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“Cuando un amigo se va”, himno del cantautor argentino Alberto Cortez, describe ciertamente la verdad que se vive cuando alguien como Hermes Ramírez dice adiós. Lamentablemente, el subcampeón olímpico en México 68 no pudo esta vez con la carrera de su existencia y perdió el último sprint… ¡no sin antes luchar!
Nacido en Guantánamo hace 76 años, Hermes pertenece a aquella camada inicial del campo y pista que integraban además Enrique Figuerola, Miguelina Cobián, Pablo Montes, Juan Morales y Marlene Elejalde, entre otros; esa camada que sólo pensaba en competir y ganar por la bandera sin ningún interés material, esa camada soñadora.
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Hermes fue uno de mis entrevistados más locuaces e inteligentes; siempre tenía una forma amena de decir y hacer. Creo que recordar algunos de nuestros intercambios, que eran más bien charlas fraternales, lo honra.
Muchas veces conversaba sobre la unidad que existía en su tiempo: “La vida cambia, las situaciones, el ambiente que ahora rodean al deporte no son iguales. En mis tiempos, por ponerte un ejemplo, una vez el profesor Riverí -¿Lo recuerdas?, el que guió a los discóbolos Maritza Martén y Luis Mariano Delís-, pues se me acercó para indicarme que el bloque de arrancada de uno de mis corredores estaba muy alto, siendo yo entrenador.
“¿Me entiendes? Un entrenador de lanzamientos y se fijó en algo que yo no vi ¡Me ayudó! Así éramos todos, una gran familia. ¿Ahora…?”.
Y, por supuesto, hablar con Hermes y no rememorar su preciosa vida deportiva era imposible. ¿Cómo empieza esta leyenda del atletismo cubano en los trajines atléticos?
“Es cierto que nací en Guantánamo, pero vivía en La Habana desde los cuatro años y, a los 12, cuando estaba becado en Tarará, fueron a hacer unas pruebas LPV (ya sabes, Listos para Vencer) y en la carrera de los 100 metros, con tenis y en plena calle, sobre cemento, marqué 12 flat. Al siguiente año, en una competencia inter- becas en el estadio Pedro Marrero, corriendo en arcilla, fui segundo con 11.8, cronometraje manual claro. El primero fue Duquesne, que ya estaba en el Tecnológico; yo era un niño. Así competí en lo que serían los primeros Juegos Escolares Nacionales en el año 1963. Por ese entonces yo estudiaba en Barlovento, bajo la égida del prestigioso técnico José Cheo Salazar. En el hectómetro marcaba 11 flat y en los 200, 23.2”.
A partir de los primeros Juegos Nacionales, ¿qué pasó?
“Estaba estudiando en la Secundaria Básica Lazo de la Vega, antigua Ursulinas de Miramar, cuando me contacta Rolando Gregorio Lavastida, quien comienza a entrenarme oficialmente en 1964. En ese lapsus competí en los segundos Juegos Escolares y me impongo nuevamente en 100 y 200, y fui segundo en el 4x100. Y ahí sobrevendría uno de los momentos más amargos de mi vida.
“Mientras se realizaba el evento escolar, se desarrollaban las eliminatorias para los Juegos Olímpicos de Tokio. Para asistir, la marca mínima en los 100 era 10 segundos 4 décimas, y quién te dice que yo, a mis 16 años, la hice junto a Manuel Montalvo.
“Te puedes imaginar el júbilo que me embargaba, pero -¿por qué siempre habrá un pero?- el entonces presidente del INDER José Llanusa decidió que mi juventud era un hándicap e impidió mi asistencia, me privó de acumular cuatro Olimpíadas en mi currículum.
“No obstante, no me amedrenté y en 1965 fui el mejor juvenil a nivel nacional entre todos los deportes, lo que me aseguró en la nómina del seleccionado nacional, donde permanecí 12 años entre 1964 y 1976”.
Como vemos, la vida de Hermes Ramírez es digna de contarse y lo más importante, que sea conocida y respetada por todos los que comienzan en el atletismo cubano. Dos Centrocaribes: San Juan 66 y Panamá 70; tres Juegos Panamericanos: Winnipeg 67, Cali 71 y México 75, así como tres Juegos Olímpicos: México 68, Münich 72 y Montreal 76, atestiguan una impresionante impronta en tiempos que no existían Campeonatos del Mundo ni Ligas del Diamante.
En México 68, Hermes igualó el entonces récord olímpico del hectómetro con 10 flat en octavos de finales, aunque no pudo avanzar más allá de las semi por una pegajosa fiebre de 40 grados que se lo imposibilitó. Sin embargo, sí pudo correr los relevos y en la final, con 38 segundos 300 centésimas, Hermes Ramírez, Juan Morales, Pablo Montes y Enrique Figuerola escoltaron en el podio a Estados Unidos (38.200). Puedo afirmar que lo que más le gustaba a Hermes era rememorar aquella carrera.
“Nosotros éramos los escapados de la temporada, habíamos quebrado la plusmarca del orbe en las semifinales con 38 segundos 75 centésimas. Nos dirigía el avezado Lázaro Betancourt, quien junto a Irolán y el polaco Porchovoski se encargaban de la táctica para enfrentar el reto: integrantes de la posta, quién corría cada tramo, entrenamiento previo...
“Éramos seis: Enrique Figuerola, Pablo Montes, Bárbaro Bandomo, Félix Urgellés, Juan Morales y yo. En la sede de los Juegos se define que el último hombre fuera Enrique y que en la estafeta no estuviera Bandomo, fuerte sprinter que tenía tiempos excelentes de 10.2 y 10.3 y una velocidad volante de 9.05 y que, según el criterio de muchos, era la mejor opción. Pesó la historia, aunque nunca estuvimos frustrados.
“¡Frustrados no! Obtuvimos una medalla, era el objetivo, pero… pudimos haber escalado lo más alto de ese podio. Establecimos un récord nacional, 38 segundos 40 centésimas, que estuvo vigente hasta Barcelona 92: ¡24 años!, pero pudimos haber ganado”.
Doce años en el seleccionado nacional estuvo Hermes Ramírez, quien dejó en ese lapsus tres registros de 10 flat, en mítines realizados en Zurich 69 y Praga 71 y 72; un 20 segundos 83 centésimas en los 200 en Varsovia 72 y los 38.40 en el relevo corto de México 68.
Una vez retirado del deporte activo, Hermes fue entrenador y siempre tuvo el pesar de palpar el deterioro de la velocidad en el atletismo cubano.
“La velocidad es el resultado de una buena base de resistencia general, resistencia especial. En mi época, teníamos que correr hasta 400 metros en el entrenamiento. Recuerdo un día que llega Irolán y me dice tan campechano él: ‘Hoy te tocan 10 mil’... Y tuve que correrlos. Dile ahora a cualquiera de los muchachos que lo haga, para que veas su respuesta: ‘¡Estás loco!’ Así no se puede construir una sólida base para velocistas”.
Se nos fue Hermes Ramírez, el que se enorgullecía de tener tres hijos, cuatro nietos, tres biznietos más la descendencia de su querida esposa Mercedes; el que amó a su deporte y siempre respetó y deseó lo mejor al atleta cubano, estuviera donde estuviera.
Tuve el honor de recibirlo en mi casa días antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de París y, entre otras cosas, vaticinó los tres cubanos en el podio del triple salto compitiendo por otras banderas, la presión que podían sufrir las triplistas, la casi seguridad de que el atletismo cubano se fuera sin medallas.
Habló de Mijaín López sacando la cara por el deporte cubano y de que el judo femenino, sin el profesor Veitía, no alcanzaría nada, así como el descenso ostensible del boxeo.
Amante fiel del deporte cubano, apasionado de su atletismo, descansa en paz querido Hermes, hermano y amigo de tantos años.
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