Un reciente reportaje de investigación realizado por Periodismo de Barrio ha puesto el dedo en la llaga sobre los bajos estándares de cuidado medioambiental en Cuba, pese a lo recogido por la Ley 81 de la Constitución que rige todo lo relativo a ese tema.
Un pormenorizado reporte ―firmado por Julio Batista Rodríguez― ha indagado en los efectos devastadores que ha tenido para la ensenada de Chipriona haberse convertido, durante la última década, en desagüe de la ronera de Santa Cruz del Norte.
En Chipriona se vierten diariamente 1.288 m3 de residuales líquidos (vinazas en su mayoría) provenientes del proceso de la destilación del ron Havana Club. Pese a que sucede desde los años noventa, la situación se agravó a partir de 2007.
Los pescadores explican que se han quejado ante los organismos pertinentes ―entiéndase ante el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA)― sin que su gestión haya surtido efecto positivo alguno.
Chipriona se ha convertido durante años, por tanto, en el desagüe del único sitio donde se preparan las líneas blancas (Añejo Blanco) y oro (3 Años) de Havana Club Internacional (HCI).
El citado informe ofrece algunos datos reveladores: hablamos de una empresa que generó en 2016 ganancias por 118.5 millones de dólares, provenientes de la venta de 4,2 millones de cajas de ron de nueve litros. De esas ganancias, a la parte cubana debieron corresponder cerca de 59 millones de dólares de ganancias.
Obviamente, las mareantes cifras llevan al cuestionamiento de por qué no reinvertir en la optimización del proceso de producción y de saneamiento de las condiciones ambientales. Pura utopía.
Teniendo en cuenta la grave situación medioambiental, se pregunta el autor del reporte:
“Con una contaminación tan evidente, ¿cómo es posible que la Ronera no haya recibido en todos estos años ninguna multa por este daño medioambiental, no se haya detenido su producción hasta solucionar el problema, ni pague impuestos sobre estos vertimientos; aun cuando todos esos recursos existen dentro del marco legal ambiental en Cuba?”
La respuesta está en el año de creación de la Ronera Santa Cruz, 1919, lo que la sitúa en un ámbito no regulable y en una zona de exigencias laxas: “jamás ha necesitado una licencia ambiental para operar, pues ya existía cuando surgió el CITMA en 1994”.
Mientras tanto, entre los frustrados pescadores se habla de la “emborrachadera” de los peces, esas sardinas que llegan atontadas hasta la bahía de Santa Cruz del Norte, en el mejor de los casos, y completamente muertas, en el peor de los supuestos.
Foto: Julio Batista Rodríguez
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