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El maltrato a turistas canadienses en Cuba compromete la relación bilateral; pese a los esfuerzos del primer ministro Justin Trudeau para mantener una política mesurada hacia La Habana, que suele confundir la decencia institucional, con debilidad y no consigue dotar a su industria sin chimeneas de unos niveles mínimos de calidad.
Cuba está destruida y el turismo -pese a todas las reticencias de Fidel Castro- se impuso como una notable fuente de financiación, como evidenció el embullo Obama, pero llegó el general de ejército y mandó a parar, con el inconveniente que el cortoplacista Luis Alberto Rodríguez López-Calleja ordenó subir los precios un 40%, alarmando a turoperadores con años de trabajo en la isla; los resultados están a la vista y solo consiguió premio su fiel mentecato Manuel Marrero Cruz, elevado a primer ministro.
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El gobierno canadiense suele conceder bajo perfil a los líos con Cuba, incluidos los costosísimos ataques sónicos contra sus diplomáticos en la isla, que provocaron pleitos jurídicos y conflictos internos aun sin cerrarse, pero La Habana sigue actuando como si Trudeau y su equipo fueran tontos.
Canadá es una pieza clave en la geopolítica regional, especialmente cuando se tensan los vínculos entre Washington y La Habana; pero el gobierno Díaz-Canel-López-Calleja vive suplantando amargas verdades con la cultura de pobreza e indefensión aprendida, vicios que disfraza de resistencia y algarabía hueca; evitando reconocer que Cuba perdió todo interés, como ocurre con los trastos que canadienses regalan en sus garajes de weekend.
La pandemia de coronavirus desató la imaginación delictiva del gobierno cubano que -en vez de mimar y cuidar a los escasos turistas que llegaron a la isla- improvisó timbiriches de PCRs falsas para timar a rusos y canadienses, dos de los principales fuentes de viajeros; ocurrencia que pagará a medio y largo plazo.
Entre los síntomas más acusado del comunismo están la escasez que genera picaresca y la mala calidad de los servicios, empezando por los estatales, como queda demostrado diariamente en Cuba.
La sociedad canadiense reaccionó a los testimonios de compatriotas que sufrieron maltratos en Cuba y aunque agentes de influencia de La Habana intenten tapar el sol con manipulación, apelando al embargo norteamericano, las 243 medidas de la administración Trump y a ensalzar vacunas sin certificación OMS, jeringuillas ni higiene; Ottawa ha tomado debida nota de los desplantes cubanos.
A diferencia del tardocastrismo -que solo reacciona a la voz popular con estallidos como el 11J- los gobiernos democráticos son cuestionados diariamente por la sociedad y la acumulación de turistas maltratados en Cuba, tendrá consecuencias, aunque Trudeau prefiera la mesura a la contundencia; pero todo tiene un límite porque el opositor Partido Conservador ha trazado una línea clara de defensa de la democracia, sin excepciones, en el mundo y ha tendido la mano a los cubanos demócratas.
En un país normal, el ministro de Turismo estaría destituido pero Cuba hace años que abandonó la normalidad por una esquizofrenia totalitaria que recrea la ilusión de que el resto del mundo y muchos cubanos están equivocados porque siguen sin descubrir las bondades de la pobreza y el tumbe.
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