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El pasado viernes 4 de septiembre, tan pronto como salió de prisión tras un año de injusta sentencia, el periodista independiente Roberto de Jesús Quiñones hizo sus primeras declaraciones al portal Cubanet.
Quiñones mencionó que, justo antes de ser liberado, un tal “mayor Sergio” de la Contrainteligencia le mostró un video como chantaje, para que renunciase al periodismo y volviera a aceptar un puesto oficial como abogado. Si Quiñones insistía con su labor de comunicador crítico al régimen castrista, el castigo sería difundir ese video en los medios masivos de la Isla, incluida internet.
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El video en cuestión, según el propio Quiñones, “intenta desacreditarme como periodista independiente y como ciudadano”. El ex preso de conciencia afirma que se resistió al chantaje de ese represor del Ministerio del Interior, pero reconoció a Cubanet que, “en definitiva, yo soy un hombre” que “he cometido errores, como los cometen todos los hombres”, a la par que “soy un hombre que estoy en el camino de Dios, y quiero ser congruente con eso”.
Como corresponde, Quiñones no reveló los detalles de la naturaleza perversa de ese video-chantaje trucado por el G-2, aunque en otra entrevista con el canal América TeVe sí mencionó que los uniformados de verde olivo “atacan por los flancos que creen que pueden hacer más daño, como lo es la unidad de la familia”, pues “tratan de desprestigiar la imagen de las personas que tienen una actitud digna ante ello”.
En efecto, ningún totalitarismo sobrevive a la familia. De hecho, ninguna ideología sobrevive al amor entre dos personas. Son así de frágiles y, por eso mismo, así de peligrosas: tienen que exterminar de raíz toda traza de humanidad.
El caso de Quiñones no es único en Cuba. Es sabido que el G-2 corrompe y filma tanto a amigos como a enemigos. Sean ministros de la iglesia o diplomáticos extranjeros, sea en el lecho de muerte o en la cámara nupcial, las cámaras y micrófonos de la Seguridad del Estado apuntan, como pistolas, a la sien de todos y cada uno de los ciudadanos, así en la Isla como en el Exilio. De ahí ese silencio siniestro que se ha instaurado particularmente entre los cubanos de cualquier parte. Apenas nos topamos los unos con los otros, asumimos que nuestro prójimo es nuestro delator, nuestro espía, nuestro verdugo. Por eso enamorarse entre cubanos, bajo tales condiciones de guerra sucia, es hoy para muchos un acto heroico.
Más allá de lo abyecto de todo chantaje, en especial cuando esta ruindad es ejecutada fríamente por una mafia criminal que se aferra al poder a perpetuidad, me gustaría proponer ciertas especulaciones más específicas que las de Cubanet y América TeVe. Trataré así de penetrar en la mente macabra de la Seguridad del Estado, algo que para las víctimas del G-2 resulta más asqueante que traumático.
Un “material de ese tipo”, como describe Quiñones al audiovisual estatal, en la pacata Cuba paranoica sólo puede caer dentro de uno de estos dos géneros groseros:
1. Tener un pasado revolucionario o hacer comentarios en privado que desacrediten su vida pública.
2. Practicar el adulterio heterosexual o una homosexualidad tapiñada.
Pornopolítica, esa es la palabra. En el fascismo de la fidelidad, no hay otro espacio para la intimidad del individuo. Hay que estar alertas las 24 horas del día, 365 días al año. Porque todo, todo, todo es monitoreable. Y porque toda expresión o acción será usada para dañar a quien se expresó o actuó. Esta cerrazón castrofóbica es sofocante y genera un sinfín de patologías físicas y mentales. Pero justo ése es el objetivo militar de la C.I.: vaciar de vida inteligente a todas las biografías cubanas, incluidos mártires y martirizadores por igual.
Tal ha sido la base neurofisiológica de esa esclavitud sentimental llamada la cubanía en los tiempos de Castro. Con el tiempo, el sujeto llega a extrañar ser violado y, en los casos más graves, podría hasta perder su sentido existencial, toda vez a salvo de su violador. Por cierto, esto no tiene nada que ver con el Síndrome de Estocolmo, pues, a la par, dicho sujeto siente un pánico paralizante y sólo desea desaparecer. Los desaparecidos de las dictaduras de izquierda son siempre voluntarios: gente que quieren borrarse y convertirse en otros. Descubanizarse, por más posts que compartan en medio del cubaneo mediático.
Cuando la escasez y violencia constitucional ya no existan en Cuba, todavía la pornopolítica seguirá siendo un legado indispensable para entender a la Revolución Cubana. Y para estudiar las secuelas psicosomáticas de la sociedad socialista en el organismo humano.
De un lado, la penita propia de haber usado pañoleta parece que empañará todavía a más de una generación insular. Al chantajearnos con nuestro pasado participativo dentro de ella, la Revolución se comporta paradójicamente como si debiera darnos vergüenza haber creído en su retórica. Es como si la Revolución reconociese tácitamente que haber sido revolucionarios es la prueba viviente de nuestra infamia o idiotez.
Del otro lado, la tara del sexo como algo sucio sigue asustando a nuestra nación. El placer nos parece un pecado de lesa privacidad. No son prejuicios ni mucho menos: es que a la postre nos arrepentimos, como conejillos de Isla, de coger al otro como objeto sexual. Ignoramos cómo ser libres en la plaza, por supuesto, pero mucho más ignoramos cómo serlo sobre la cama. En la práctica, somos un pueblo gregario, comunitario, anti-individualista, casi que comunistas antes y después del comunismo caribe.
En mi opinión, la exposición de un video de cortejo sexual sólo debiera ser motivo de orgullo personal, además de una fuente formidable de contactar con nuevos cortejos sexuales, dentro o fuera de la institución incivil llamada “matrimonio”, dentro o fuera de la institución intolerante llamada “género”.
El valeroso Roberto de Jesús Quiñones rechazó el chantaje del G-2 porque se considera no culpable moralmente, más allá de sus “errores” de “hombre”, y retó a sus represores a publicar el video vil en la TVC. Veremos si por fin lo veremos o no, y si él sobrevive o no a su propio reto.
La audiencia cubana cautiva, tan morbosa como mediocre, no podrá resistirse a disfrutar de “ese tipo de material”, con una sonrisita entre la sospecha y la sorna, felices de no ser ellos los sorprendidos en falta. Satisfechos de sobremorir en el paraíso policial de la pornopolítica.
Aplaudimos el sentido moral de este periodista independiente católico, pero, de cara al futuro de los cubanos sin Castro, su moral constituye todavía una sutil trampa. En efecto, en algún momento de la evolución del Homo cubensis, cuando el Homo castrensis se haya extinguido para nunca jamás resucitar, habrá que comportarse como si en realidad tuviéramos un cuerpo. Una cosa que camina y corre y se cansa y se acuclilla y se arquea y hasta come y caga. Y tose y trabaja y tiempla. Y crece y envejece y decae y perece, sin que ningún videíto mal editado por el G-2 pueda evitar ese flujo brutal de bellísima vitalidad humana, nunca demasiado humana.
Cubanos que me escuchan: no le debemos la vida a la Revolución Cubana. No podemos evitar estar visceralmente vivos. Respirad radicalmente, que es la mejor manera de hacer contrarrevolución. Marx se combate con Nietzsche. Y hasta el cristianismo del siglo XXI ha de hacerse nietzscheano o seguirá siendo marxista.
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