Si, como es de esperarse, los cubanos votan sí por el proyecto de Constitución que pondrá el gobierno cubano frente a sus ojos muy pronto, estarán colocando una piedra más -y no una cualquiera- en la tumba donde se conservan los sueños de democracia y cambio para toda la nación.
También esta vez los tanques pensantes del aparato cubano han acertado con la estrategia: mantener al país tan entretenido debatiendo si dos hombres o dos mujeres pueden firmar un papel que certifique lo que ellos llevan cada noche a la práctica, que el apoderamiento total, feroz, constitucional, de los medios de comunicación por parte del Estado ha pasado sin penas ni glorias en los cuestionamientos de barrio.
Y eso es un horror. Un verdadero e irresponsable horror.
El proyecto que votó por unanimidad (redundar es humano) la Asamblea Nacional se consigna que no será reconocida ninguna forma de medio de comunicación que no sean los estatales, socialistas, de todo el pueblo. La ligereza con que el pueblo cubano está no-mirando esta barbaridad es digna de vergüenza.
A ver si nos entendemos: si este adefesio constitucional al servicio de una dictadura con públicas intenciones de eternizarse termina siendo ratificado, cualquier intento comunicacional que aspire a llegar a un público amplio, sea un blog, una web de noticias (como CiberCuba) o, por supuesto, un medio de prensa tradicional que no esté ligado al Estado cubano podrá estar incurriendo en una violación constitucional. Y eso, tratándose de Cuba, ya podemos suponer las salvajes consecuencias que podrá acarrear para el “culpable”.
En la Constitución aún vigente se reconoce, por muy burlescamente que sea, una figura llamada “propiedad social” que aplicada a los medios de comunicación podía haber englobado y protegido a ciertos intentos de medios alternativos, sin que por ello se estuviera violando la Constitución del país.
Ahora la vuelta de tuerca es total. Quedará recogido en la ley suprema nacional: dependiendo de la conveniencia o del oportunismo político del gobierno de Castro/Díaz-Canel, cualquier medio alternativo que informe desde Cuba y cualquier periodista que pretenda ejercer el periodismo distanciado de la directriz partidista, podrá ser encausado muy fácilmente. Más que hasta ahora, si cabe.
Y mientras tanto los cubanos se han estado rasgando las vestiduras por si debe permitirse o no el matrimonio entre dos personas. Así, a secas: personas.
Y las mismas iglesias que creen inadmisible que esas dos personas puedan ser reconocidas jurídicamente como una unión absoluta, hacen mutis por el foro ante ese atropello a la libertad de expresión y de prensa que se pretende cometer sin que casi nadie parezca darse por enterado.
Si algo ha aprendido la dictadura cubana en su lección de supervivencia es que no necesita violar ninguna ley para pulverizar cualquier síntoma de oposición, siempre y cuando pueda acomodar las leyes a su conveniencia. Y eso lo ha podido hacer siempre. Y el pueblo cubano, que nadie lo olvide, siempre lo ha firmado. Que le pregunten a Oswaldo Payá si no.
Si algo podemos ir remarcando del gobierno de Miguel Díaz-Canel a modo de seña identitaria es que las intenciones de pasar gato por liebre son todavía más terribles que antes. Porque llevan una astuta vaselina disuasoria que funciona a la perfección.
Detrás de la imagen aperturista y perdonavidas de un gobernante que se exhibe con su esposa, toca tumbadora, baila y asoma como responsable último del internet de datos móviles en los celulares cubanos, se esconde también un hombre con clara vocación de censura que aún antes de tener cierta dosis de poder real ya exhibía una predilección por el ataque a los medios independientes. Su filtrada conferencia a los cuadros del partido nos debió poner las barbas en remojo.
El castrismo se ha reinventado: parece usar la imagen moderna de Díaz-Canel como distracción aperturista para deslizar un decreto abominable como el 349, que ha generado un rechazo sin precedentes en la comunidad artística cubana, y que es una forma de dar cuerpo legal al infame “Con la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”.
Mientras Díaz-Canel hacía el indio danzante en Nueva York, el aparato cubano cocinaba en sus sótanos la manera de ilegalizar ahora con amparo constitucional cualquier forma de expresión masiva que no respondiera a sus intereses. Eso es lo que han colado de contrabando en esta nueva Constitución. Una mordaza brutal contra todo periodismo real que intente asomar en el país.
Las maniobras de distracción han tenido eficacia indudable. Pueden congratularse los oscuros funcionarios de la inteligencia que trazaron el plan. Mientras los cubanos de dentro se entretenían escamoteándoles a las minorías sexuales el derecho a casarse, y mientras los cubanos de fuera intentábamos descifrar los posibles mensajes en código de Díaz-Canel en Nueva York, con sus tumbadoras y sus eufemismos perdonavidas para referirse a los exiliados, por ejemplo, los que de verdad aún mandan en la isla nos volvían inconstitucional a la prensa no partidista. Es decir: a cualquier prensa verdadera.
Y para rematar: que jueguen los peloteros en Grandes Ligas. Que las plazas de toda Cuba tengan tema para meses y se olviden de ojear siquiera lo que firmarán en febrero próximo. Que nadie olvide la fórmula del emperador Nerón para distraer a la plebe y gobernar con su despotismo proverbial: pan y circo. Y si Cuba no tiene pan, pues entonces el doble de circo.
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