonte Venezuela parecía despejado y las autoridades cubanas padecieron un furor en forma de cartera de inversiones y oportunidades, que se acrecentó con el embullo Obama (2017); pero bajo perfil para la opción de que cubanos que viven en el extranjero puedan invertir en la isla.
Una burócrata del MINCEX, llena de ternura pedagógica, ha explicado que el dinero de los cubanos de afuera es capital extranjero y, por tanto, encajaría perfectamente en la ley promulgada hace un quinquenio.
Durante todo este tiempo, los consulados cubanos en el extranjero, el ICAP y la Dirección General de Asuntos Consulares y Atención a Cubanos Residentes en el Exterior (DACCRE) han convocado a los gusañeros (mitad gusano, mitad compañero) del mundo para condenar el embargo norteamericano, exigir la liberación de los 5 espías, comentar las novedades migratorias y aduanales tarifadas y cantar el Himno Nacional, pero ni una pizca de inversión posible.
La novedad, como pretende La Habana, no es la opción de invertir en Cuba para cubanos emigrados, sino la confirmación de que el área dólar sigue vetado a los cubanos de dentro, los que nunca se han ido, ni se irán, salvo en la condición de usuarios de servicios y clientes de las tiendas estatales socialistas con pacotilla Made in China a precios de la 5ta. Avenida de Nueva York.
El gesto del MINCEX confirma los efectos negativos de la cobardía tardocastrista ante el guiño de Obama, otra oportunidad desperdiciada para conseguir una mejora en la vida de los cubanos, y el escaso interés que su cartera de inversiones y oportunidades despierta en las empresas del mundo.
La Zona de Especial Desarrollo del Mariel (ZEDM); hay que reconocer que en siglas y eufonías no hay quien le gane a los jodedores del Palacio de la Revolución, se ha quedado en chicha ni limoná, pese al notable volumen inversor y que los planes de campos de golf a 25 años están por ver y podrían incumplir la propia Ley 118 (2014) por probables daños medioambientales, como establece en su propio articulado.
El gobierno cubano fue generoso, pero erróneo y astuto, a la hora de delimitar las áreas de inversión, al establecer en el artículo 11.1 que todos los sectores quedaban abiertos al capital extranjero, “con excepción de los servicios de salud y educación a la población y de las instituciones armadas, salvo en sus sistemas empresariales”.
La atención sanitaria a la población, nótese el detalle de no mencionar los llamados servicios de turismo de salud, y la educación, son de los sectores más deteriorados a partir de la crisis económica que provocó la desaparición de la URSS y los que más necesitarían un chorro de inversión.
El ejército y el aparato represivo quedan también fuera de la inversión extranjera, detalle que se agradece; salvo en sus sistemas empresariales, es decir GAESA, TRDs, Havantur, Guamatur, Celimar Viajes y otras pantallas verde oliva con apariencia civil.
Por tanto, teóricamente un cubano o un grupo de emigrados podría constituir una empresa de 100% de capital extranjero o mixta con la Editora Política del Partido Comunista y crear una revista del corazón (no confundir con la cardiología que es asunto serio) que intercale vida y milagros de los reguetoneros y demás héroes de papel cuché con los poemas de Antonio Guerrero, y las novelas de Delia Fiallo; un suponer.
Pero quien tiene todas las puertas cerradas es el cubano que vive en Cuba, para el que el tardocastrismo ha reservado la condición de cuentapropista sindicalizado, bajo la atenta mirada de la Controlaría General de la República y el chantaje encubierto de policías e inspectores, que hacen su pan, impidiendo la acumulación de riqueza y otras prácticas deleznables del capitalismo decadente, como dicen los manuales de la baba sin quimbombó.
En Cuba vive mucha gente capaz de generar negocio que produzcan riqueza y bienestar a ellos y a su entorno; aunque en un principio tengan que ser ayudados por parientes y amigos emigrados con capital inicial y carece de sentido a estas alturas de la Comedia Silente que el gobierno más anticubano de la historia los prive de mostrar su valía humana y profesional.
Un espectador ajeno no consigue entender cómo un país que ha realizado una inversión notable en capital humano, viva tan mal y siempre pendiente de que sucediera en Moscú, Caracas o el exilio.
Raro gobierno ese que busca premiar a los que se fueron, aunque sea por razones de urgencia monetaria y oportunismo político; y castiga a los que se quedaron compartiendo apagones, riesgos y fatigas.
Definitivamente, el gobierno tardocastrista no confía en los cubanos de adentro. En los de afuera tampoco; pero basa su estrategia en ese exilio heterodoxo e incoherente que anuncia sus viajes a la isla como excursión a la gozadera.
Rara emigración que goza sobre la pobreza de sus hermanos dolidos y marginados por un gobierno que quiso con los pobres su suerte echar; ¡y vaya si la echó!
Mientras, los turnos en el Pando Ferrer serán personales e intransferibles y uno por carné de identidad para que no se forme molotera para ver cómo se le está poniendo el ojo a la chiva de Rodrigo Malmierca, un hombre grande que no hace negocios, como comentó Raúl Castro a la convaleciente Dilma Rouseff en aquellos días de frenesí ODEBRECHT.
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